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El nueve de marzo del 2015, Rafael Correa tuiteó: “¿Qué le dirían a una adolescente de 12 años que va a pedir anticonceptivos a un centro de salud?” Una pregunta retórica que parecía resumir el más potente argumento que tiene el Presidente sobre la idoneidad del plan de fortalecimiento de la familia recientemente presentado por su asesora Mónica Hernández. El estupor de su tuit nos dejaba claro su punto de vista: la falta de ciertos valores hace que las niñas se vuelvan unas putas.

El diez de marzo volvió a insistir en este mismo tema durante su visita a Guayaquil. “Hay niñas de 12 años que van a pedir anticonceptivos a los centros y subcentros de salud”, repetía un Rafael Correa escandalizado, asqueado, castigador. Todo el peso de su bochorno, de su reprobación y de su desprecio caía en esa niña anónima que se atrevía a cometer el vil acto de solicitar anticoncepción. Una niña libertina, descarriada, que actúa a espaldas de su padre y de su madre. Es curioso que Correa usara el ejemplo de una niña y no de un niño. Quizás pensó que era mucho más desvergonzado que esta infantil trasgresora de la moral fuera mujer. Mujer.

Revisemos la realidad, no el cuento escandalizado que se hacen algunos en esta sociedad pacata e hipócrita. ¿Qué se le puede decir a una niña de doce años que va al centro de salud buscando anticonceptivos? Bastantes cosas. Y en cada caso estamos seguras que los valores que se defiendan y promuevan no serán necesariamente coincidentes. Serán opuestos y contradictorios en muchos casos.

En el mejor escenario, el personal del centro de salud que atienda a la niña, debería reaccionar así: En primer lugar, antes de saltar al sermón oscurantista de que una niña de doce años acuda al centro de salud a pedir condones, lo pertinente es averiguar si es víctima de violación sexual. ¿Cómo se averigua? Ahí está lo jodido. Es cierto que la niña pueda estar iniciándose en su vida sexual, que lo esté haciendo voluntariamente. Pero, en el mundo en el que vivimos, muy posiblemente esa niña esté sujeta a violación sistemática y, si es así, puede que ni siquiera entienda que esté siendo víctima de un abuso criminal. Pensará posiblemente que “así es la vida”. Si a los doce años esa niña llega a un centro de salud por tratamiento sexual, tal vez ni siquiera se sepa víctima de una violación sino que vaya a ese centro porque alguien la llevó. Las cifras que apoyan estas suposiciones son bastante contundentes: según la Fiscalía General del Estado, 961 niñas menores de catorce años reportaron haber sido violadas en 2014. La mayoría son violadas en sus casas por sus parientes y amigos de su familia. Según un informe de la Fiscalía, en el 2014 se obtuvieron 671 sentencias por violación a mujeres y el 98% de estas ocurrieron en el círculo familiar, principalmente a niñas, niños, y personas con discapacidad. Solo el 2% de las violaciones ocurren fuera de los hogares y son perpetradas por desconocidos. En este informe, la Fiscalía señala que desgraciadamente en la mayoría de estos casos de violaciones a niñas en el hogar no existe apoyo de otros miembros de la familia. Los allegados prefieren no intervenir, no denunciar y no testificar por temor a la desintegración de la familia. En estos casos, ¿Qué valores están promoviendo y protegiendo estos familiares que callan a sabiendas? ¿Los valores que protegen a la familia como “la célula fundamental de la sociedad” o los que defienden “el mejor interés de la menor”? Promueven y protegen los primeros, a costa de los segundos.

La siguiente pregunta –muy dura– que se debería hacer el personal del centro de salud es ¿Por qué está ahí esa niña? Y luego ver las posibles opciones: ¿Para pedir ayuda? ¿Para no embarazarse? ¿Para no adquirir una enfermedad de transmisión sexual? ¿Para qué? Nuevamente, son difíciles de contestar cuando no somos ni la niña, ni la persona que la llevó. Primero, ella posiblemente ni siquiera entienda los alcances de una relación sexual. ¿Está consciente de que puede quedar embarazada? Y más serio aún, ¿entiende lo que es un embarazo? Puede que su cuerpo esté físicamente apto para concebir y llevar a término un embarazo, ¿y su psiquis?

También se puede dar el caso que la niña fue llevada al centro por un familiar que quiere evitarle el embarazo o la enfermedad. ¿Qué se debería hacer? Lo primero es un examen físico y suministrarle la píldora del día después en las dosis y posología necesarias para que le surtan el efecto buscado: evitar la concepción. Lo inmediato también es suministrarle los medicamentos y tratamientos necesarios para evitarle la enfermedad de transmisión sexual. Esto es lo mínimo necesario de un kit de emergencia en caso de cualquier violación que los centros de salud deberían tener. La pregunta urgente es: ¿existe eso en el Ecuador? ¿Está disponible de manera libre y de fácil e inmediato acceso a cualquier mujer en el Ecuador sin importar la edad que tenga?

Pero ahí no termina la atención. Una vez provistos todos los mínimos necesarios en el caso de violación, sigue pendiente la pregunta de ¿Cuál es la responsabilidad de un centro de salud, financiado por el Estado no por la iglesia católica o cualquier iglesia, respecto a una niña de doce años violada en su casa?

Las preguntas se extienden y también deberían considerar otros ámbitos. Por ejemplo: ¿Qué pasa con la niña violada sistemáticamente, no en su casa sino, en la escuela o en el lugar de trabajo de su progenitora? Las cifras de estos casos también son impactantes: la Fiscalía receptó 271 denuncias de violaciones a niñas en el ámbito educativo en el 2014. Desgraciadamente es muy  común que los violadores aprovechen la ventaja de ser profesores: este poder les sirve para intimidar y presionar a sus víctimas. En el 2011, una niña de trece años fue violada durante meses por Jorge Glas Viejó, padre del vicepresidente Jorge Glas Espinel, quien era director y propietario de la escuela en la que ella estudiaba. Glas Viejó conocía a su víctima desde que estaba en el vientre de su madre, pues era amigo y benefactor de su familia: la niña gozaba de una beca estudiantil y su madre era empleada del bar del colegio. Las estudiantes violadas y sus familias callan por temor cuando estos casos involucran a autoridades. Cuando los involucrados son autoridades del más alto nivel, el temor a las represalias es mayor. Es el caso de la adolescente embarazada por el padre del Vicepresidente y el de otra niña, hija de la empleada doméstica de la Embajada de Ecuador en Costa Rica, violada por un pariente cercano de altas autoridades del gobierno actual. De nuevo, este es un tema que no se puede pasar por alto.

Entonces, si la niña de doce años va al centro de salud por una pastilla anticonceptiva de emergencia, hay que dársela y explicarle bien cómo mismo funciona porque lo peor es darla sin la información completa y efectiva que sirva para su fin: evitar la concepción. Y si esa misma niña va al centro de salud por un condón hay que dárselo también y decirle que para que sea efectivo en evitar embarazo o contagio de una enfermedad de transmisión sexual el hombre con el que va a tener la relación sexual tiene que usarlo a lo largo de todo el coito. Si no, tampoco funciona.

Los métodos contra la concepción y contra las enfermedades de transmisión sexual no operan por magia ni por la gloria del señor. Las agencias y organizaciones -como la UNESCO y el Instituto Guttmacher- que se toman en serio estos temas insisten en que el problema no está en ponerlos a disposición de los adolescentes sino en instruir a estos correcta y completamente sobre cómo usarlos. En pocas palabras, la efectividad o no de los métodos anticonceptivos está tanto en su disponibilidad como en su uso apropiado. Mal utilizado, un método anticonceptivo es como tener abuelita pero muerta. Ese es el gran problema con el Método Billings –abogado por la doctora Mónica Hernández– según el cual una mujer, niña, adolescente tiene que ser una experta en sus ciclos menstruales y expresamente evitar los contactos sexuales con un hombre en los momentos en los que es fértil –con seguridad o con probabilidad–. Este método tiene poca eficacia precisamente porque supone, al alimón, la absoluta experticia en ciclos menstruales, la absoluta precisión de éstos (cuales relojes suizos) y la absoluta abstinencia durante los períodos de fertilidad y de margen de error. Algo que la experiencia humana se encarga de echar al traste una y otra vez. De ahí, las familias Opus Dei con un promedio de hijos más altos de la media en cualquiera que sea su contexto socio-económico.

And last but not least, si la niña de doce años va al centro de salud por información sobre sexualidad hay que dársela completa y de forma que la entienda. Si se le va a hablar de valores, que sean referentes a su propia autonomía y a su dignidad como ser humano, rechazo a la violencia sexual, a la dependencia sexo-emotiva, al forzamiento de relaciones que ella pueda no desear ni consentir. Cualquiera que sea la edad legal de consentir en nuestra sociedad (catorce años al momento), el hecho cierto es que el tema del embarazo adolescente se vuelve un problema en tanto, culturalmente, se distancian cada vez más la edad de madurez sexual y la de matrimonio. Esa atención psicológica debería estar apoyada en el hecho de que estas niñas que han empezado su actividad sexual, son víctimas del desconocimiento, de la presión, de un entorno de violencia, y que estas circunstancias están íntimamente relacionadas con resultados fatales: en 19 de las 24 provincias del Ecuador el suicidio es la primera o la segunda causa de muerte de adolescentes y jóvenes entre 10 y 19 años, según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC). Y entre las tres primeras causas de suicidio de jóvenes en este rango de edad están las depresiones causadas por violencia, por embarazos precoces y relaciones amorosas.

Dar información sobre sexualidad, salud sexual y métodos anticonceptivos a una niña de doce años que va al centro de salud no excluye hablar de abstinencia, del postergamiento de la iniciación sexual o de los riesgos de la sexualidad precoz. Y hay que decirlo todo sin pudores ni misterios. Sobre todo, sin avergonzar a la niña o adolescente que busca información. Y aquí hay que ser enfático en lo de “niña o adolescente” porque la verdad es que con los niños o adolescentes hombres el tema de la virtud sexual es secundario. Sí, a los curas les encanta hablar de genocidio a los jóvenes masturbadores pero ningún reproche moral se compara al desprecio, desaprobación y culpa a los que se somete a las mujeres. Vamos a ser honestos: cuando pensamos en la niña de doce años y en las circunstancias que la llevan al centro de salud con este pedido, no podemos dejarnos dominar por nuestros prejuicios productos de una sociedad pacata, patriarcal y autoritaria que durante siglos ha tenido como norte controlar los cuerpos de las mujeres, para controlar sus vidas. Es insólito que estando tan reciente la conmemoración del día la mujer el Presidente Rafael Correa incurra en una diatriba que hace escarnio de una niña de doce años que va al centro de salud para obtener anticonceptivos. Será que no existe alguien cercano al Presidente que le haga ver que sus valores morales lo llevan a emitir un discurso muy cruel que reproduce y perpetúa violencia de género, sexismo y discriminación hacia la mujer.  En este caso, lo más triste es que Rafael Correa ni siquiera enfila los dardos de sus palabras contra una mujer adulta –como ya lo ha hecho incontables veces-  si no contra una niña de doce años.

Esos valores morales del presidente Correa son los mismos en los que se fundamenta su plan para el fortalecimiento de la familia, el cual pone toda la responsabilidad para evitar embarazos en las niñas y las adolescentes. Un programa de educación sexual tan machista, que no dice que las adolescentes se inician en la vida sexual, si no que pierden su virginidad. Un programa de educación sexual para jóvenes en el cual la dignidad de una adolescente es directamente proporcional a la integridad de su himen.

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Una respuesta a un tuit del presidente Rafael Correa