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Fotografía de Presidencia del Ecuador bajo licencia CC BY-NC-SA 2.0. Sin cambios. 

Pabel Muñoz no verá los resultados del diálogo nacional. Al menos, no como Secretario de Planificación. Dos meses antes de que los esfuerzos —contradictorios y en apariencia ineficientes— del gobierno por acercarse a los sectores sociales y políticos que estaban descontentos, ha renunciado. Fuentes cercanas a él aseguran que su renuncia estaba presentada hacía algún tiempo y solo ahora el Presidente de la República la ha aceptado: mal timing. Nathalie Cely también será una reja que rotura el surco pero no ve la cosecha: antes de que su proyecto de asociaciones público privadas se aprobase en la Asamblea  se ha ido del gobierno. Se lo habían advertido: se quemaría como un fusible. ¿Por qué se van dos funcionarios clave en un momento tan delicado? Nadie lo sabe. Lo cierto es que hay una crisis de gabinete. 

Si las renuncias de Cely y Muñoz son difíciles de entender, sus reemplazos son un enigma directo.

Sandra Naranjo —hasta hacía poco Ministra de Turismo— pasará a administrar el corazón de la burocracia planificadora estatal, la Senplades —que sin Muñoz parece huérfana, al punto que en su página, hasta la mañana de este lunes 19, sigue apareciendo como Secretario. Se entiende, además: era  un hombre de la casa. Estuvo en ese despacho desde 2007 (con ligeras intermitencias), y participó de la redacción de los Planes Nacionales para el Buen Vivir de 2009 y 2013. De Sandra Naranjo, en cambio, se sabe que tiene excelentes credenciales académicas, que trabajó para el presidente Correa como Coordinadora General de Gestión de Compromisos Presidenciales y siguió la exitosa política instaurada por Vinicio Alvarado en el Ministerio de Turismo. Es un movimiento forzado: permitir que un experimentado gestor público deje su cargo y que lo tome alguien con poca experiencia en la materia. Naranjo es, además, economista. Muñoz, sociólogo. Sus enfoques serán totalmente distintos. Una lectura posible de esto es que la reducción —optimización ya la llaman— del tamaño del Estado incluya una reducción en la influencia de Senplades en la gestión de las políticas públicas.

El reemplazo de Cely como Ministra Coordinadora de la Producción también genera preguntas complicadas. Uno de los hombres más cercanos al presidente Correa, Vinicio Alvarado, reemplaza a Cely, identificada como parte del ala de derecha del gobierno.

La ex embajadora en los Estados Unidos nunca pudo convertirse en un puente entre empresarios y gobierno. Su declaración de que no sabía nada de los proyectos de herencia y plusvalía que casi matan la inversión el Ecuador parece una prueba clara de su ostracismo en el gabinete. Un empresario que asistió a uno de los encuentros que ella convocaba dijo: “La única que hablaba era ella. Nosotros no dijimos nada, y después le dijo al país que teníamos acuerdos”. De a poco, perdió fuerza en ambas orillas: se quedó en medio del río y —por segunda vez y con sus aspiraciones políticas muertas— se ahogó.

Que sea Vinicio Alvarado quien intente retomar ese diálogo parece una señal: el pragmatismo sobre todas las cosas. Alvarado es un tipo inteligente del que mucha gente desconfía: su rol esencial en la construcción de la narrativa gubernamental lo convirtió en un personaje distante e indescifrable —para muchos, oscuro. Poner a un publicista donde antes había una financiera que creció en el mundo empresarial guayaquileño con conexiones en Estados Unidos no cuadra. Salvo que José Hernández tenga razón en su análisis: Vinicio Alvarado está ahí para, por primera vez en ocho años, dar mensajes claros a los empresarios, con la aprobación directa del Presidente Correa. Hubiera dado lo mismo que nombre a Alexis Mera.

No hay un mensaje claro en estas salidas. No muestran un camino definido: se han ido dos funcionarios que vivían en las antípodas: Muñoz era la tecnocracia centralplanicadora de izquierda, Cely la apuesta por la intervención directa y fundamental del empresario en una economía más liberal. Si una conclusión es posible de todo esto es que el gobierno está cansado. No como una cuestión etérea, no como una declaración rimbombante para hablar de fricciones y capitales políticos. No: la gente que lo integra —incluso al nivel más alto— está agotada, y el presidente Correa no encuentra reemplazos que lo convenzan —o lo acepten— fuera de su círculo de confianza más estrecho. Han sido ocho años de decisiones erradas y acertadas (ese es un balance que la historia hará) pero, sin duda, de intenso trabajo. Nadie puede poner en duda el ritmo al que funciona el aparato de gobierno ecuatoriano —y a veces uno se pregunta si eso es algo bueno, o malo. La pregunta es ¿con qué fuerzas llegará a 2017? ¿Quién vendrá después de Vinicio Alvarado en este poner y cambiar de fusibles reutilizables —queda claro: solo hasta cierto punto—,  que cada vez se queman más rápido, saltan más pronto? Que Vinicio Alvarado sea el nuevo fusible en la tirante relación con los empresarios es una señal algo gris: es el último fusible —tal vez el mejor— de la última caja disponible antes de que todo el sistema cortocircuite —volcanes, El Niño, el precio del petróleo y todas las demás condiciones de la tormenta perfecta que se viene— y tengamos algo que no hemos tenido en ocho años: un gobierno sin capacidad de reacción. Para bien o para mal. 

Bajada

¿Qué significado tienen las renuncia de Pabel Muñoz y Nathalie Cely (y sus reemplazos)?