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Fotografía de looking4poetry, bajo licencia creative commons BY-NC-SA 2.0. Sin cambios.   

Los recientes hechos del conflicto más antiguo del Medio Oriente han sido relegados, una vez más, a un segundo plano —en este caso por el conflicto en Siria—. Y aunque sea lamentable que nos hemos —en ciertos momentos— encerrado en un hartazgo frente a los casi diarios enfrentamientos, ataques y muertos palestinos e israelíes, los actuales sucesos no deben ser ignorados. Y aunque políticos como el premier israelí Benjamín Netanyahu —y algunos expertos en el tema— insisten en que aún es muy temprano para hablar del desarrollo de una tercera Intifada —levantamiento del pueblo palestino—, no hay que caer en el grave error de subestimar lo que pasa en las calles de la Ciudad Antigua de Jerusalén y algunas de la ciudades palestinas de Cisjordania, pues violencia como aquélla no se ha visto fuera del marco de una intifada.

Hay una suerte de costumbre a los enfrentamientos entre estos dos pueblos: incursiones militares en la Franja de Gaza, intercambio de fuego entre palestinos del enclave y las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), o ataques entre colonos israelíes y palestinos de Cisjordania. Sí. Y, en realidad, aún no estamos —propiamente hablando— en una tercera intifada, pero la idea de que se dé no es descartable en lo absoluto, como ya lo advirtió el Presidente palestino durante su visita oficial a París en septiembre de 2015. 

Se sabe: Israel y Palestina jamás están en paz –—si me preguntan, una contrariedad en tanto se refiera a la Tierra Santa. Pero, tampoco es común que al otro lado de Gaza, en Cisjordania y Jerusalén Este —reclamada por los palestinos como su capital— en menos de ocho días se han reportado 630 palestinos  y una docena de israelíes heridos, o que once días del escalamiento hayan dejado al menos 4 muertos israelíes y 19 palestinos. Y aunque la situación en el terreno no ha cambiado en cuanto a la ampliación de la ocupación de territorios palestinos bajo el amparo del Estado de Israel, los recientes hechos violentos —además de obedecer a las limitaciones y abusos cometidos a diario bajo el régimen de ocupación israelí— responden a una serie de eventos que, en conjunto, han actuado como catalizadores de las reacciones violentas de palestinos que proclaman su derecho a la resistencia. 

La continua colonización de territorios palestinos en Jerusalén Este y Cisjordania, así como el vertiginoso aumento del encarcelamiento administrativo —una opción judicial que permite a Israel mantener presos, sin cargos ni juicios, por al menos seis meses—, y la progresiva ampliación de asentamientos o puestos de avanzada israelíes han jugado, sin duda, un papel importante en la situación actual, pero no uno determinante, pues no son nada nuevo. Ha sido el status quo que se ha mantenido en los territorios palestinos, y que continuará en avance a menos de un eventual fin al conflicto —escenario bastante lejano mientras la comunidad internacional siga mirando para otro lado frente a los abusos del Estado de Israel. 

La colonización israelí de Palestina ha jugado un rol importante, pese a que en este contexto podría no ser el elemento detonante de la situación actual. Sus “gatillos”  podrían ser otros. Por ejemplo, la aprobación israelí de una ley que le permitirá a este país administrar alimento, de manera forzada, a prisioneros administrativos en huelga de hambre, una práctica considerada por muchos, inclusive por la asociación de médicos de Israel, como una forma de tortura. O el incendio provocado por colonos judíos contra el hogar de la familia Dawabshe en la localidad cisjordana de Duma, en el que murieron Alí, el bebé de 18 meses, y sus padres. Ahmed, de cuatro años, quedó huérfano y sigue —dos meses después—hospitalizado.

Y, por si no bastara, están los choques entre musulmanes, judíos y fuerzas del orden israelí durante las festividades islámicas y judías de Eid al-Adha y Rosh Hashana y las festividades de Sukkot, correspondientemente. Y es que, mientras la Explanada de las Mezquitas se mantenga en pie —a menos de que el autodenominado Estado Islámico llegue a Tierra Santa y la destruya, como lo ha venido haciendo con otros patrimonios religiosos de la humanidad en la región— los episodios de violencia en al-Aqsa continuarán, porque la fe de estos dos pueblos hermanos puede más que cualquier acuerdo que no permita al pueblo judío orar en las ruinas del que fuera el principal y más importante sitio religioso del Judaísmo, el Templo de Salomón. Son en casos como este donde el pragmatismo debería vencer, y al mejor estilo de Kemal Ataturk se debería convertir a este templo que tantas muertes y desdicha ha traído en un museo —como ocurrió con Hagia Sophia en Estambul. 

Sí, es prematuro hablar de una tercera intifada. Lo que está claro, es que mientras el conflicto israelí-palestino siga en pie y la ocupación de un pueblo entero no sea resuelta, ni el Medio Oriente, ni la Ciudad Santa vivirán en paz. Antes de llegar al estallido de la “intifada de los cuchillos”— como bien podría ser denominada por la ola de apuñalamientos—, sería bueno que líderes palestinos e israelíes regresen a la mesa de negociaciones. O que al menos se atengan a los acuerdos y concesiones que han prometido en los más de treinta años de una negociación de paz difunta y, además, caduca. 

Sería también aconsejable iniciar un debate en torno a la actual realidad del conflicto. Ya no aquella “Solución dos-Estados” de 1947 que —tras la evolución del conflicto— no es aplicable al contexto actual. Es momento de iniciar diálogos realistas en torno a una solución realizable, que tome en cuenta la presencia de más de medio millón de colonos israelíes en territorio palestino, la amplia división geográfica entre los dos segmentos de Palestina —la Franja de Gaza y Cisjordania, separadas por el Estado de Israel—, y, por qué no: incluir en las negociaciones a grupos que deben formar parte del dialogo por el simple hecho de representar segmentos de la población palestina, le guste a quien le guste. Caso contrario, por su radicalismo, entonces también debería excluirse del proceso a judíos ultra ortodoxos y al famoso partido liderado por Netanyahu, el Likud. No tomar estas determinaciones lo único que hará es repetir la misma fórmula que hasta ahora, décadas después, no da ningún resultado tangible, más allá de una ampliación de la ocupación que erosiona, cada vez más, la posibilidad de un Estado Palestino. 

Bajada

La violencia actual entre palestinos e israelíes ha llevado a un levantamiento popular, pero, ¿estamos a las puertas de una nueva intifada?