La noche en la que Pastore se recibió de Zidane, la Argentina de Martino comprobó cuál es el precio de meterle un gol a Uruguay: el hombro izquierdo de Sergio Agüero. El Kun encogió el cuello como una tortuga para que su cabeza se escabullera entre el centro de Zabaleta y la guillotina de Giménez, y luego se la pasó agarrándose el hombro, la cabeza, una oreja, un ojo, el cuello, abollado por la marca que durante todo el partido le había hecho Godín, hasta que a diez minutos del final lo reemplazó Tevez y en el banco le preguntaron cuál era su obra social. Argentina jugó como quiso jugar Argentina, aunque Uruguay haya jugado –mucho tiempo– como quiso jugar Uruguay. “Bienvenidos a la Copa América”, anunció Mascherano en la zona mixta. Uno de los punteros del Grupo B salió de la noche con el traje arañado pero el flequillo siempre intacto, sin mancillar. El peligro y la elegancia no confluyen solamente en James Bond.
Aunque Messi pateó al arco por primera vez a los 13 minutos del segundo tiempo, aunque Di María jugó mal, aunque el uruguayo Rolán le erró al arco después de que Romero haya dejado corto un derechazo de Maxi Pereira, y aunque Romero haya salvado el 1-0 a un minuto del final con un atajadón a contrapierna a Abel Hernández, la selección argentina celebró su partido porque había logrado las bondades a las que Martino les reza antes de cada cena o mientras sale a caminar: una paciencia inalterable, un orden inalterable, un control inalterable, durante 70, 75 minutos o más. Los Supersónicos tuvieron la serenidad de la rambla uruguaya y Pastore, la noche que siempre soñó en París. A los 34 minutos surfeó una pelota, giró sobre ella, descolocó a Arévalo Ríos y la abrió para Rojo. El día que resolvamos el problema del tiempo, ha dicho Borges, el mundo será nuestro una vez más. Al menos anoche, el mundo ha sido de Pastore; el tiempo, los tiempos, han sido siempre de él.
Uruguay había desactivado a Argentina y a Messi con una presión que comandó, en el anillo central, Álvaro González. Sólo a Rojo lo dejaban libre para salir. Messi y Di María habían quedado lejos, vagabundeando por el centro, hasta que Pastore empezó a encontrar los pases de Biglia a la espalda de Arévalo Ríos; al darse vuelta, el enganche tenía a los zurdos huracanándose a su alrededor, mientras Rojo y Zabaleta se paraban como wings, pese a su sueldo de lateral. Fueron 24 minutos los que tardó Argentina en encontrar a la Argentina: Di María dominó de diez y la abrió a la derecha, para Messi, que mientras Zabaleta le pasaba por detrás la cruzó al segundo palo, para Agüero. El Kun cabeceó cruzado y Muslera atajó la pelota más venenosa: la que siempre se mete –susurrando– al lado de un pie.
Al fútbol no lo gobiernan los ataques ni las highlights que se ven por televisión: al fútbol lo gobiernan el aplomo, la sensación. El campeón de América tuvo el 1-0 con un cabezazo de Rolán y otro de Godín que pasaron ahí nomás, tuvo el 1-0 con un derechazo de Maxi Pereira que tapó Romero, tuvo a Lodeiro haciéndose el Pastore en tres jugadas, tuvo a Godín controlando al Kun, y justo se había parado 20 metros más arriba cuando Argentina le convirtió. Pero el aplomo fue del subcampeón mundial. Aun sin patear al arco (y aun sin técnico, porque a Martino lo habían expulsado), Messi se paró entre el centro y la derecha e imantó a todos los uruguayos que habían votado a Tabaré. Lo iban a buscar de a uno, de a dos, de a tres: Messi fue Riquelme, Maradona y Batman, sacándose malandras de encima en un lateral o un callejón. Nunca –salvo en el 1-0 mundialista contra Bélgica, quizá– se había visto un Messi así. Y así, Argentina hizo lo que tampoco había hecho nunca: dominar los nervios, el tiempo. El aplomo, la sensación.
“¡Eso, eso! ¡Sigan circulando, encuentren el lugar!”, había gritado Martino cuando el partido iba 0-0, mientras el público argentino lo traducía, cada tanto, con otro grito: “¡A estos p… les tenemos que ganar!”. Nos reservamos la identidad de la pe porque finalmente hubo otra, más importante, vital. “¡Jueguen por afuera!”, gritó Pautasso, la pe definitiva, el ayudante de Martino, el técnico de la selección por 45 minutos y un poco más. Y Pastore zidaneó, y la abrió, obediente, para que Zabaleta lanzara ese centro marca premier. Al hombro de Agüero ya sabemos cómo le fue.
Argentina sobrevive al peligro uruguayo con la elegancia de Pastore y un golazo del Kun.