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Dos días después de haber sido devuelto a su madre, Gaspard corre por el lobby de un hotel de Guayaquil. Lleva un chupón celeste en la boca, una pantaloneta verde oliva, una camiseta gris y unos zapatos plásticos, como los que usan los médicos en el quirófano. Tiene dos años, la cabeza dorada y redonda –como un limón en un verso de García Lorca–, y apenas balbucea sus primeras palabras en su lengua vernácula, el francés. Arianais, su mamá, camina detrás de él, que no deja de dar vueltas, ni de asomarse a la vitrina de la chocolates de la cafetería donde conversamos. Él no lo sabe –cómo podría– pero durante días, miles de personas en el Ecuador –y en el mundo– lo buscaban.

El domingo ocho de marzo de 2015 mientras estaba bajo el cuidado de su padre, Andrés B., Gaspard desapareció. La mañana del viernes anterior, su mamá lo había dejado en casa de sus abuelos paternos, en un barrio residencial de Guayaquil. “Ese era el acuerdo: Gaspard pasaba un día con Andrés B., el siguiente conmigo”, dice Arianais en un español que da ligeros tropezones en las eres y remata en una curva melódica creciente.

Gaspard es –como tantos otros– un hijo de padres que viven en diferentes países. En París, su mamá; su papá, en Guayaquil, donde el pequeño –que había cumplido dos años en enero– estaba de visita por un mes. Durante una semana, el régimen de visitas acordado funcionó. Pero ese viernes, el delicado equilibrio sobre el que se tambalean las relaciones entre padres separados empezó a resquebrajarse: en lugar de decirle que recogiera a Gaspard, Andrés B. le avisó que lo llevaría a una piscina, y no volvió contestarle el teléfono. A las siete de la noche, según Arianais, le dijo que no se había sentido bien y había decidido irse a Salinas –un balneario del Pacífico– a una hora y media de Guayaquil. Contrariada por la decisión de su ex pareja, Arianais le exigió que se lo entregara al día siguiente, a las cinco de la tarde en el hotel de cuatro estrellas que la familia de Andrés B. tiene en el centro de la ciudad.

Nunca llegó.

Dos horas después, Arianais recibió la última noticia que tendría de él: no iba a regresar de Salinas. Eran los primeros momentos de un calvario de treinta y tres días, dos blogs, tres juicios y miles de comentarios y preguntas en redes sociales.

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Arianais se enamoró del Ecuador cuando tenía veinte años. Llegó de vacaciones a la playa larga de Montañita, en 2004. Le gustó tanto, que volvió algunas veces. La última –en 2012– conoció a Andrés B. Él tenía un bar frente a la iglesia de Montañita. A ella –parisina, artista hija de artistas– le pareció un tipo divertido y relajado. Andrés B. le alquiló una habitación en su casa de Olón (la comuna contigua a Montañita), se gustaron, y se enamoraron. Después de dos meses, Arianais regresó a Francia, sin saber que estaba embarazada.

Decidió volver. Voló a Guayaquil para conocer a la familia de Andrés B. “Me sentí muy acogida. Era muy agradable tener una familia tan grande”, recuerda, “Hicimos un babyshower”. Un mes y medio después, regresó a París, donde nació Gaspard en enero de 2013. Andrés B.  estuvo en el parto, y se quedó cinco meses con ellos. En septiembre, se mudaron a Ecuador donde Andrés B. tenía un negocio de ventas de cortinas. Vivieron en una ciudadela de la vía a Samborondón, un suburbio de ricos de Guayaquil. Ahí, las líneas de la vida empezaron a separarlos. “Peleábamos mucho, y como yo no hablo bien español, me cansaba”, dice Arianais. Según ella, el hombre gracioso que conoció en Montañita era en realidad, un tipo rudo y agresivo: “Me decía cosas muy feas, es alguien que sabe utilizar muy bien las palabras para herir”. Dice, además, que era racista –“una vez en París no se quiso subir a un taxi porque el conductor era negro”– y homofóbico –“yo tengo un amigo gay y Andrés B. no quería que se acerque a mi hijo, nunca supe por qué”–. La situación se volvió intolerable. Para inicios del año siguiente, ella y Gaspard estaban de vuelta en su casa del distrito X de París. Un día de mayo de 2014, cuenta, sin previo aviso, Andrés B. tocó su puerta. Ella asegura que él le prometió quedarse treinta días. Se quedó ocho meses.

Arianais dice que le dio posada (y hasta le prestó dinero) por tonta. “Quería ser su amiga para que mi hijo tenga dos papás que se lleven bien”, explica mientras recuerda que tiene un documento en que Andrés B. reconocía una deuda de ochocientos euros que se comprometía a pagar en ocho cuotas mensuales, algo que ella asegura que jamás cumplió.

La historia, contada desde el otro lado se lee de forma muy diferente. Cuando la desaparición de Gaspard se convirtió en un asunto de interés nacional (gracias a la viralización del hasthtag #FindGaspard y la cobertura mediática que logró), apareció un blog para contrarrestar la campaña. Se llamaba Salvemos a Gaspard, y su autor –se suponía– era Andrés B., aunque en una carta pública él ha negado serlo, y una prima suya se ha atribuido la creación  del sitio. El registro del blog se hizo en Estados Unidos, por lo que no es difícil pensar que no era Andrés B. quien subía la información, ni posteaba esas entradas. Sin embargo, aún se pueden leer en su perfil de Facebook los documentos judiciales que ordenaban que Gaspard sea puesto bajo el cuidado de sus abuelos paternos por –decía el Juez– “la inminencia de presunciones graves de maltrato infantil por parte de la madre del niño”. Hasta el dos de abril de 2015, Andrés B. parecía –al menos eso se puede entender de su perfil de Facebook– determinado a demostrar las acusaciones de abuso que, sostenía, le infligía Arianais a su hijo: “No publico las pruebas del maltrato infantil presentadas a los jueces en los distintos procesos judiciales iniciados, debido a su fuerte contenido sexual y atentatorio contra la dignidad de mi hijo”. El blog era un recurso más en la pulseada virtual y mediática.

La primera entrada de SalvemosaGaspard.com se titulaba “Mi historia”. Abría con esta línea “Conocí a una mujer francesa en un bar, todo fue tan fácil con ella, que me dejé guiar por mis instintos, así somos los hombres, por desgracia, en el momento en que se nos presenta tener una relación sexual no estamos preocupados del currículum de la mujer con la que estamos”. Más adelante decía “Me di cuenta de que mi hijo corría tanto peligro en el mundo de su madre en donde es tan común reunirse en parejas con sus respectivos hijos, quedarse desnudos, intercambiar parejas, hacer orgías, drogarse, beber licor”. Era un cuadro aterrador, que el autor –o la autora– del blog creía probar mostrando fotos de Arianis sumergida en una bañera. Se le veían, apenas, los senos. Eran de una sesión fotográfica para una marca de joyas. También publicó una fotografía donde Arianais salía desnuda, de cuerpo entero, en un reportaje de 2011 de la edición francesa de la revista Cosmopolitan. “Esa foto no estaba en mi perfil de Facebook, porque esa revista estaba guardada en un cajón en mi casa”, dice Arianais. Si eso es cierto, ¿cómo llegó, entonces, desde un velador en París a las manos de quien subía la información en Estados Unidos?

Otra familiar de Andrés B. publicó en su perfil de Facebook una advertencia “Si alguien está pensando en compartirme algo sobre una zorrilla francesa que está buscando algo que no debería, por favor avisen de una vez para eliminarlo de mi lista de contactos”. Unos minutos después, la borró. Marion Ecalle, una francesa que gerencia un teatro en Guayaquil me dijo “lo que más me choca es que la autora del blog sea mujer, y la que escribió eso de la zorrilla francesa, también”. Como una de las pocas amigas que tenía Arianais en Guayaquil, Ecalle estuvo en la búsqueda de Gaspard desde el principio. “Me llamaron a decir que no me meta en asuntos domésticos”. Cuando le pregunto quién le hizo la llamada, se rehúsa a contestar. “Pero, sabes, era una mujer también. El peor machista es el que existe en la mente de una mujer”. La búsqueda de Gaspard había pasado de un asunto doméstico que debería ventilarse en privado, a una discusión social sobre misoginia y xenofobia.

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Alrededor de Gaspard giran tres procesos judiciales. Uno de tenencia –suspendido hasta que apareciera el niño–, otro de recuperación del menor –que inicio Arianais el once de marzo para recuperar a su hijo–, y un juicio de medidas de protección, iniciado por Andrés B., para resguardar a Gaspard de los abusos de los que acusaba a su madre. En esa causa, se ordenó que el niño pasara la custodia temporal de sus abuelos paternos. Según el Juez había “indicios serios de acciones que van en contra de un adecuado desarrollo físico, psicológico, cognitivo, emocional de la integridad y sexual del niño”.  A veces, los sistemas judiciales no parecen tener mucho que ver con la justicia, sino con un intrincado enfrentamiento de tecnicismos. En este caso, ese truco retórico consiste en desnaturalizar un concepto universal llamado “interés superior del niño”.

Según el especialista en Derecho de la Niñez y la Adolescencia Farith Simon lo que debería ser una herramienta de meticulosa aplicación, en Latinoamérica se ha usado como paraguas para la legitimación de subjetividades. Es decir, “el interés superior del niño” se vuelve, en realidad, un subterfugio para que los jueces puedan aplicar sus convicciones personales. “Ya pasó” –explica Simon– “en el caso Atala Riffo, en que la Corte Suprema de Chile le negó la tenencia de su hija a una mujer que convivía con su pareja homosexual”. El tribunal chileno no estaba pensando en el bienestar de la niña, sino aplicando sus prejuicios: suponían que vivir con una pareja de lesbianas podría afectarla, aunque no exista evidencia científica seria que así lo demostrara. En el caso de Gaspard, sucedía lo mismo: a un juez le parecía que un par de sesiones fotográficas de desnudos eran suficiente prueba para presumir que una mujer no estaba calificada para cuidar a su hijo de dos años.

Fue en ese momento en que las redes sociales demostraron que pueden servir para algo más que para descargar el exceso biliar. La amplificación de la historia a través de Twitter le consiguió a Arianis un coro de miles de voces que preguntaban por su Gaspard: #FindGaspard se usó en casi seis mil tuits en una semana y el nombre del niño en casi diez mil más, según la herramienta de medición Topsy.com. La presión crecía, y el juez que había ordenado que sea puesto bajo cuidado de sus abuelos, fue removido del cargo. La jueza que lo reemplazó, revocó esa disposición y el dos de abril ordenó que Gaspard sea devuelto de inmediato a su madre.

Cuando la Policía fue a buscarlo, no lo encontraron en casa de sus abuelos. El caso tomó un giro drástico: ya sin autoridad legal para retener al niño, el hecho de que no volviera de inmediato con su madre podría modificar la naturaleza del caso. Ya no solo intervendría la Dirección Nacional de Policía Especializada para Niños, Niñas y Adolescentes (Dinapen), sino la Dirección Nacional de Delitos contra la Vida, Muertes Violentas, Desaparecidos, Extorsión y Secuestros (Dinased). El Ministro de Gobierno, José Serrano, siempre afecto a publicar en Twitter sus impresiones sobre los casos que dirige, tuiteó en la mañana del ocho de abril “estamos operando este plagio con la UNASE”, en referencia a la Unidad Antisecuestros de la Policía. Si Gaspard no aparecía pronto, su padre y sus abuelos podrían enfrentarse a una acusación penal.  

Ese mismo día, uno de los abogados de Andrés B. contactó a sus colegas que patrocinaban a Arianais. Capituló en nombre de su cliente: entregaría a Gaspard. Llegó con el niño y una niñera, y –bajo la mirada de la Policía– después de firmar un documento titulado “Acta de Entrega del Menor”, lo devolvió a su madre. Karla Morales, directora de la organización Human Rights for all –que asesoró a Arianais durante la última etapa de la recuperación de su hijo–, subió una de las primeras fotos del reencuentro. Gaspard parece tranquilo, abstraído e inmune a la parafernalia mediática y social que lo ha envuelto durante los días precedentes. Lleva su chupón celeste, y juega con un peluche, sentado en el regazo de su madre. “Gaspard estaba súper asustado con tanta gente. Yo no sabía si Gaspard sabía que me iba a ver” –me cuenta Arianais– “Está muy bien, desde que lo reencontré. Después de media hora estaba normal. Pero sí creo que le va a afectar, de apariencia parece todo normal, pero lo voy a llevar a un psicólogo”. Con el retorno de Gaspard a su madre, dos de los juicios que estaban abiertos –el de medidas de protección y el de recuperación del menor– concluyen de forma casi automática. El proceso por su tenencia –suspendido mientras los otros dos se resolvían– continuará. Ese es el pleito que Arianais quiere resolver, para poder volver a casa, en el distrito X de París, cerca de la estación de trenes Gare du Nord, por donde caminan todas las mañanas, de ida al kindergarten, y todas las tardes, de paso por la panadería donde compran la golosina favorita de Gaspard: pan baguette. Esos paseos deberán esperar aún.

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Reconstruir esta historia desde el lado de Andrés B. es difícil. Su paradero es aún desconocido. Sus abogados no han dado declaraciones. Una de ellos prometió una rueda de prensa para el nueve de abril, y para esa misma fecha me citó en su oficina. No hubo rueda de prensa. Tampoco entrevista: habíamos hablado durante la semana y me había anticipado que me daría todas las pruebas que le daban la razón a Andrés B. Cuando llegué a su despacho, su secretaria me dijo –de una manera muy cordial, casi compungida– que la doctora había cancelado toda su agenda de la semana y que estaba apenas de paso por su consultorio. La recepcionista me invitó, amablemente, a que me fuera. Las respuestas que podrían aportar luces sobre la versión de Andrés B. de los hechos no se dieron. El otro abogado de Andrés B. no contesta el teléfono. Es probable que no responda llamadas de números desconocidos, o que haya decidido no hacerlo mientras patrocine este caso de alto perfil público. En la devolución de Gaspard, aparece como Mediador. Nada ha cambiado. 

Todo lo que se sabe de Andrés B es breve, y ha sido dicho por personas que prefieren no ser mencionadas. Una amiga suya me dijo “es un buen tipo”, y alguien que lo conoció en la época en que tenía el bar en Montañita lo describió como “un hippie buena gente por un lado, y por otro, un man como superior, que llevaba su verdad por dentro. Una verdad que va por encima de los demás”. Una amiga que asegura haber hablado con él, dijo en un post de Facebook “Pese a que no lo he visto últimamente, sé de qué madera está hecho, su formación y, sobre todo, de lo que es capaz y de lo que no”. La verdad es que ninguna de las personas con las que hablé –incluida Arianais– creían que este viacrucis era posible.

Andrés B. se equivocó. Así lo reconoció en el comunicado que envió a diario El Universo. “Quiero pedir disculpas a los involucrados en la búsqueda de mi hijo Gaspard, especialmente a su madre, Arianais. También a quienes se preocuparon por este caso y a mi familia por la difícil posición la que los puse”. Esa declaración es un vuelco en su estrategia legal. “Lamento mucho el manejo que se dio a la situación. No lo justifico, pero a veces los sentimientos superan el razonamiento”, escribió. Pero para Arianais las disculpas no serán suficientes: “Yo quiero que Andrés y sus padres sean sancionados, porque hicieron algo que va en contra de la ley en todo el mundo” dice levantando apenas su aguda voz francesa. “A mí me gustó lo que dijo el Ministro, espero que lo siga”, remata, sin titubeos, en referencia a otro tuit del ministro Serrano: el acta de entrega es, según él, “formalismo y estrategia de abogado del presunto plagiador para que no se juzgue por delito cometido”. Para Arianais, el retorno de Gaspard es un alivio supremo, pero ni de lejos es el fin del caso.

Cuando le pregunto cómo está, ahora que Gaspard ha aparecido, me responde “estresada”. Dice que no quiere irse del Ecuador sin resolver la situación legal de su hijo, pero que se siente insegura en Guayaquil. Alguien –cuya identidad se niega revelar– le ha dicho que van a intentar quitárselo de nuevo. No quiere pensar mucho más allá de los días que ahora tiene por delante.

La primera vez que hablamos, antes de que Gaspard apareciera, me dijo que aún a pesar de lo que sucedía no creía que su hijo debía crecer sin su padre. Ahora, cuando conversamos ya con Gaspard agarrado de su falda de flores, me dice que no ha tomado una decisión, pero que después de todo lo sucedido, no tenía ninguna prisa por hacerlo. Me cuenta que el ministro Serrano la llamó, pero que no sabe qué le dijo. “Gaspard estaba jugando, y su bulla hacía que no le entienda al Ministro” –me dice sonriendo, con la mirada verde agua que le chisporrotea– “Voy a tener que devolverle la llamada”. Ser mamá es –supongo– relegar las palabras del funcionario más implacable de un gobierno para privilegiar el ruido del juego los hijos.

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En el lobby del hotel donde nos hemos encontrado, Arianais le ha perdido el paso a Gaspard. Es un niño inquieto que mira al techo, por la ventana, al piso y a los huéspedes que entran y salen de los ascensores. Está a unos siete metros de su madre. Durante treinta y tres días, Arianais no sabía qué tan grande –o pequeña– era la distancia que los separaba. La desaparición de un hijo es un infierno infinito porque es el perpetuo recorrido de una lejanía inconmensurable.

Arianais da una orden de madre: le basta pronunciar el nombre de su hijo, para que él entienda que debe dejar de enredarse en las piernas de los extraños y volver a ella. Se da la vuelta, la ve –la reconoce: es mamá quién llama– y corre con la carrerita torpe de los niños pequeños. Abre los brazos y los ojos y, sin soltar el chupón celeste, se lanza sobre Arianais como todos nos lanzamos al pecho de nuestras madres: sin cálculo, sin miedo, y seguros del refugio que encontraremos. 

Bajada

¿Qué tan grande es la distancia que nos separa de un hijo desaparecido?