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La foto es cuadrada y tiene cuatro mujeres que están sentadas con las piernas cruzadas sobre unas dunas de arena. Están de espalda y visten traje de baño y gorro de natación. Las separan medianos espacios que forman un zigzag entre ellas. La luz más fuerte de la imagen —que viene de la izquierda superior— crea sombras diagonales a la derecha de cada chica: son muy oscuras y contrastan con los colores cálidos de la vestimenta y el desierto. Enseguida, casi como una epifanía surgen tres palabras en mi mente, en este orden: surrealismo, relojes blandos, Dalí. Quiero gritar por ese impactante —y a la vez sutil— descubrimiento. Quizás fue mi inconsciente —o quizás no— el que primero se dio cuenta la relación entre Dalí y esta imagen que observo del fotógrafo británico Clifford Coffin, que es parte de la exhibición Vogue Like a Painting. La muestra, que se exhibió en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid está compuesta por sesenta y siete fotografías de los archivos de Vogue —la revista de moda más popular del mundo— que están inspiradas o recuerdan a una obra pictórica.

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Las características de la pintura —que también son propias de la fotografía— como el uso de la luz para crear sombras y resaltar texturas y colores y la composición, se plasman de tal manera en las fotos que el espectador duda constantemente, sin saber si está mirando una foto o un cuadro. Es el caso de la imagen de Patrick Demarchelier: una mujer y su hija en una playa desierta están junto a un bote. Ella —vestida como los años cuarenta: un vestido largo de lunares, una gabardina y un sombrero— mira fijamente a un punto en la distancia mientras su hija, con un vestido seda, se entretiene con la arena. Es una fotografía impresionista: su composición y colores recuerdan los paisajes de Monet o de Sorolla. La originalidad de estas fotos, la manera en que se alejan drásticamente del catálogo de moda para transmitir una cualidad de belleza no fue al azar. Desde principios del siglo veinte, los fotógrafos de moda tuvieron que encontrar maneras de ser creativos dentro de las restricciones impuestas por los directores de las revistas. Muchos lo hicieron inspirados en técnicas de iluminación de la pintura. Artistas como Jan Van Eyck, Johannes Vermeer, Botticelli, Francisco de Zurbarán o Magritte están presentes en la exhibición en forma de retrato, paisajes o incluso bodegones.

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Las sesenta y siete imágenes —hechas entre 1934 y 2015, por 29 fotógrafos como Irving Penn, Cecil Beaton, Peter Lindberth o Annie Leibovitz— se distinguen “por la iluminación, o la falta de ella. Y en consecuencia, por la indescriptible capacidad de los autores para evocar la atmósfera, revivir el momento, dibujar los colores y transmitir de nuevo la emoción del instante con una simple presión del disparador”, explica Yolanda Sacristán, editora de Vogue España, en el catálogo de prensa de la exposición. La luz juega y se funde con el material de los trajes para resaltar las características de las telas: en algunas es casi palpable la textura, se pueden ver los pliegues creando sombras entre sí, los detalles de los encajes, las piedras usadas para decorar las faldas de los vestidos, o la ligereza con la que algunas telas caen sobre la piel de las modelos.

También hay fotos más fantasiosas, con escenarios irreales, como ‘Party Dresses’ de Tim Walker, que recuerda a los paisajes imposibles de Magritte: el surrealista belga que desafiaba la percepción. En la foto, un árbol grande en medio de un jardín está iluminado por lo que parecerían pequeños faroles que cuelgan de sus ramas, pero que en realidad son vestidos. Al mirarla, provoca trasladarse a esa fiesta, saber qué hay delante del árbol, si es que hay gente, cómo está vestida y qué hace. La foto deslumbra por lo fantástica: el árbol verde oscuro contrasta con las luces que salen de los amarillos, rosados y naranjas, el tono de la luz y la atmósfera que retrata.

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La exposición, como todo lo bueno en la vida, debe recorrerse con calma. Así es posible perderse en cada paisaje, viajar dentro de la foto e imaginarse cómo se sentiría uno con ese vestido o ese traje de haute couture y en ese escenario. Solo en la calma, cada fotografía transmite lo que su curadora Debbie Smith planteó: “una atemporalidad en la pose de las modelos; una especie de lapso mental en el que todo está muy, muy quieto”. Como en la pintura.

Las modelos Claudia Schiffer, Mila Jovovich, Raquel Zimmermann y Kate Moss, y las actrices Uma Thurman, Helena Bonham Carter o Rooney Mara son algunas de las que han sido inmortalizadas en estas fotografías. Sus miradas, a veces perdidas, a veces chocando de frente al espectador, con fuerza o coqueteo, generan reacciones opuestas: por un lado una admiración al ver la belleza de las obras, por el otro una suerte de rechazo por no entender lo que se ve, porque no parecen fotos sino pinturas, y uno siente que se pierde en la imagen. En la foto Países Bajos incluso se puede ver la silueta del fotógrafo (Erwin Olaf) en las pupilas de la modelo holandesa Ymre Stiekema. Y sus cuerpos se empoderan de los trajes para transmitir la historia de la foto. Hay unas que hablan del poder de la mujer, de los juegos de niñas, de la nobleza europea de hace dos siglos, o de estos lugares fantásticos que invitan a visitarlos.    

Erwin Olaf

La exposición, que se hizo exclusivamente para el museo Thyssen, y se presentó desde el 30 de junio hasta el 12 de octubre, es una perfecta pero sutil fusión de la fotografía y la pintura. Los fotógrafos dominan la iluminación para crear un juego perfecto entre escenario, modelo y traje. Son fotos que parecen haber sido hechas con un pincel.

 

Fotos: Cortesía de Museo Thyssen Bornemisza

Bajada

Esa delgadísima línea entre la fotografía y la pintura

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