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Conocí el volunturismo –o viajar y ser voluntario– en el 2008. Ese año recorrí el mundo durante casi doce meses, y mi parada final fue la India. Quería conocer todo el país pero el caos en mi primer día –tráfico, bulla excesiva, vendedores demasiado insistentes– me hizo cambiar de opinión: decidí quedarme en Dharamsala y no salir de ahí. En esta ciudad al norte de la India vive la mayoría de refugiados del Tíbet y hay muchas oportunidades para ayudarlos. Por las mañanas iba a Rogpa, una guardería para niños tibetanos cuyas madres trabajan todo el día y no tenían dinero para pagar un cuidado. Por las tardes y a veces las noches, participaba en una organización que ayudaba a que los tibetanos aprendan o mejoren su inglés mediante conversaciones. En ocasiones fui traductora de las anécdotas de muchos jóvenes que huyeron del Tíbet y cruzaron los Himalayas para llegar a la India. En ese mes me di cuenta de que cuando ofrecemos parte de lo que somos –servicios, conocimiento– a otros seres, no solo los beneficiamos a ellos sino también, en gran medida, a nosotros.

Para ayudar, hay tres tipos principales de volunturismo: el que ayudas y no recibes ninguna gratificación económica, el que recibes comida y alojamiento a cambio de la asistencia, y el que necesitas habilidades específicas y un tiempo mínimo para hacerlo. El primero, de alguna manera el más informal, lo encuentras –la mayoría de veces– al llegar a los lugares que visitas. Por ejemplo, en un pueblo de Panamá hay una escuela de español donde se puede dar clases gratuitas de inglés a los jóvenes de la zona un par de horas a la semana. Quienes enseñan no reciben nada material pero es una oportunidad para servir e interactuar mejor con la gente del lugar. En el segundo, prestas tu tiempo y trabajo, y recibes comida o alojamiento a cambio. Hay varios sitios en internet que dan este servicio, en muchos debes pagar una inscripción entre 50 y 100 dólares por año. Nosotros hemos usado Work Away Info, y World Wide Opportunity in Organic Farms (WOOF). Esta red permite que jóvenes mayores de dieciocho trabajen en casas sustentables, granjas, huertas o ecoconstrucciones a cambio de casa y comida. Nosotros hicimos woofing en las Islas Vírgenes Británicas: a cambio de trabajar 4 o 5 horas al día –pintando, construyendo una puerta y trabajando con flores tropicales y “micro greens”– tuvimos alojamiento gratis y un poco de comida. Workaway info y HelpEx son dos servicios muy parecidos: te contactan con gente que necesita ayuda ya sea en hoteles, granjas, alguien que está construyendo una casa o empezando un proyecto ecológico o social. Es un servicio súper efectivo para quienes quieren seguir viajando, ahorrando un poco de dinero y sintiendo que están aportando en algo positivo. El tercer tipo de volunturismo es el más especializado porque requiere algún tipo de experiencia para ayudar. Una plataforma para esto es Moving World, un sitio con una membresia para conectarte con organizaciones sociales que necesitan habilidades profesionales específicas en diferentes lugares del mundo. Otra es Trabaja por el Mundo que además de publicar diferentes ofertas de trabajo tiene una sección de voluntariado con listado de organizaciones por países. Cuando quieres ayudar, siempre hay personas dispuestas a recibir esa ayuda.

Me volví a dar cuenta de esa necesidad cuando regresé a Australia de mi viaje por el mundo que terminó en la Dharamsala. En esa época me vinculé en voluntariado de organizaciones y causas que me parecen importantes. Colaboré en un proyecto de la Cruz Roja llamado El Club del Desayuno, que provee desayunos a colegios de familias de bajos recursos, y participé en Disabled Surfers Association, una asociación para ayudar a surfear a personas con diferentes tipos de parálisis físicas o discapacidades. Fue una de las experiencias más gratificantes de mi vida. En Australia, donde vivía, también di clases de inglés gratuitas para una comunidad muy grande de refugiados –en su mayoría hombres del Medio Oriente– para proveerles de las herramientas necesarias para adaptarse a su nuevo país y tener una mejor calidad de vida. Pero las obligaciones del trabajo y distracciones de la vida me quitaban cada vez más tiempo y casi no podía realizar este tipo de actividades. Pasaron varios años de estabilidad: mismo empleo, mismo lugar donde vivir, misma rutina, que era alegre pero después de todo, rutina. Mi esposo, también con espíritu viajero, me planteó la posibilidad de comprarnos un velero y viajar por algunos años. No teníamos un propósito premeditado, no lo elegimos, él nos escogió a nosotros. Dejamos Australia sin saber a qué nos dedicaríamos pero estábamos seguros que queríamos hacer algo con impacto en los demás y esa idea surgió en Ecuador cuando nos impresionó la cantidad de basura que veíamos en las playas.

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Con esa idea de mejorar el mundo, se nos ocurrió recoger las tapas plásticas de botellas que encontrábamos en la arena o el océano. Empezamos a limpiar playas y a conocer la cantidad de basura –sobre todo plástica– que hay en nuestros mares. Enfocarnos solo en las tapitas nos ayudó a sentir que estábamos causando un impacto positivo y que podíamos crear un cambio. Comenzamos a confeccionar alfombras utilizando alambre y tapas y luego hicimos portavasos e individuales. Antes de salir de Ecuador y continuar nuestro viaje, dimos charlas en el Colegio Alemán de Guayaquil donde tratamos de educar a los niños sobre la importancia de reducir nuestro consumo de plásticos por el efecto negativo que causa en nuestros mares y también en nosotros mismos. El plástico no se degrada sino que se rompe en pequeñas partículas que flotan en los mares acumulando contaminantes que son ingeridos por los peces que nosotros comemos.

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En cada lugar por donde pasamos, recogemos las tapas y limpiamos las playas. Se ha vuelto imposible no hacerlo porque por donde vamos encontramos basura que no podemos ignorar. Ahora tratamos de contactar a ONGs de los lugares que visitamos que ya estén trabajando en la conservación del medio ambiente, y vemos cómo podemos apoyarlas, en especial con charlas sobre los efectos del plástico. Así fue como en BVI nos unimos a un grupo de la comunidad Filipina y organizamos una limpieza del malecón de Road Town en Tortola y apoyamos a Green VI –una organización que promueve proyectos de reciclaje de vidrio reutilizándolo para producir adornos–. Con ellos tratamos de dar charlas en los colegios pero por leyes gubernamentales no pudimos hacerlo.

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En cada lugar que visitábamos tuvimos una experiencia enriquecedora. En la isla de Antigua, conocimos a Jennifer Meranto, una artista y activista que crea su arte con plásticos que encuentra cuando limpia playas. Ella tiene una página en Facebook –AdoptaCoastline– donde motiva a las personas de todo el mundo responsabilizarse de sus playas y a disminuir el consumo de plástico.

Aunque el cuidado del medio ambiente es nuestra primera prioridad mientras viajamos por el mundo en velero, estamos abiertos a otras causas importantes y si encontramos la oportunidad, ayudamos en lo que podemos. Por una revista de navegación nos enteramos de Hands Across the Sea, una organización que se dedica  a construir librerías en colegios de todo el Caribe del este y a donar libros nuevos para mejorar los niveles de alfabetización. Esta fundación la empezó una pareja de americanos veleristas cuando conocieron que en muchas de las islas los niños no tenían acceso a libros o si la tenían eran muy viejos y desactualizados. Trabajamos con esta fundación en dos islas diferentes: Antigua y Dominica. En la primera, ointamos el espacio donde será la librería, en la segunda, ayudamos a catalogar y organizar los nuevos libros donados. Interactuamos con los niños, conocimos un poco más su cultura, ya no éramos solo visitantes.  

Aunque hemos hecho varias cosas, sentimos que nuestra misión recién está empezando y sabemos que hay mucho más por hacer. Durante estos meses de viajes y de visitar aproximadamente veinte islas diferentes, vemos que el problema de la basura es muy grave. En muchas islas no tienen un sistema de reciclaje o de separación de basura, en otras todavía la queman y está regada en las calles porque sus habitantes sigue botándola ahí. En los pocos días que pasamos en Santa Marta, Colombia, caminamos por el malecón y observamos que la mayoría de vendedores ambulantes sirven sus productos en plástico desechable. Al final del día, la playa termina llena de basura, no solo por la gente que deja su basura sino por el viento que lleva los desechos de los tachos. Aquí en Panamá, las pequeñas comunidades que viven en islas del Archipiélago de Bocas del Toro, donde hemos estado hace casi un mes, tienen que pagar entre $1.50  a $2.00 por cada una de sus bolsas de basura. Muchos de ellos no quieren pagar ese valor y tienden a quemar su basura o la echan directamente en el mar.

Durante nuestro tiempo aquí hemos estado trabajando con dos ONGs, Sea Turtle Conservancy, y Bocas Eco Huellas, con quien hemos dado charlas en seis escuelas y colegios y proyectado Bag It, un documental sobre el plástico que narra las experiencias de un estadounidense que comienza a analizar cuánto plástico hay en nuestras vidas, y propone formas para disminuir nuestro consumo. Ha motivado a los estudiantes a trabajar en propuestas sobre cómo mejorar el problema de la basura y tendremos un concurso el 14 de agosto para escogeremos la mejor propuesta y trataremos de que se ponga en práctica en la comunidad.  

Después de Panamá continuaremos nuestro viaje hacia Ecuador y desde ya estamos trabajando en Mingas por el Mar, un proyecto para organizar varias limpiezas de playas y visitar colegios no sólo en Guayaquil sino en la costa para promover este mensaje y motivar a más gente a actuar.

Si no hubiera viajado, jamás hubiera conocido esta realidad y me hubiera motivado a actuar. Debemos mirarnos y entender que somos los que también producimos basura que podemos evitar con un cambio de hábitos: utilizando fundas reusables cuando vamos a los supermercados, rechazando comprar plásticos desechables y siendo más activos. La oceanógrafa y activista Sylvia Earle dice que: ‘El océano es el corazón azul de la tierra. Debemos cuidar de nuestro corazón porque gracias a los océanos tenemos vida en la tierra. Tenemos un buen chance para mejorar la situación. Pero no va a mejorar si no tomamos acción e inspiramos  a otros para que hagan lo mismo. Nadie está imposibilitado. Todos tenemos la capacidad para hacer algo”. Nosotros seguimos su filosofía en nuestra vida, en nuestro viaje.

La mejor forma de viajar es dando lo mejor de nosotros y siempre identificar a quién o cómo podemos ayudar en nuestro camino.

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El voluntariado en diferentes países es otra manera de entender el mundo

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