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El descenso de los precios del petróleo y la apreciación del dólar han desnudando los mayores problemas de la economía ecuatoriana: la altísima dependencia a los ingresos petroleros y la baja productividad.

Durante casi una década, América Latina gozó de un escenario externo favorable. La creciente demanda china por materias primas elevó sus precios y permitió que la región goce de importantes ingresos de divisas. Ecuador no fue la excepción. La petro bonanza le permitió duplicar el tamaño del Estado que alcanzó 44% del PIB, cuando diez años antes era de apenas 20%.

Los resultados no se hicieron esperar: carreteras, hidroeléctricas, más burocracia y subsidios. Se redujo el número de pobres y se fortaleció la clase media que pujó por mejorar su nivel de vida a través del consumo. El gobierno, orgulloso de sus logros, aseguró que todo esto era resultado de una administración pública inteligente. El presidente Correa hizo eco de voces que insinuaron que el Ecuador sería el “jaguar latinoamericano” en analogía a los países de rápido crecimiento del sudeste asiático llamados los “tigres asiáticos”. Pero en el momento de mayor euforia revolucionaria, los precios del petróleo se desplomaron perdiendo 45% de su valor. Los problemas no tardaron en aparecer. El orgulloso y soberano jaguar se transformó en gatito hambriento.

Se comprobó que el impulso de la economía en los últimos años había sido resultado de los elevados precios del petróleo. Más de la mitad de las exportaciones y alrededor de la cuarta parte de los ingresos fiscales fueron petroleros.

La política de crecimiento priorizando el consumo interno (crecimiento endógeno) comprobó ser incompatible con el sistema monetario dolarizado. Este modelo alimentó con abundantes recursos a la economía lo que terminó en manos de los ciudadanos que incrementaron su nivel de consumo incluyendo el de productos importados. El déficit comercial fue el resultado de la combinación explosiva entre crecimiento endógeno y economía dolarizada.

No hemos tenido una política comercial agresiva que garantice que los productos ecuatorianos tengan un acceso preferencial en los principales mercados mundiales. Rechazamos un acuerdo con Estados Unidos, y nos demoramos varios años en concretar uno con la Unión Europea.

La inversión extrajera pudo haber sido una fuente importante de divisas que compense los déficits de balanza comercial. Pero el oficialismo consideró que la inversión extrajera en algunos casos podía, incluso, ser dañina. Entonces, no se generó un ambiente adecuado para la inversión.

La apreciación del dólar trajo otra dura realidad. No habíamos trabajado en el incremento de la productividad y competitividad. Seguimos siendo poco productivos en relación a los principales productores mundiales. Nuestros productos pagan mayores aranceles para ingresar a mercados como los Estados Unidos que aquellos de países vecinos. Nada de esto importaba cuando teníamos abundantes petro dólares. Pero cuando se acabó la petro riqueza, el gobierno se vio obligado a adoptar medidas de ajuste para contraer el consumo de productos importados al nuevo nivel de ingresos de la economía.

No es nueva la aplicación de restricciones al comercio. En años anteriores el gobierno aseguró que era un mecanismo para transformar la matriz productiva mediante la sustitución de importaciones. Pero 2015 marcó un cambio en las prioridades gubernamentales. Dejó de ser una prioridad la sustitución de importaciones como herramienta para el cambio de matriz productiva. Lo urgente era contener la salida de divisas para evitar que la economía pierda liquidez y, de paso, conseguir recursos para las muy necesitadas arcas fiscales.

Las restricciones a las importaciones incluyeron: incremento en aranceles a bienes de capital, cupos a la importación, salvaguardias cambiarias y finalmente salvaguardia de balanza de pagos. La salvaguardia afectó la tercera parte de los bienes importados. Frente a una menor oferta de producto importado, el nuevo equilibrio se obtiene a través de un incremento de precios en cada mercado. La magnitud del incremento depende de la capacidad que tengan las empresas locales de incrementar su producción inmediatamente.

Los ganadores en el corto plazo son las industrias nacionales que tienen un mercado cautivo en el que la venta está garantizada sin preocuparse por la calidad. Inclusive, podrán tener ingresos extras por el incremento en precios.

Los perdedores somos los consumidores que tendremos menos variedad y mayores precios. Se trata de una transferencia de recursos desde los consumidores hacia los productores.

Este “esfuerzo” de los consumidores resulta inútil ya que no ayudará a la transformación productiva. Las empresas al tener mercados cautivos no tienen necesidad de invertir en mejor tecnología y en mejorar su producción. En el largo plazo las restricciones de las importaciones hacen daño a la producción nacional porque la vuelven ociosa. Producciones pensadas en consumidores poco exigentes (porque no tienen otras opciones de compra), con tecnologías ineficientes y precios más elevados que el producto importado.

El mecanismo para transformar el aparato productivo es justamente el contrario. Apertura de mercados que obliga a las empresas a competir, a invertir pensando en mercados mundiales y a alcanzar economías de escala. Empresas que se enfrentan al reto de ser eficientes y tener productos de calidad mundial o desaparecer. Ecuador tiene muchas fortalezas y ventajas competitivas. No le podemos temer a la competencia. Los consumidores no deben asumir el costo de la ineficiencia productiva y de políticas económicas anacrónicas.

Bajada

¿Por qué se ha visto obligado el Ecuador a imponer salvaguardias?