Parecieron veintidós años. Más que parecieron, los fueron. En algunos segundos y un centro recordaron y revivieron veintidós años, los exorcizaron. Porque veinte no serán nada, como dice el tango de su prócer Gardel, pero veintidós sí: veintidós es vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro (lloran) otra vez. Lavezzi —el 22, justo el 22— la cruzó al segundo palo y la pelota se abrió, se abrió, alejándose de los defensores chilenos y del sueño de los hinchas argentinos que estaban en el Estadio Nacional. Por el segundo palo llegaba Higuaín; por el segundo palo tardaba en llegar Higuaín, y en esos segundos que fueron veintidós años los fanáticos gauchos recordaron todo, todo: el golazo de Adriano y los penales en la Copa América 2004, la definición por arriba de Palacio y el grito de Gotze en el último Mundial, las goleadas de Brasil en otras dos finales y una derrota contra Dinamarca en una Copa Confederaciones que no se llamaba Copa Confederaciones aún. Veintidós años e Higuaín entrando solo por el segundo palo, quizá recordando aquel mano a mano errado ante Neuer, hasta que vio y entendió que no llegaba, que la pelota se le iba, que debía hacer lo que miles de personas soñaban desde las gradas: se tiró. Se tiró y la desvió, y lo que un segundo después podría haber sido saque de arco y alargue y quizá penales fue un segundo antes y Argentina campeón, campeón, campeón, además del enmudecimiento de un país: el otro país. Chile todavía es Chile y Argentina ha vuelto a ser Argentina, campeón de un título grande veintidós años después de aquella Copa América de Ecuador, en 1993.

La primera imagen que buscaron las cámaras apenas el árbitro pitó (al equipo de Sampaoli le quedó tiempo para hacer dos pases y buscar un centro hereje que reventó Rojo) era la que millones de personas se habían preguntado cómo sería: la cara de Lionel Messi después de que Argentina se consagrara campeón. La respuesta ya está viralizada, luego de lo que pareció un guión, un justo guión: la última jugada de la final fue de él. Después de que Otamendi despejara un centro de Beausejour, Lavezzi la peinara y Banega se la diera en la mitad de la cancha, el mejor jugador de la Copa apretó R2 y barceloneó a Beausejour y Marcelo Díaz. Los dos lo quisieron frenar, como Chile lo había frenado con nueve faltas a lo largo del partido, un número insólito, pero Messi aceleró, gambeteó y quedó de frente al arco, generando lo que el equipo de Martino había esperado y planeado todo el partido: una contra, tres contra tres. El pase a Lavezzi fue como cuando la abre para Neymar, que suele esperar un segundo para devolvérsela a él, que siempre pica vacío, por el medio, como ayer. Pero Lavezzi prefirió a Higuaín, allá lejos, a veintidós años de distancia. E Higuaín prefirió la gloria, antes de lo que le había pasado en el último Mundial. Es una regla: los hombres que llevan barba siempre logran la redención.

Las vísperas de las fiestas siempre son más interesantes que las mismas fiestas. Se esperaba la final con más goles de la historia y fue 1-0 en el minuto final, después de un partido en el que se vio la peor versión de cada equipo. Intensas en el inicio, ambas selecciones intentaron hacerse de la pelota, y luego de que fuera Chile quien lo lograra, la final se estancó. Argentina entendió que era mejor esperar, alejando a Pastore, Di María, Messi y Agüero, y el local no elaboró una sola jugada con su marca. En muchos medios gauchos se habían preguntado si era conveniente renunciar al estilo que los había llevado a la definición para desacelerar y desactivar a Chile, y así fue: el campeón de la Copa se sabellizó, como en el Mundial, y le volvió a funcionar. “En algunas instancias hay que saber jugar con el rival”, escribió el diario Clarín. Aun generando casi lo mismo que Chile (un cabezazo de Agüero que tapó Bravo, un disparo de Lavezzi que daba miedo y terminó en las manos del arquero), Argentina demostró ser más peligrosa que antes: sabía atacar, sabía arrasar, y en el partido más importante de todos demostró que también sabe defender, abortar. Lo que todos los equipos buscan está ahora en uno solo. Un disparo de Alexis que despejó un central argentino y le quedó a Vidal, que ensayó una volea que tapó Romero, fue lo más parecido a una jugada que tuvo la selección de Sampaoli. Luego, las dos más claras fueron por dos pases largos ante una Argentina que había querido, justamente, presionar arriba —y se descuidó abajo: Vargas y Alexis patearon por arriba del travesaño.

“Arrasamos a todos, menos al equipo que teníamos que arrasar”, escribió el diario El Mercurio en su editorial, duro también con Sampaoli: “Sabía que su plan podía no funcionar y aun así no tuvo reacción. Y otra vez sacó a Valdivia, que había sido el mejor del equipo”. En la Argentina, mientras tanto, casi siempre se lo había criticado a Gerardo Martino por los cambios, pero ayer, el ex técnico del Barcelona se reivindicó: entendió que Lavezzi podía hacer la banda como Di María (despejó en defensa y asistió en ataque en el gol) y que la presencia física de Higuaín sería más molesta para los tres defensores chilenos. No, Tevez no entró, pero la selfie que se sacó con la copa ya la vio todo el mundo.

En una entrevista que concedió antes de esta competencia, Javier Mascherano contó que nunca se había sentido tan seguro e indestructible en su selección como cuando empataron 0-0 contra Holanda, en la semifinal del último Mundial. “Podíamos jugar dos horas más, que nunca nos iban a meter un gol”, dijo el subcapitán. Su Argentina logró ayer la misma imbatibilidad, la misma sensación, con la diferencia que surgió lo que había faltado en Brasil: la luz del 10. Es fácil imaginar lo que se habría dicho y escrito si esa jugada no hubiera terminado en gol: “Está mal puesta la cinta de capitán. Terminemos con esto. El mejor jugador del mundo no nos representa en los momentos importantes. Su actuación de ayer fue, directamente, indignante”, o cosas así. Pero Messi nos ofreció otra realidad. Messi la pidió como durante todo el partido, recibió, aceleró, gambeteó, Lavezzi asistió, Higuaín definió. Y en el mejor minuto de todos, el último, Argentina gritó campeón. Argentina gritó lo que tanto esperaba: que el mundo volviera a la normalidad.