No se puede certificar la creación. Desde hace más de setenta años, las universidades ofrecen una maestría en sus planes de estudio: en escritura creativa. Pero es absurdo pensar que uno puede convertirse en un gran escritor sólo por recibir un título universitario. La academia sólo otorga credenciales, establece quién tiene el conocimiento para realizar una determinada actividad y quién no. Aquel que obtiene el título de abogado sabe de leyes, el que obtiene el de médico sabe curar enfermedades, y el que se gradúa de arquitecto sabe diseñar edificios. El Maestro en Escritura Creativa puede estar certificado en el uso correcto del lenguaje, pero no en producir libros de calidad. Además, como diría el poeta germano Rilke, los buenos escritores escriben producto de la necesidad, no de un mero gusto por las letras. Un poeta que escribe sin necesitarlo será siempre un mal poeta. La abundancia de escritores y la escasez de oportunidades han hecho pensar que la creación artística también puede enseñarse y certificarse.
La primera maestría en Escritura Creativa en Estados Unidos fue instituida en la Universidad de Iowa en 1936; hoy existen más de 229 en todo el país. Las conocidas MFA´s (Maestría en Bellas Artes por sus siglas en inglés), se han vuelto el centro de la literatura estadounidense en los últimos años. Autores como Susan Choi y Junot Díaz –egresados de la Universidad de Cornell– y David Foster Wallace –egresado de la Universidad de Arizona– representan una nueva generación de escritores educados en el arte del lenguaje dentro de un salón de clases. La calidad de la literatura que producen estos escritores es controversial –pues no todos creen que los libros que producen son de calidad–, así como lo que representará esta proliferación del credencialismo literario en los demás países. ¿Será que este es el inicio de la producción masiva de escritores a nivel mundial?
Puede que el énfasis en estas ciencias tenga que ver con el aumento de estas maestrías. Los alumnos prefieren programas con mejores índices de empleo, y los departamentos de literatura quieren demostrar que también son capaces de formar profesionales que puedan tener éxito en el mercado, algo similar a un MBA (Maestría en Administración de Negocios por sus siglas en inglés). Pero tener un título no garantiza nada a nadie. De acuerdo con el New York Times, cada año entre 3.000 y 4.000 escritores acreditados salen al mercado, y el 2015 alrededor de veinte mil personas aplicaron para entrar a uno de los programas. Además, la competencia es muy alta: la revista Poetry recibe más de cien mil propuestas al año y sólo publica 300 poemas. Y con todo y la importancia que parecen cobrar las credenciales universitarias para ser publicado, muchos de los escritores más reconocidos siguen estando al margen de las instituciones de educación superior: Edward Albee y Ray Bradbury son estudiados en muchas universidades y colegios sin tener una licenciatura, y J. K. Rowling y Emily St. John Mandel lideran las listas de los libros más vendidos sin necesidad de un MFA. Sin embargo, hay quienes confían en que ese título los llevará a ser grandes escritores.
Karen Russel, que obtuvo su maestría en la Universidad de Columbia, y cuyo primer libro fue finalista del premio Pulitzer en 2012, aseguró al New York Times que no sabe qué estaría escribiendo si no hubiera cursado el programa. Algo similar opina Gary Shteyngart, escritor de origen ruso, que aconseja a todos los jóvenes interesados obtener una Maestría en Escritura Creativa, pues asegura que sin ella “nadie tomará tu trabajo en serio”. No todos concuerdan con esto, incluso entre los egresados exitosos. Francesca Abbate, que recibió su MFA en la Universidad de Montana y es profesora del departamento de inglés de Beloit College, ríe cuando le pregunto sobre la especialización que ya ofrecen algunos programas de escritura creativa como el del Instituto Pratt de Nueva York en escritura ambiental o el de la Universidad del Sur de Maine en escritura sobre justicia social. Ella asegura que los programas de escritura creativa pueden ser muy buenos en enseñar cómo usar el lenguaje, pero que muy difícilmente convertirán en escritor a alguien que carezca de un genuino interés por las letras. Como si uno pudiera aprender cómo convertirse en el próximo Allen Ginsberg. Para Abbate, los programas de escritura creativa deben verse como un tiempo para disfrutar de lo que haces, para leer mucho y conocer gente afín, “porque después nada está garantizado”. Ahora que imparte clases de escritura creativa a jóvenes universitarios, intenta enseñarles que todos tenemos algo que decir, pero que eso no nos convierte necesariamente en escritores.
La calidad de un escritor solo puede medirse con sus textos. Ninguna institución puede dictar que uno será mejor que otro por haber tomado un curso. Si, como dice Gabriel Zaid en Dinero para la cultura, la universidad no es académica, y las grandes influencias del siglo XX no salieron de la universidad, sino que entraron a ella una vez que ya se habían gestado, habría que reconsiderar la literatura que busca lectores mostrando el título universitario antes que el texto. Como explica Zaid, la universidad, como cualquier otra burocracia, no estimula creatividad y tienden a generar reglas inflexibles que deben seguirse para que el trabajo sea válido. Las universidades podrán enseñar muy bien el uso del lenguaje pero, enseñar ideas, historias y experiencias es casi imposible. Y es justo de eso de lo que están hechas las grandes obras. No importa qué tan bien alguien sepa manejar el lenguaje, el escritor tiene que salir a vivir, a experimentar, a nutrirse de su entorno para poder escribir. La prosa puede ser clara, precisa, sin errores, pero si carece de sustancia el texto no llegará lejos. Lo mismo con la poesía: si no hay contenido en la forma o en la idea, el autor no vivirá mucho.
En el mundo hispano aún no hay un fenómeno comparable: en México sólo existe un programa de licenciatura enfocado a la creación literaria, y en Sudamérica unas pocas instituciones ofrecen el Máster. España lidera la adopción de dichos programas, en universidades prestigiosas como la Complutense de Madrid y la Pompeu Fabra en Barcelona. En Estados Unidos ya le han apostado al éxito que puede tener entre los jóvenes escritores hispanohablantes, y han puesto en marcha desde hace algunos años el programa de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Nueva York, que busca proyectar a nuevas figuras del castellano y promover el programa en nuestra lengua. La certificación literaria se expande, prometiendo crear al próximo Allen Ginsberg.
Es difícil creer que en las universidades no se enseña el canon en el mejor de los casos, o a escribir bestsellers en el peor. La renuencia a la innovación es frecuente en los departamentos de inglés, que se han limitado a enseñar fórmulas para escribir ensayos correctamente. Resulta complicado creer que propuestas realmente innovadoras que llevan el lenguaje al límite como La revolución electrónica de Burroughs o Howl de Ginsberg tengan cabida en programas universitarios. En sus ensayos, Burroughs no utiliza una estructura de introducción-desarrollo-conclusión, y Ginsberg escribe versículos con un exceso de repetición para llevar su mensaje en Howl. La universidad es un negocio, y como tal prioriza las exigencias de sus clientes: ganar lo suficiente para vivir decorosamente después de graduarse. Las historias de zombies no están mal, pero sí están muy lejos de hacer historia.
Una Maestría en Escritura Creativa puede ayudar a que un escritor en formación afine sus habilidades, termine un manuscrito y descubra algunas cosas del oficio, pero es un error creer que el programa creará un escritor. Son como los talleres de poesía: solamente van los que ya han escrito algunos versos, porque a nadie se le puede enseñar a convertirse en poeta. La diferencia de la creación artística con el resto de las disciplinas es que en estas últimas es muy difícil que alguien se forme solo, mientras que en el arte y la literatura es lo que casi siempre sucede. Nadie aprenderá por su cuenta a realizar una operación de corazón o a construir un puente, pero el escritor siempre tiene que encontrar su voz sin ayuda. Sin importar cuántas clases tome y la calidad de los maestros, el trabajo fundamental será de él. Sentarse a leer, escribir y madurar. Algo que ningún programa en Escritura Creativa va a poder cambiar.
¿Puede un diploma asegurarnos que seremos el próximo Allen Ginsberg?