Con ustedes no va a pasar nada –le dijo Beckenbauer a Maturana–. Tienen un buen equipo, pero no tienen historia”.

Maturana no lo podía creer. “¿Cómo que no tenemos historia, si llevamos 17 partidos sin perder?”, le contestó. Faltaban algunos meses para el Mundial de Estados Unidos 94, y la Selección Colombia -su Selección Colombia- era el Cirque du Soleil: Valderrama, Asprilla, Rincón, Valencia, Valenciano, el 5-0 a Argentina en el Monumental. Pero Beckenbauer, que había conducido a Alemania a la conquista del Mundial 90, le recordó al técnico colombiano la única palabra de la que no podían disponer: historia.

“Historia es aquella cosa que hace que en el momento complicado usted no dé el 100%, sino el 120%, y esa historia no se consigue jugando, se consigue viendo –le enseñó el alemán–. Usted va a Brasil y cualquiera tuvo un hermano o un primo o un vecino que jugó un Mundial. Dígame, su figura, Iguarán, ¿a quién vio jugar en un Mundial? ¿Y Valderrama? ¿Y Rincón?”.

Maturana había llamado a Beckenbauer, Menotti y Bilardo, entonces campeones de tres de los últimos cuatro mundiales, y a todos les había preguntado lo mismo: “¿Qué tengo que hacer?”. La pregunta y la conversación las develó el técnico colombiano en una entrevista que le concedió a la revista española Líbero, antes del último Mundial. ¿Qué hay que hacer, entonces, cuando la historia no se consigue jugando, se consigue viendo, y es un teatro ciego tu país? ¿Qué hay que hacer, entonces, para construir un prócer? ¿Cómo se hace, cómo, cuando ese prócer, encima, el primer prócer de todos, tenés que ser vos?

La Chile de Sampaoli y la Colombia de Pekerman son las únicas dos selecciones de esta Copa América que han jurado negarse. Eliminaciones prematuras, debilidad frente a los grandes, travesaños de pinillas, consoladores cuartos de final: nada de eso –nada– podrá volver a suceder.

“Creo que después de 100 años redescubrimos nuestra identidad a través del fútbol –posteó hace seis años en su Facebook, mientras a la Roja la refundaba Bielsa, el escritor chileno Jorge Baradit–. Nos descubrimos como lo que siempre hemos sido, como lo que cuentan nuestras historias: más pequeños, más alejados, más desprotegidos, rodeados de terremotos, maremotos y tragedias gigantes, pero volcánicos y aguerridos. Descubrimos que canalizando nuestro magma disciplinadamente nos convertimos en un enjambre guerrero contra el que ni los poderosos pueden hacer mucho”.

Pero entonces -aunque fuera cierta la observación- el poderoso Brasil hizo mucho: en los octavos de final del Mundial de Sudáfrica goleó 3-0 al Chile volcánico y aguerrido, y a Chile le pareció bien; era Brasil, eran los octavos: mucho más no se podía pedir. Colombia ha sentido algo parecido en el último Mundial. Cuartos de final, contra Brasil, en Brasil: mucho más no se puede pedir. Pero Chile ya ha superado esa instancia. La Chile de Bielsa Reloaded, Jorge Sampaoli, perdió en octavos en el 2014 y el técnico, ahora sí, se calentó: «No, no me importa que haya sido por penales, no me importa haber jugado mejor que Brasil. Nos fuimos de la Copa, y yo no me conformo porque haya sido, como dicen, dignamente”.

Para cambiar el mundo primero hay que crearse una ficción, y Sampaoli se la creó: Chile será campeón. Como siempre, las palabras son lo primero; después viene todo lo demás.

Hubo una sola selección que en los últimos cuarenta años logró lo que Chile y Colombia anhelan: la España de Vicente Del Bosque y Luis Aragonés. Al revés de lo que había enseñado Beckenbauer, la Nueva Furia consiguió una historia jugando, no viendo. Errata: como lo que había para ver en su reciente pasado europeo y su vida mundialista no le gustó, lo reescribió. Fue en junio de 2008. España no pasaba nunca los cuartos de final. Ni contra Andorra ni contra Alemania: desde la final de la Euro 84, contra Francia, que no los podía pasar. En Viena, por la Euro de Austria, se enfrentó a Italia. “Admito que llegué a desconfiar (…). Pensé que nos pasarían por encima, heredé todos los complejos y horas antes quise ser lo imposible, alemán, alto, contundente, ahorrador”, escribió Juanma Trueba, cronista del diario As. “Lo primero es el convencimiento, saber hacia dónde se va, cómo se llega a ese lugar –le contó Aragonés, después de ganar aquella Euro, al diario argentino Olé–. Y la mejor virtud de España era que se olvidaba del rival. Y la tocaba, y la tenía. Y no se la podías sacar”. Y así había jugado, olvidándose de Italia y los complejos, y le ganó. Por penales, pero luego de un partido en el que había jugado así, desheredándose del pasado, como se lo había prometido cuando se creó su ficción.

Como España, Chile y Colombia también se han creado la suya: nos impondremos a los grandes, seremos inalterables, gritaremos campeón. Vencidos los complejos, sentirán los riesgos del nuevo prócer: transformarse en un horrible argentino al que después nada le viene bien.