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Estaba sentada en la última fila de la iglesia de San Nicolás, en Segovia, y junto a otras ochenta personas escuchaba al historiador español  Juan Álvarez Junco hablar sobre civismo con el periodista también español, Juan Cruz. A esa misma hora, a un kilómetro —en el aula magna de la IE University—, un escritor español y un filósofo inglés conversaban sobre ética y filosofía en la actualidad, mientras Rosewater —un filme sobre un periodista iraní-canadiense que es detenido e interrogado en Irán— se proyectaba en la Filmoteca de Segovia. Los tres eventos simultáneos fueron parte de ese increíble espacio que se da cada año en Europa, el Hay festival.

Este encuentro de literatura y artes empezó en 1988 en Hay-on-Wye, una localidad de Gales conocida como el pueblo de los libros. En 27 años se ha expandido y ahora se festeja en ocho ciudades como México DF en México, Kells en Irlanda, Dhaka en Bangladesh o Cartagena, Colombia, en diferentes épocas del año. En Segovia se organiza desde hace diez años. Son nueve días, que coinciden con el último fin de semana de septiembre, en los que la ciudad se llena de exposiciones, proyecciones cinematográficas, conciertos y sobretodo con conversaciones sobre política, periodismo, arte, literatura, cultura y economía. Los dos últimos días son los más cargados y ocurren en cuatro sedes principales: la IE University, el Palacio del Quintanar, la Filmoteca de Segovia y la Iglesia de San Nicolás. También hay salas de exposiciones, jardines y plazas de la ciudad que también exhiben conocimiento. Todas las charlas empiezan  a las once de la mañana y duran una hora. Hay quince minutos para caminar de un lugar a otro. El tiempo sí alcanza en una ciudad pequeña como Segovia. 

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Fotografía de UK in Spain, bajo licencia creative commons. Sin cambios.

Cuando en el 2001, el expresidente de Estados Unidos —Bill Clinton— dijo que el Hay Festival era el ‘Woodstock de la mente’ no se equivocó. La mayoría de charlas rompen esquemas y te dejan analizando y cuestionando todo. No son diálogos tradicionales, más bien es una inmersión en ideas nuevas. Un lavado cerebral: se refresca la mente, se descubren libros, pensamientos y creencias. Uno se da cuenta de su ignorancia. El formato, de conversaciones, le dan la transparencia de la que carecen la mayoría de discursos. Los políticos, artistas, escritores, cineastas, periodistas o economistas están aquí para transmitir sus experiencias profesionales sin ningún beneficio más que interesar y entretener al público. 

El historiador Álvarez Junco, por ejemplo, narró una experiencia cuando vivió en California, en 1968. Era el año de las protestas contra la guerra de Vietnam y la intervención de Estados Unidos. Se reunía con amigos izquierdistas a hablar de la paz cuando en una ocasión, un americano pasó al frente del grupo y defendió a Estados Unidos. Él y otros europeos empezaron a gritar para callarlo, “peroun americano que estaba a mi lado me dijo ‘let him talk’. Y yo le dije, ‘¿pero no te das cuenta? Es un reaccionario’. Y él me dijo let him talk. Yo no entendía, cómo, si era un reaccionario, había que dejarlo hablar”. Después, contó Álvarez Junco, comprendió la importancia del civismo y cómo, la falta de este, había retrasado a España frente a otras sociedades europeas. 

Lo más complicado del Hay es saber a qué asistir. Hay tantas conversaciones simultáneas que uno debe analizar qué temas son más atractivos e interesantes y no faltan ocasiones en las que uno quisiera estar en dos lugares al mismo tiempo. Por ejemplo, mientras el escritor peruano Santiago Roncagliogo hablaba con su padre Rafael, embajador de Perú en España, sobre la literatura que influenció las rebeliones en América Latina de los años sesenta, la cantante austríaca Clara Blume, presentaba Love and Starve, la primera canción de amor que logró escribir en su vida, en la plaza de San Martín. 

Los conversatorios en espacios grandes como el Aula Magna son ante al menos cuatrocientas personas, los más pequeños ante ochenta y siempre el público tiene un espacio para hacer preguntas. Este año, el ex viceprimer ministro británico Nick Clegg entrevistado por Pedro J. Ramírez —fundador del diario El Español— llenó el Aula Magna. Ese mismo día, la productora cinematográfica Rosa Bosch divirtió a los oyentes al hablar de Cuba como la Venecia del Caribe, por su inmensa producción cultural. El director de artes del British Council, Graham Sheffield, explicó la relación entre la diplomacia cultural y el ‘soft power’: cómo el arte ayuda a establecer relaciones internacionales entre países a través de la confianza. “Podemos empezar conversaciones que los políticos no pueden. Este es el poder de la cultura”. 

Al volver a casa, después del Hay Festival, sientes que hay ideas que se han roto en tu cabeza para dar paso a nuevas y más interesantes, y que hay una lista de novelas por leer, de historia que aprender, política que comprender y artistas que conocer y escuchar. Te alegras del lavado cerebral que acabas de darte.

Bajada

Durante nueve días el arte y la literatura se tomaron la ciudad española

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