elecciones_mexico.jpg
voto_en_mexico.jpg

Los candidatos independientes llegaron al poder en México, y con ellos un cúmulo de expectativas. El pasado domingo 7 de junio, México tuvo elecciones intermedias en donde 1.996 cargos estuvieron en juego, entre ellos los quinientos curules de la cámara baja y nueve gobernaturas. Los independientes —que en algunos casos ni siquiera eran considerados por las encuestadoras— fueron la gran sorpresa, pues por vez primera  en la historia de la democracia mexicana ocuparán puestos importantes de elección popular. México ocupa el puesto 103 (de 175 países) en el Índice de Percepción de la Corrupción 2014 —el peor puesto entre las naciones que pertenecen a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE)—. La población que está harta de la corrupción ve en los sin partido una esperanza de cambio y progreso. El periodista Leopoldo López, en Milenio, dijo que los independientes “mostraron que es posible romper la hegemonía de los poderes establecidos y crear nuevas formas de hacer política”. Pero solo hemos visto sus campañas. Algunos tienen un pasado muy ligado a partidos políticos, y sus campañas se centran en decir que son independientes; es peligroso reducir la política a eso. A pesar de la tensión que vive el país, más personas salieron a votar que en la pasada contienda, pero el balance es desalentador: una veintena de políticos muertos en campaña, elecciones canceladas en algunas comunidades por boicots, y un pueblo que no tiene memoria y refrenda la hegemonía de un partido político que sostuvo el poder sin interrupciones durante 70 años: el Partido Revolucionario Institucional (PRI). La llegada de los independientes es importante, pero están lejos de ser la solución absoluta a la política mexicana.

Gracias a la reforma a la ley electoral en 2014, un candidato sin afiliación política gobernará un estado. Jaime Rodríguez Calderón, mejor conocido como El Bronco, dio cátedra de cómo ganar una elección sin el apoyo de una bandera, al derrotar el bipartidismo PRI-PAN que se mantenía en Nuevo León, estado que aloja a Monterrey, la segunda ciudad más importante del país. No menos importante es lo que sucedió en Jalisco, donde el joven tapatío Pedro Kumamoto ganó la primera diputación local independiente de la historia, con una campaña que mostró los excesos de las tradicionales: hecha por diecisiete voluntarios, sin espectaculares o anuncios en prensa, regalando separadores de libros y con una inversión total de apenas 230 mil pesos (catorce mil setecientos dólares), la mayoría proveniente de donantes, comparada con la de los partidos que tuvieron topes de un millón 235 mil pesos. En Michoacán ocurrió algo similar: el candidato independiente Alfonso Martínez Alcázar obtuvo la alcaldía de Morelia, el municipio más importante del estado, con una diferencia de apenas siete mil votos en una de 720.000 habitantes.

El golpe a los grandes partidos es muestra inequívoca del descontento social, y es evidente sobre todo en los sectores más educados. Las promesas de campaña no llegan, la inseguridad aumenta y las soluciones no aparecen. De acuerdo a cifras oficiales, en veinte meses del actual gobierno se registraron 29.417 averiguaciones previas por homicidios dolosos, cifra muy superior a las 18.451 registradas en el mismo periodo del sexenio anterior. El discurso político se ha desgastado y aburre, especialmente a la clase con mayores índices de escolaridad, que siente hartazgo y poca fe en los aparatos gubernamentales. Kumamoto, por ejemplo, ganó en el distrito con mayor índice de escolaridad en el estado, en un país donde el 41% de la población mayor de 15 años se encuentra en rezago educativo, según datos del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la UNAM.

La prensa refleja el entusiasmo por el triunfo de los candidatos independientes. Un artículo de Diego Petersen Farah para la revista Nexos se titula “Kumamoto, o el día que los jóvenes habitaron la política”, una alabanza al triunfo del jalisciense. Joaquín López Dóriga –el conductor del noticiero de Televisa, el más importante del país– escribió un tuit que decía: «Histórico. Nuevo León tendrá a un gobernador sin partido». Unos días después, El Bronco diría en una entrevista con la misma Televisa que no gobernará con ella. Será tiempo de que los independientes escriban su historia, pero no se les debe sobreestimar.

El Bronco fue alcalde por tres años –de 2009 a 2012– por el PRI y Martínez Alcázar fungió como diputado por el Partido Acción Nacional (PAN). El triunfo de Kumamoto es un gran logro, sobre todo por la forma de ganar, pero no tendrá el camino fácil: en un congreso dominado por alianzas, favores y compadrazgos, las posibilidades de que se ahogue son altas. Los independientes deberán demostrar que no son miembros honorarios de los partidos que acaban de dejar, porque es preocupante la falta de propuestas. La bandera de los tres sin partido que ganaron —pero principalmente de Martínez Alcázar y El Bronco— es ser independientes, y casi se podría reducir su campaña a decir: “Yo no voy a robar, no voy a enriquecer a mis amigos, sí voy a hacer algo por el pueblo”. El Bronco decía en uno de sus spots: “Imagínense, nomás, si ganamos esta elección vamos a demostrarle al país que los partidos no tienen por qué robarse los miles de millones de pesos que ellos mismos se autorizaron”. Pero esa es su obligación, y está lejos de ser algo por lo que se les deba aplaudir como héroes. Los extremos de corrupción a los que se ha llegado, como la mansión que compró la primera dama con una tasa de interés bajísima a una de las constructoras más beneficiadas por el actual gobierno, o el presidente municipal que ordenó la muerte de más de 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, hacen creer que alguien honesto es un milagro. Pero si la política se reduce a no robar, tendremos candidatos que no robarán pero no dirán nada de cómo crear empleos, no pondrán a sus compadres en las secretarías pero no explicarán cómo controlar la inflación, en fin, dirigentes que no tomarán dinero público pero no harán nada más. Los independientes en México no son comparables al cambio que trajo Tsipras a Grecia, o lo que busca Pablo Iglesias al frente de Podemos en España, líderes que han llevado el debate al terreno de las ideas políticas, del mejor camino a seguir, antes que pedir el voto solo por no pertenecer a un partido.

Hugo H. Carrasco, profesor y politólogo de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), dice que “lo malo de los independientes es que una vez terminado su mandato, no existe posibilidad de continuidad (en caso de relativo éxito) ni de rendición de cuentas (en caso de una gestión desastrosa)”. Por otro lado, existe el riesgo de que no se vea la utilidad que los independientes pueden tener más allá de ser independientes. Dice Carrasco: “que no se vea que los candidatos independientes pueden empezar a desmoronar las estructuras corporativas, que pueden abrir espacios y que pueden ser el pivote para empezar a pedir cuentas a los políticos y que estos respondan por sus actos”. Los independientes son una vía de democratización, pero no son la única y mucho menos la absoluta. No deben verse como la salvación, sino como un escalón para mejorar.

Cómo dice Carrasco, tres independientes en el cargo no solucionarán los problemas de la política mexicana. Igual que los votos nulos: no alcanzan para reformar el sistema. Después de la masacre de Iguala, la creciente ola de violencia en los estados de Guerrero, Michoacán, Jalisco y Tamaulipas, los escándalos de las propiedades presidenciales y del gabinete, la predicción de participación no era buena. La Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y los padres de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa convocaron a un boicot generalizado de las elecciones. Ante esto, los intelectuales salieron a llamar al voto y surgió otro debate, encabezado por la politóloga Denise Dresser y el abogado Roberto Duque: si se debía anular el voto o no. La idea suena tentadora como forma de protesta, sin embargo, no sirve: los asientos se reparten de acuerdo al número de votos duros (votos por un partido o candidato independiente), de modo que anular solo es útil si todos lo practican. En cualquier otro caso da más poder a los partidos. Pero el que un líder de opinión importante como Denise Dresser dijera lo contrario causó mucha confusión en la clase media.

La confusión se vio acentuada por la inseguridad, que amenazaba la seguridad de los votantes. México cerró las campañas del 2015 con un saldo de 20 políticos muertos —entre candidatos y personal de campaña—, y al menos otros 20 recibían protección federal porque sus vidas peligraban. Y los ataques no respetaron colores: en el Estado de México asesinaron a un candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD), en Guerrero a uno del PRI y en Michoacán a uno del recién creado Movimiento Regeneración Nacional (Morena). Candidatos del PAN y del Partido Social Demócrata (PSD) también sufrieron ataques con armas de fuego. En un país azotado por la violencia, ahora parece que ser postularse como candidato es un acto de valentía, y algunos dicen –de forma exagerada– que ser político en México ya es tan peligroso como ser periodista. La delincuencia organizada demuestra su capacidad para competir con el estado y este su incapacidad para reaccionar y contenerla.

Con todo y la convulsión social, el 47% de los votantes salieron a las urnas, casi tres puntos más que en las últimas intermedias de 2009 (44.6%). Un logro de la sociedad mexicana que dice “no” a la idea de que el descontento aleja a la población de las urnas, y muestra que muchos entienden que la forma de cambiar a los políticos corruptos es salir a votar y castigar a quien se quiera.

Voto En Mexico

Como habían anunciado, la CNTE y los padres de los 43 jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa, intentaron boicotear las elecciones. Los maestros se oponen a la evaluación docente y los padres piden a gritos desde hace meses que el gobierno dé una explicación a la tragedia que convulsionó al país en septiembre. En Oaxaca, donde la CNTE tiene mayor fuerza, los maestros quemaron 30 casillas e impidieron la instalación de otras tantas, y los enfrentamientos con las autoridades resultaron en más de 70 detenidos. Los padres de Ayotzinapa tuvieron más éxito: el boicot al que convocaron provocó la cancelación de las elecciones en el municipio de Tixtla, donde se encuentra la escuela Normal a la que acudían los desaparecidos. Ahí no hubo detenidos, y quienes se enfrentaron a los normalistas no fueron los policías, sino los habitantes del municipio inconformes con la quema de casillas. Parece que el gobierno de Peña Nieto prefiere dejarlos hacer algunos destrozos antes que explicar qué pasó en la noche del 26 de septiembre de 2014.

Al final, lo peor es la escena grande, con los resultados enfrente. El PRI volvió a ganar, con diez millones y medio de votos, o casi el 30%. Su aliado incondicional, el Partido Verde, que violó constantemente las leyes electorales y aun así no perdió el registro, obtuvo el 7%, para darle a la revolución institucional la mayoría relativa en el congreso. El triunfo de candidatos independientes es un paso importante como forma de mostrar descontento, pero el panorama es desalentador. Diez millones y medio de mexicanos salieron el domingo 7 de junio a refrendar un sistema opresor, corrupto y nepotista. La masacre del 68 debería ser razón suficiente para que en México no se volviera a votar por el PRI, pero cómo explicarse que después de Iguala, la inseguridad, los múltiples escándalos por conflictos de interés que envuelven al presidente, su familia y el gabinete por compra de mansiones con mínimas tasas de interés a empresas muy beneficiadas por los proyectos gubernamentales, las inauditas declaraciones de sus hijas que  insultan de la sociedad o callan cuando se les pregunta sobre los problemas del país, los despilfarros en viajes oficiales (en especial el viaje a Inglaterra), los constantes recortes a la estimación del crecimiento económico en los últimos meses, y la caída del peso frente al dólar, la mayor parte de los votantes sigan pidiendo más de lo mismo.

Bajada

¿Está sobreestimado el triunfo de los candidatos independientes?