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Lo primero que atrae cuando se recorren las calles de Taipéi es la extrema delicadeza de la estética con la que los comerciantes ofrecen sus productos. El sistema visual de la ciudad se manifiesta en el empaque de un producto cualquiera: desde un caldo de pollo exprés -elaborado por un diseñador que le dedicó buenas horas de trabajo- hasta el más fino té de Formosa en una caja que obedece a una larga tradición de artesanía local. Los empaques son una delicia desde que uno los mira, y eso hace que la experiencia del producto empiece por los ojos.

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La capital taiwanesa vive el diseño en cada paso. Su gobierno local en conjunto con su gente ha destinado espacios patrimoniales rehabilitados a la promoción de la creatividad. Aquí se vive el mantra de la gran Jane Jacobs, tal vez la urbanista más famosa de la historia: “Las nuevas ideas necesitan edificios viejos”. A lo largo de la ciudad hay varios nodos creativos: museos de diseño, centros artísticos y bibliotecas que replantean la relación de esas milenarias instituciones con sus usuarios. Todo ese esfuerzo les ha valido la designación como Capital Mundial del Diseño en 2016. La promoción y las actividades -de primer nivel- que una ciudad congrega cuando logra una designación de este tipo, constituyen una oportunidad inmensa para insertarse en redes globales. Lo más importante, sin embargo, es que toda la atención que recibe promueve que el diseño se expanda a lo largo del territorio. Este proceso hace que caminar por las calles de Taipéi sea una experiencia urbana delicada y de una elegancia muy discreta.

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El distrito de Xinyi es quizás el más cosmopolita de los dieciséis que conforman esta ciudad de 2.7 millones de habitantes. Allí se ubica uno de sus hitos más importantes: la torre Taipéi 101. En esas calles, donde cada local y cada vitrina que se camina es más interesante que la anterior, se turnan los grandes edificios de las casas internacionales de moda con hermosísimas y tradicionales casas de té y modestos restaurantes familiares con lujosas galerías que muestran el milenario arte chino. Los diversos estímulos visuales constituyen un equilibrio entre lo antiguo y moderno y lo monumental e íntimo, que recuerda el principio de dualidad del Tao te Qin, el clásico libro chino que inspiró a miles de pensadores de oriente.

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Una de esas paradas en el distrito de Xinyi es el Parque Creativo y Cultural Songshan. A primera vista parece un parque normal, pero al recorrerlo resulta ser una multiplicación de rincones de aprendizaje, esparcimiento, recreación, gastronomía, ocio y comercio, con el hilo conductor del urbanismo pedagógico. Este concepto se aplica a obras de equipamiento para la ciudad cuya interacción con el usuario difunde ideas de convivencia en el espacio público, buenas prácticas y su sistema visual característico, sin el cual Taipéi no sería la misma. En este caso, es una antigua fábrica de tabacos, de la cual sobreviven varios galpones hoy convertidos en tiendas de diseño, cafeterías, restaurantes, museos y espacios de exposición. Hasta allí todo suena más o menos convencional, incluso para contextos menos asertivos al demostrar su creatividad como el ecuatoriano.

 

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La genialidad del Parque Creativo rompe con paradigmas urbanísticos de todo tipo: Su plan no se sustenta en el diseño sino en la capacidad de atraer usuarios. Hay una intención clarísima de ofrecer muchas y muy distintas actividades, aprovechando la redundancia de invitaciones a utilizar el espacio para congregar mucha gente con intereses diferentes. Espacios para meditar, para bailar, para hacer deporte o sentarse a leer un buen libro no son desaprovechados por la gran cantidad de gente que utiliza el parque. Lo importante es lograr que los usuarios permanezcan por largo tiempo. El gobierno local comprendió que el requisito sine qua non para una ciudad creativa es la diversidad, y ha desarrollado varios espacios como este, donde locales y visitantes se encuentran e intercambian ideas. Otra característica única del parque es que desafía la noción de que los espacios culturales deben ser impolutos y su gestión no debe mezclarse con iniciativas comerciales. Songshan es de esos espacios rarísimos en ciudades poco capaces de reírse de sí mismas, en los que un centro comercial y un hotel no son mal vistos dentro de un parque sino como componentes de un centro cultural. Sobre todo, porque la presencia de locales atractivos y rentables donde se compra desde souvenirs hasta muebles de diseño permite experimentar con formas creativas de financiar la cultura y hacerla sostenible.

 

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No contentos con ir en contra de toda corriente y mezclar el shopping con la cultura, la plaza exterior del hotel que está dentro del Parque Songshan cuenta con una actividad adicional: acoge un pequeño grupo de “Food Trucks” que ofrece alternativas gastronómicas rápidas, innovadoras y muy bien empaquetadas. Esos conspicuos camioncitos circulan en muchísimas ciudades alrededor del mundo, pero en nuestro país por motivos regulatorios están vetados de andar por las calles.

La experiencia del espacio es única: además del parque, las cafeterías, restaurantes y Food Trucks, juegos para niños, exposiciones y museos y el hotel y centro comercial, se ha reservado algunas de sus naves industriales como espacios comunitarios para la organización de eventos. Un paseo en el parque cultural es una actividad que necesariamente lleva todo el día y de la que se sale siempre con alguna enseñanza nueva.

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No ir a los “grandes éxitos” de las ciudades a las que viajo ha probado ser una estrategia con grandes recompensas. Salir del circuito turístico permite conocer otras facetas de la cultura local que no salen en los libros. Si quiero postales, es más fácil comprarlas en línea desde casa que hacer filas interminables para ver un cliché. Conocer lugares como Songshan, por el contrario, da una perspectiva distinta. Mirar la ciudad desde la manera en que ella nos presenta su oferta de espacios públicos, de fomento de las ideas, de inserción en redes globales y de promoción, deja maravillosas lecciones. La principal, que comparto aquí, es la inmensa oportunidad que tendríamos en las ciudades ecuatorianas si nos abrimos a hacer proyectos distintos, innovadores, que revolucionen la gestión y que cambien paradigmas y creencias que a veces detienen el avance de las ciudades.

A veces, viajar al otro lado del mundo nos enseña más sobre nuestra propia tierra.

 

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El urbanismo pedagógico como atractivo turístico en Taipéi

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