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Cuando mi prima mayor anunció que era bisexual y que tenía novia, no sabía qué esperar de mi familia. En nuestra casa no había nada más sagrado que Dios y la familia. Todos los domingos, sin falta, íbamos a misa, y luego una treintena de familiares nos juntábamos para almorzar y cenar juntos. En las noches leíamos la Biblia antes de dormir, y en la infancia, nuestros papás nos enviaban a campamentos religiosos de verano donde hacíamos deportes y estudiábamos las escrituras. Los amigos de la iglesia eran panas de la vida, y buscábamos en la religión una respuesta a los problemas del día a día. A pesar de que mi familia paterna era protestante, mis padres creían en la pluralidad: Me enviaron al catecismo católico y a un colegio también católico. Eventualmente fui bautizado en una iglesia protestante y en una católica. La religión era importante en nuestras vidas, y por eso era normal la incertidumbre sobre cómo la familia iba a tomar la noticia de mi prima. 

Mis abuelos paternos eran el eje central de la familia, y tenían la última palabra en temas con matices religiosos. Por lo tanto, ellos decidieron la reacción colectiva que íbamos a tener frente a la revelación de mi prima. Jesús –dijo mi abuela– no rechazaba a nadie excepto a: 1) Las figuras religiosas del día, los moralizadores que rezaban en público y pretendían hablar en nombre de Dios, y 2) Los que compraban y vendían en el templo. Mis abuelos nos recordaron que, en cambio, Jesús daba agua del pozo a las mujeres rechazadas por la sociedad, y que debíamos buscar en su ejemplo nuestro comportamiento. Mi prima había tenido un matrimonio heterosexual fracasado y una serie de problemas para encontrar estabilidad en su vida, hasta que conoció a la mujer con quién compartiría más de diez años. Aunque a mi familia conservadora le tomó un tiempo acostumbrarse a la idea de la igualdad de matrimonio, creímos que nuestra posición estaba muy alineada con los ejemplos que nos dejó el Nuevo Testamento.

Siempre habrá quienes busquen en la Biblia una justificación para sus prejuicios. Pero esa perspectiva más bien representa una religión a la carta que tiende a desembocar en una telaraña demasiado compleja, insostenible: Levítico tiene tres versículos que prohíben consumir camarón y Deuteronomio 22:9 prohíbe sembrar dos plantas en un solo viñedo. En mi familia nos enseñaron que con tantas restricciones, los cristianos pueden perderse en los detalles, y que por eso debíamos prestar atención a Mateo 7:5 cuando Jesús dice, “¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano”. 

Los más grandes detractores del matrimonio igualitario son los grupos religiosos. No es la primera vez que Dios es usado para justificar prejuicios. El apartheid de los sudafricanos blancos tenía su base en el calvinismo afrikáner, que dictaba que los blancos eran los elegidos de Dios y tenían derecho de subordinar a los negros idólatras. El Ku Klux Klan (KKK) justificaba su persecución de negros en el nombre de la pureza de la raza blanca protestante e invocaba símbolos religiosos como las cruces encendidas. Pero esas dos ideologías –que antes dominaban en sus respectivos territorios– han sido rechazadas por cristianos de la corriente principal. Aquello demuestra que la interpretación de la Biblia para justificar actos en la tierra es una cuestión en cambio constante.

Al final, el matrimonio es un contrato del Estado, y Dios no tiene por qué intervenir, de la misma forma que no interviene en la venta de un inmueble. Los argumentos sobre la “definición tradicional” de matrimonio son inexactas. Tendrían que reconocer que el matrimonio monógamo –es decir, entre dos personas– es un concepto bastante moderno en la mayoría de sociedades actuales: la Biblia no condena la poligamia. El Rey Salomón, por ejemplo, tenía 700 esposas y 300 concubinas.

El desarrollo es plural

Nosotros, los heterosexuales, tenemos que insistir en los derechos de los homosexuales. En Ecuador hay mucho trabajo por hacer para alcanzar una verdadera igualdad de oportunidades entre los distintos grupos étnicos y sociales. Y los derechos legales de los LGBTI representan una de las últimas fronteras a vencer para crear una sociedad de igualdad ante la ley. Las razones no son solo humanitarias, también son económicas: El urbanista Richard Florida ha demostrado que en Estados Unidos, las comunidades más amigables con los gays son las más avanzadas en materia económica. En 1998, Florida investigaba los lugares con mayor concentración de industrias de alta tecnología y de gente talentosa en Estados Unidos. Al mismo tiempo, un estudiante de doctorado en Carnegie Mellon (Pittsburgh), Gary Gates, investigaba las ciudades que concentraban las mayores cantidades de homosexuales. Las dos listas coincidieron. Luego, Florida hizo otra investigación, el Index Bohemio, que mostraba los lugares más escogidos por artistas, escritores y músicos para vivir. Esa tercera lista también coincidía con las dos anteriores. En su ensayo The Rise of the Creative Class, Florida explica que “la gente talentosa busca un entorno abierto a las diferencias. Muchas personas altamente creativas, sin importar su etnia ni su orientación sexual, crecieron sintiéndose outsiders”. Las nuevas industrias líderes en el mundo se basan en la creatividad y el conocimiento, y las comunidades más diversas y más abiertas son más propensas a dirigir esas industrias. 

El Ecuador no avanzará si no avanzamos todos juntos: ricos, pobres, mestizos, indígenas, negros, heterosexuales, homosexuales y todos los grupos sociales. Al final, todos somos ciudadanos, y esa condición de ciudadanos trasciende las clasificaciones. El imperio español aprendió que las docenas de clasificaciones de castas no ayudaron a organizar el mundo. Y hoy necesitamos entender que la sexualidad y el género son temas demasiado complejos para limitarse a definiciones obsoletas. Mientras más rápido lleguemos a la aceptación legal y social de las personas LGBT, más rápido podremos concentrarnos en crear un Ecuador donde los únicos factores diferenciadores entre el uno y el otro sean el talento, las ganas y el esfuerzo.

Bajada

¿Cómo nos dicen la economía y la religión que aceptemos a las minorías?