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Fotografía de Álvaro Tapia, bajo licencia creative commons BY-NC-SA 2.0. Sin cambios. 

Mi abuela era fan de Don Francisco. No se lo perdía nunca: ni Sábado Gigante, ni el programa de entrevistas “Don Francisco Presenta” que durante un año se transmitió los miércoles por las noches. Sábado Gigante era una tradición inquebrantable para acompañar el ruido familiar de las noches que la visitábamos. Nosotros pedíamos pizza y en el alfombrado piso de su cuarto nos sentábamos sobre gordas almohadas mientras ella veía el programa que transmitió su última edición el 19 de septiembre de 2015, tras cincuenta y tres años de estar al aire. De haber estado viva, sé que probablemente hubiera tenido la misma reacción nostálgica que mostró la leal audiencia del programa durante su clausura, como Gloria Estefan o los Obama. El final de Sábado Gigante revela el envejecimiento de una generación cuyo humor —personificado por Don Francisco— afortunadamente ya no vende ni interesa a la juventud latinoamericana. 

En sus últimos años, Sábado Gigante se había convertido en un homenaje reticente a la nostalgia de su audiencia. El primer programa fue transmitido en 1962, en pleno auge del género del entretenimiento de variedad y su formato está inspirado en el “vaudeville”, un estilo de comedia más viejo aun, popularizado a finales de siglo XIX hasta la década de los treinta. Era una apuesta por el entretenimiento masivo, auspiciado por el creciente poder adquisitivo durante la industrialización de la economía en Estados Unidos y mayor tiempo de esparcimiento al alcance de audiencias urbanas de clase media. Al igual que Sábado Gigante, el vaudeville consistía en series de actos separados, sin relación entre sí, atados por la conducción de un mismo programa. Los actos incluían a bailarines, magos, “freaks”, modelos mostrando las piernas, entrevistas a celebridades. Con la explosiva difusión de la televisión, fue en la década de los sesenta que el vaudeville teatral se transformó en “variety show”, para rápidamente tomarse la programación nocturna de las principales cadenas de televisión estadounidenses. Por su enfoque comercial, durante la Guerra Fría, el género llegó a convertirse en referente ideológico del sueño americano. 

En ese sentido, Don Francisco invitó a Latinoamérica al club. En 1986 se trasladó a Miami para producir con Univisión, la principal cadena televisiva en español en Estados Unidos. Y así, sindicándose en cuarenta países, Sábado Gigante poco a poco logró una presencia ubicua en la región. Don Francisco, por eso, siempre preguntaba el origen de quienes nerviosos se apuntaban a participar en sus concursos. La atención de mi abuelita volvía ante la mención de Ecuador. Se le humedecían los ojos.

Al igual que con las audiencias de Univisión, Sábado Gigante estaba dirigido en gran parte a inmigrantes latinoamericanos. Su atractivo era esa imagen de latinidad homogénea, enmarcada en el modelo variety, evocando un sueño americano propio pero con referencias latinoamericanas, acentos diversificados y el patriarcal humor de su conductor. En cierta manera, el show nos proyectaba más blancos, más gringos, capaces de producir las mismas luces, el mismo glamour televisado que hacían de la estética estadounidense el referente mundial. 

Todos cantaban en Sábado Gigante. Todos gritaban, en especial cuando entraba “la Cuatro”, un personaje estridente e ingenuo de cuyo aspecto —chiquito y descoordinado— Don Francisco se burlaba como parte del show. La Cuatro asumía el rol estereotipado de una mujer poco atractiva pero “necesitada”. Ante sus avances y coqueteos, Don Francisco generaba risas calmando su ímpetu o pretendiendo sorpresa  ante los eufemismos sexuales. La Cuatro era un personaje recurrente, a menudo la contraparte femenina de Don Francisco y una de las pocas mujeres en el programa que no cumplía con las medidas de las modelos. Su rol, por eso, de torpe y sumisa side-kick ejemplifica el machismo perpetuado en la narrativa del show. También se gritaba con “El chacal”, un ser encapuchado que con su trompeta decidía quién se iba y quién se quedaba en un concurso de canto. Su objetivo no era evaluar o juzgar talento, al Chacal le importaba y entretenía la interrupción estridente de quienes fracasaban en su intento, a menudo eliminados y mofados por características como su tamaño.  Cuando tronaba la trompeta, el público se unía en una arenga despidiendo a los concursantes eliminados del escenarios. Este era el segmento que nos gustaba ver. Nos reíamos y mi abuela también se animaba  a comentar el criterio artístico del Chacal y el criterio estético de la vestimenta de quienes concursaban. Pero el show parecía hecho para eso: Don Francisco hacía humor de gente con sobrepeso, sus personajes gays eran siempre caricaturizados a lo “loca” y sus segmentos cómicos con frecuencia hacían uso de estereotipos raciales de indígenas y negros. El segmento “Miss Colita” era un concurso donde mujeres desfilaban con tangas mientras Don Francisco comentaba y la audiencia votaba por la mejor trasero. 

Sin embargo, a pesar del morbo innegable de la premisa humillante del chacal, y a pesar de las voluptuosas modelos con mini-faldas en el fondo del escenario, y del carisma populachero de Don Francisco, los ratings de Sábado Gigante fueron decayendo desde hace ya varios años. El formato variety dependía de una visión estilizada del mundo que ya no convence como antes y que ahora, más bien se muestra como un tributo anacrónico y huachafo de otra época. Los chistes de Don Francisco, su paternalismo y condescendencia en el trato con las mujeres, así como el racismo en muchos de los personajes estereotipados en los sketchs del show ya no nos parecen chistosos. Por sobre todo, queda más claro e incuestionable que estos estereotipos no solo no nos representan sino que cosifican y deshumanizan la diferencia.

Este humor ya no vende porque esa imagen de Latinoamérica, como la de su equivalente norteamericano, se ha mostrado ingenua, chata y falsa. Ya no nos creemos el estereotipo homegeneizado de nuestra heterogeneidad. En ese sentido no se puede negar el progreso de una cultura de consumidores mediáticos más críticos en cuanto a valores de contenido y más exigentes en calidad. Por el momento, esta reconfiguración se evidencia en el bajo rating de shows como estos y el cuidado con el que la televisión angloparlante trata la representación de la latinidad. En la colección de DVD de los Looney Tunes, un anuncio al inicio de cada video clarifica que la manera con la que son estereotipadas ciertas culturas responde a los prejuicios de la época y que aunque son solo caricaturas, éstas representan visiones del mundo. Don Francisco nunca lo hizo, quizás porque nunca lo creyó.

Bajada

¿Por qué es una buena noticia que Don Francisco ya no esté en nuestras pantallas?