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El ex presidente del Ecuador, Jaime Roldós, creía que cada dictadura que existía en América Latina justificaba otra dictadura. Es probable que esa teoría —que lo llevó a enfrentarse con los  líderes antidemocráticos de la región— sea la razón detrás de su asesinato disfrazado de desastre aéreo. Sin embargo, para muchos que se identifican como guardianes de la democracia, el uso de golpes de Estado como solución política parece aún aceptable. El miércoles 17 de junio de 2015, caminando por la avenida Shyris de Quito, el grito que más escuché fue “#FueraCorreaFuera”. Es el síntoma de que todavía falta mucho para desarrollar una cultura democrática, sin la que no habrá instituciones firmes y estables que trascienden la coyuntura política.

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Dos señores que sostienen la contradicción de llamar a la solidaridad mientras siembran división

De la misma manera que cada dictadura justifica otra dictadura, cada golpe de estado justifica otro golpe de Estado. Los que salen a la calle no para expresar un malestar, sino con la intención de que la presidencia de Rafael Correa termine, deben reconocer que su éxito no traerá una época de paz, unión y estabilidad económica. De hecho, su éxito simplemente retrasará la llegada de una democracia verdadera.

Su golpe justificará los siguientes golpes: hoy es #FueraCorreaFuera. Mañana será #FueraRodasFuera. Y después, #FueraLassoFuera. Y después. Y después. Y después (como tantas veces): Cualquier grupo minoritario con una buena capacidad de convocatoria podrá interrumpir el proceso democrático e imponer su voluntad sobre los demás. La cultura de golpes de Estado continuará. Es una rueda perversa que no para de girar, pero que no nos lleva a ningún lado. Como si estuviese atascada en el lodo, o suspendida en el aire.

Hasta que eliminemos esa posibilidad como una opción para manejar nuestro descontento político, habrá más de los mismo: los gobiernos de turno seguirán profundizando la división ciudadana, porque su capacidad de mantenerse en el poder no dependerá de un diálogo abierto entre diferentes sectores, sino en su habilidad de mostrar la prevalencia del músculo de su militancia sobre otras. Si seguimos con golpes de Estado, no habrá fortalecimiento de las instituciones públicas, ya que ceder el control de cualquier institución significará generar debilidad y vulnerabilidad para sostener el poder. La inversión extranjera — que tanta falta nos hace para desarrollar nuevas industrias nativas— tampoco llegará, porque es justamente la inestabilidad política continúa que disuade cualquier inversión grande que genere beneficios en el largo plazo.

Resumir todos los problemas políticos del Ecuador como una cuestión del gobierno de turno es tener una visión de muy corto plazo. La falta de compromiso con la democracia viene desde los que gobiernan, pero también la padece la oposición: no puedes reemplazar un grupo antidemocrático con otro grupo antidemocrático, y esperar que la democracia crezca de la nada. Es como seguir sembrando malahierba con la esperanza de que florezcan rosas.

La responsabilidad de generar una cultura democrática verdadera es de todos. La cultura política sostiene el comportamiento de los actores de los dos lados, y la única forma de cambiar esa cultura es modificando nuestro comportamiento. Decir “ellos no son democráticos, entonces tampoco podemos insistir en una solución en las urnas” es actuar sin principios.

Si tus principios y valores son relativos a la actuación de tus adversarios, pues, en realidad, no tienes ni principios ni valores. La democracia no es simplemente tener elecciones o institucionalidad fuerte: la democracia es un principio que trasciende todo problema político. Para los verdaderos demócratas, la única solución para resolver diferencias es en las urnas.

En tiempos de crisis las voces de los moderados tienden a ser dominadas por las voces de los extremistas. Por eso, es importante que los demócratas tomemos un tiempo para recordar nuestros principios. Cuando el Presidente dice que solo quiere hablar con oposición “de buena fe” —seguramente definida por él—, y cuando el experiodista y excandidato Carlos Vera dice que “con la dictadura no se debate: se combate,” están manifestando una misma cultura política antidemocrática, en la que el diálogo no se da por la descalificación (unilateral) del otro. En una cultura democrática el diálogo es una puerta que nunca se cierra a nadie. No es un aditivo secundario a la democracia: es su esencia sagrada.

¿Deberíamos salir a la calle a expresar descontento? Sí. ¿Deberíamos exigir que el Gobierno se comporte de una manera más democrática? Definitivamente. ¿#FuerraCorreaFuera? No, gracias: que una persona o partido se perpetúe en el poder sin consultar con el pueblo representa una amenaza al orden democrático, pero eso no justifica la validación de un golpe de estado como alternativa a una elección popular. El futuro de la democracia ecuatoriana está en las manos de todos: hoy tenemos que elegir ser el país en que queramos vivir mañana.  

Bajada

La irresponsabilidad de gritar como siempre hemos gritado