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Hay una historia sobre el Parque Lago -en el embalse de Chongón-, que me encanta. Es sobre un aficionado al canotaje y su amistad con un buitre llamado Pancho. El señor debe ser uno de los pocos habitantes de Guayaquil que, de manera constante, usa este increíble recurso de esparcimiento de la ciudad. Ha recorrido el embalse desde hace tanto tiempo que conoce los pequeños rincones y recovecos que definen el perímetro del agua del embalse. Un día, hace ya varios años, mientras remaba, un buitre juvenil se posó en la proa de su kayak, y desde ese momento se transformó en una especie de mascota: cada vez que se subía a su delgada embarcación y remaba, Pancho -como bautizó al buitre- lo acompañaba sobrevolando y a veces posándose en su proa. En una ocasión, el ave siguió su camioneta hasta el peaje, en el camino de vuelta a Guayaquil. Cuando le pregunté al señor -que resultó ser biólogo- por qué el buitre se había encariñado tanto con él, me dijo que quizás porque era casi que el único humano que recorre esos lugares del embalse y porque el buitre se acercó desde pequeño, sin miedo a él.

Esta historia siempre me motivó a pensar en cómo un recurso natural de esparcimiento con tanto potencial como el embalse de Chongón es usado de una manera tan limitada por los habitantes de Guayaquil, una ciudad que está rodeada de verde pero no tiene áreas de esparcimiento utilizables. Esa es su maldición: por haber sido fundada entre espesos e imponentes manglares y cerros llenos de bosques, al parecer el espíritu desde su incepción es el de “pelearse contra la naturaleza”. Tenemos una predisposición psicológica de mantener nuestra abundante fertilidad natural al margen de la ciudad y no permitir que pedazos de ella -bien distribuidos- habiten entre nosotros, dentro de lo que consideramos nuestra zona segura. El embalse de Chongón es un área fuera del actual perímetro urbano de Guayaquil, pero parece que ese miedo a que la naturaleza invada nuestra zona segura, se refleja también en los sitios de esparcimiento natural fuera -pero adyacentes- a este perímetro.

En cierta forma, esta manera de actuar me recuerda a una línea de Charlotte Gainsbourg en Anticristo de Lars Von Trier: “La Naturaleza es la Iglesia de Satanás”. Y me pregunto: ¿Será que aparte de la lucha contra la naturaleza que entablaron nuestros predecesores al fundar Guayaquil, también peleamos contra la ‘madre’ naturaleza por una suerte de influencia religiosa patriarcal y misógina? ¿Por qué vemos en la naturaleza lo pagano, lo femenino (fertilidad) lo no regulado, lo libre? Cualquiera que sea la lógica detrás de nuestra psicosis, en la práctica, desde un punto de vista social, de salud pública, de rentabilidad comercial y de índices de criminalidad, nuestra deliberada tendencia a separarnos del entorno natural, es una política de planeamiento urbano bien pendeja.

Nos llegan muchas noticias sobre la polución y destrucción del medio ambiente en China. Muchas de ellas son ciertas pero ocultan una paradoja que viví a diario cuando trabajé en Asia: el asiático, por más que planee una ciudad futurista de decenas de millones de habitantes, jamás aísla demarcando un límite segregado entre la naturaleza y el entorno construido.

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Eana Park Base Architects

En todos los proyectos que realicé en China, no solo por regulación estatal sino más que nada por iniciativa de los promotores, todo recurso natural -en especial embalses- se consideran un ‘asset’ clave para el diseño. Podría decir que todos los macrolotes en los que me tocó diseñar ciudadelas, campus universitarios o CBD’s (central business districts) fueron escogidos por los gobiernos locales o promotores basados en la presencia de un lago o río natural (vale comentar aquí que los Chinos prefieren no crear lagos artificiales porque significa pelearse un poco con los flujos naturales, lo cual puede causar problemas inesperados como inundaciones a futuro). Recuerdo un proyecto en particular en el campus universitario de Wuhan donde el requisito principal fue el fomentar una relación directa entre las instalaciones del proyecto -aulas para cursos de posgrado- con un pequeño embalse natural adyacente al terreno. A pesar de que el programa del edificio no tenía inherentemente ninguna relación con el uso del agua (ya que eran mayoritariamente aulas) en China, demostró que todo edificio aumenta su valor si se lo pone en diálogo con la naturaleza. Y fue justo con un proyecto de recuperación de un río contaminado en China que vino a mi mente de nuevo la oportunidad perdida que es el embalse de Chongón.

La ciudad de Liupanshuien, en la provincia china de Guizhou, solía ser un centro industrial y minero. El río Suichenghe que cruzaba su territorio se había convertido por años en un tipo de alcantarilla abierta donde se depositaban los residuos de las plantas de carbón, acero y cemento de la region.  Por casos como este, y debido a la gran importancia que la población les da a estos recursos naturales de esparcimiento, desde hace poco la dirección de China ha empezado a cambiar: pasó de tener como meta solamente el crecimiento acelerado de su PIB a mejorar las condiciones del ambiente y reducir la polución existente. Por eso, el gobierno local de Liupanshuien decidió emprender una campaña de limpieza integral de su río y luego de mucho análisis se decidió que la mejor manera de revivir al Suichenghe iba a ser usarlo extensivamente como destino de esparcimiento local para los habitantes de la región. Luego de análisis de casos anteriores se descubrió que los espacios naturales más usados son usualmente los más cuidados (y por ende recuperados). La gente cuida lo que usa.

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La oficina de urbanismo China Turenscape transformó esta denominada “zanja sin vida” en un destino para la ciudad, más que nada jugando con pequeños diques que forman lagunas de contemplación y jardines a lo largo de las orillas del río, así aumentó el área transitable a pie y creó pequeños “bolsillos” espaciales de diferentes escalas,  algunos pequeños para encuentros privados y otros más grandes para congregaciones de una escala mas cívica. Complementando estas rutas zigzagueantes creadas en la superficie, el atractivo más llamativo del diseño es una serie de coloridas caminerías elevadas para peatones y ciclistas. Ahora que se usa como un destino de recreación de los habitantes de la zona,  se ha logrado que los ciudadanos se preocupen por presionar a las industrias a no contaminar el río y en al mismo tiempo el gobierno local ha progresado exitosamente en la limpieza de sus aguas.  

Y obviamente no solo en China ni solo desde el sector público, los elementos naturales son valorados de gran manera. En Europa y América del Norte, la tendencia de los promotores inmobiliarios es el desarrollo de proyectos urbanísticos alrededor de un ‘feature’ natural. En cierta forma, estos rasgos naturales como ríos, embalses o lagos podrían ser considerados como las “anclas comerciales” de un mall: el gran imán que garantiza el ‘footfall’ de usuarios al proyecto de Northerly Island en Chicago son las orillas del lago Michigan. En este caso, lo interesante del concepto es el amalgamiento de dos funciones que parecerían disímiles: por un lado, el esparcimiento y la contemplación de la naturaleza del lago, y por el otro, la congregación de grandes masas de gente para eventos como conciertos, desfiles o deportes. Los arquitectos logran esta yuxtaposición de los volúmenes arquitectónicos con los rasgos paisajísticos existentes en el sitio programas.

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A pesar de que ambos proyectos, el de Liupanshuien y el de Chicago, tienen una concepción distinta y sus condicionantes, su entorno cultural y su respuesta son bastante diferentes, ambos tienen en común una cosa:  el uso intensivo del recurso natural de forma ordenada por dos razones: porque los habitantes lo demandan, y porque su uso garantiza su conservación. De esta forma se establece un circulo virtuoso: mientras más se usa, más se mejora, y al mejorar, más valioso y utilizado se vuelve el recurso.

Ejemplos como este, hacen que uno se percate de las diferencias culturales que tenemos.  Mientras que en China y en Norteamérica se invierten esfuerzo y tiempo en recuperar un cuerpo de agua natural por considerarlo un recurso invaluable, acá en Guayaquil tenemos un embalse en un estado relativamente bueno y muy cerca a la ciudad, como Chongón, pero sin un plan o infraestructura que ayuden a los ciudadanos a disfrutarlo fácil y cómodamente.

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Seguramente el señor que rema en el Parque Lago de Chongón y su mascota Pancho el buitre estarán felices de ser los únicos que usen el embalse habitualmente, pero mientras siga siendo poco conocido y utilizado por los ciudadanos, el embalse corre el riesgo a futuro de ser descuidado.  Solo se cuida lo que se usa.

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Los ríos y lagos tienen un potencial para el urbanismo que los guayaquileños no aprovechamos

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