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¡Abuseros! Ese era el calificativo con el que Bernardo Abad, presentador de noticias, se refería en su programa a los choferes profesionales que prestan servicio de transporte colectivo. En el Ecuador, las discusiones acerca de la movilidad y transporte público se han multiplicado en los medios y en las redes sociales. El subsidio a la tarifa es debatido y la exigencia de mejorar la calidad del servicio, exigido. Al analizar el problema, por lo general, se señala únicamente el costo de la tarifa, cuando en realidad hay uno peor y más urgente de resolver: las malas condiciones laborales de los choferes profesionales.

 “Abuseros” es un calificativo que difícilmente encaja para ellos, si tomamos en cuenta que muchos estudios -que comparan los índices entre empleos de diferentes segmentos de la industria- muestran que los choferes que llevan pasajeros registran los mayores niveles de depresión, la mayor incidencia de enfermedades cardiovasculares y gástricas. La jornada de un chofer profesional puede empezar a las seis de la mañana y terminar a las once de la noche, en medio del tráfico y contaminación de la ciudad. Con apretados horarios entre turno y turno, que dificultan tener un comida completa o incluso ir al baño. Además de las paupérrimas condiciones, está la responsabilidad de transportar pasajeros.

A las largas jornadas de  trabajo –algunas de más de catorce horas–,  se suma la informalidad de las relaciones laborales con el dueño del bus: la mayoría no tiene contrato estable ni afiliación a la seguridad social. Todo esto genera más problemas, sociales y personales. Por un lado el estrés, que incluso es considerado un factor de riesgo en los accidentes de tránsito y por otro, el dilema moral relacionado a la calidad de vida que puede tener un individuo en estas condiciones.

Esta triste realidad, en la que los conductores están en la mitad, es producto de un modelo de gestión del transporte público caduco, desintegrado y que funciona casi de manera artesanal. En este sistema el conductor debe competir, de manera literal, con sus pares para ganar pasajeros con el fin de entregar el monto básico diario acordado con el dueño de la unidad, pagar al ayudante y conseguir su propio sustento. Este mecanismo, aún vigente en las principales ciudades del país, denota que las cooperativas o empresas que agremian a los dueños de las unidades, no han cumplido su función y que los órganos rectores no han establecido políticas claras para la gobernanza del transporte público.

Entonces, ¿puede una persona en estas condiciones ofrecer un servicio de calidad? Conducir un bus con noventa pasajeros requiere mucha concentración y un estado físico adecuado. El estrés originado por el ruido de la ciudad, los exigentes horarios, la calidad de alimentación y la postura propia de la actividad, son factores que merman el desempeño de un chofer profesional, haciendo que la calidad se deje de lado por necesidades que pueden ser consideradas primarias. Estos factores forman parte del actual modelo pero en el debate de los subsidios parece que no existieran. En parte porque este se ha centrado en la calidad desde la perspectiva del usuario. Aunque es innegable que se debe mejorar este aspecto, debe ir acompañado por una política pública a escala nacional o regional como es el caso de la Comunidad Europea: en el Reino Unido y Europa un chofer profesional no puede conducir más de nueve horas al día con un descanso mínimo de cuarenta y cinco minutos (en casos excepcionales puede conducir una hora más). Es decir, cada dos semanas no puede estar sentado en el volante más de noventa horas.  Y si en casos excepcionales acumula cincuenta y seis horas de trabajo en una semana -más de lo que le tocaba´, la siguiente trabaja menos: treinta y cuatro. El descanso después de la jornada laboral también es importante: son periodos de al menos nueve horas de descanso fuera del trabajo. El incumplimiento de estas reglas en el Reino Unido, implica multas de casi cuatro mil dólares para el conductor y la empresa responsable.

¿Qué podemos hacer ante esta realidad? El subsidio es un instrumento económico, usado en la mayoría de sistemas de transporte del mundo, para que la población pueda acceder a un servicio más barato. Pero para que el servicio realmente mejore se necesita complementar con condiciones dignas de trabajo a los choferes. Para que sea más eficiente, los municipios deben avanzar aceleradamente hacia la integración de sus sistemas de transporte colectivo. La opinión pública debe también incorporar en el debate de los subsidios las condiciones laborales y los efectos en la salud  de los choferes profesionales. Para ser empáticos con quienes mueven la ciudad y una buena parte de la economía. Y, también, velar para que no sean abusados.

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O lo que no se habla de los subsidios al transporte colectivo