Mónica Hernández quiere que los adolescentes vean en el canguil y no se lo coman. Estaba hablando de sexo. Se lo dijo al diario estatal El Telégrafo, como analogía a lo que ella espera como directora del Plan Familia Ecuador, el programa que sustituyó a la Estrategia Nacional Interseccional de Planificación Familiar y Prevención del Embarazo en Adolescentes (Enipla). Usar al canguil como metáfora del sexo no es una comparación adecuada y ni siquiera suficientemente útil como herramienta educativa. Es cierto, el canguil es irresistible, pero también es un alimento fácil de conseguir, rápido de preparar, barato pero satisfactorio. Se puede condimentar con mantequilla, caramelo o queso. Pero si lo que se quiere es demostrar no solo el valor de esperar y la importancia de una vida sexual elegida a conciencia y con responsabilidad ¿no cabrían mejor otros términos, otras comparaciones?
Puestos a comparar, el sexo es como una diversidad de alimentos dependiendo de la ocasión y la trascendencia. Hay sexo canguil, ciertamente, familiar, conocido, irresistible y siempre disponible, pero –como me comentó un amigo en una veloz encuesta informal– también hay sexo cangrejada: “es un ritual, te ensucias, te esfuerzas y sales contentísimo”, o sexo corviche “duro por fuera, suave por dentro y con olor a pescado, con la deliciosa mezcla de verde y maní”. Un sibarita me dijo: “todo lo que se muerda y estuvo vivo alguna vez. Mariscos frescos, un corte de carne bien tratado” (Digresión: ¿tendrán los vegetarianos otros referentes?). Sea cual fuere el contexto culinario de las respuestas, la gente suele gravitar hacia algo que es delicioso, sensual y que combina sabores y texturas.
Es verdad que hay sexo que es como ese almuerzo barato que se consume en locales de dudosa preparación e higiene precaria que te deja con resaca y malestar. De ese hay que cuidarse y pensarlo muy bien antes de siquiera considerarlo, pero también hay encuentros que son como la mousse de chocolate: sedosa y delicada pero con mucho cuerpo. O sexo sushi: bocado crudo pero delicado, de capas complejas que se complementan sorprendentemente bien.
De las múltiples respuestas que obtuve y de mis propias metáforas esta fue la campeona absoluta: “algo jugoso, de un muy ligero sabor picante, semidura al cortar pero que se deshace en la boca, que te deja el sabor en los sentidos, un sabor que dura mucho”. Eso es algo por lo que vale la pena esperar y buscar con quien compartir.
Una joven abogada posfeminista me lo dijo de una forma poderosa: “qué más da que lo comparen con el canguil o con el sánduche, cuando se trata de educación sexual lo mejor es hablar claro y directo: al pan, pan y al vino, vino”. Y no está sola en esa opinión: las Orientaciones Técnicas Internacionales sobre Educación en Sexualidad de la Unesco señalan que en muchas partes del mundo una combinación de tabúes sociales, poca disponibilidad de información, falta de recursos e infraestructura dificultan el acceso de niños y jóvenes a educación sexual dirigida a mejorar el conocimiento y reducir el riesgo. “Esto deja a muchos jóvenes vulnerables a la coerción, abuso, explotación, embarazo no deseado y enfermedades de transmisión sexual, incluido el VIH”. En el Ecuador la primera causa por las que las niñas de entre diez y diecisiete años acuden al hospital es por el parto y sus complicaciones. La sexualidad de nuestros adolescentes es algo mucho más complejo que un poco de maíz reventado.
Cuando Hernández decía que esperaba que los adolescentes se abstengan del canguil, estaba hablando del enfoque del Plan Familia Ecuador en el retraso de la edad de iniciación sexual, promoviendo la abstinencia y señalando la distribución de preservativos como una forma de promover comportamientos irresponsables. Un argumento que contradice a los estudios globales del Fondo de las Naciones Unidas para la Población. “La educación sexual integral no lleva a una actividad sexual precoz o a un comportamiento sexual de mayor riesgo”, apuntan y señala que, por el contrario, reduce los comportamientos de riesgo que tienen incidencia directa sobre las enfermedades de transmisión sexual y los embarazos no deseados. En pocas palabras: en educación sexual la receta hay que darla de forma clara y completa.
En algo hay que estar de acuerdo con Hernández: comparar al sexo con comida es algo casi irresistible. La experiencia sensorial de la buena mesa se puede relacionar a la experiencia integral del sexo. Precisamente por eso, si se va a escoger metáforas es preferible hablar de cosas más ricas, de preparación más lenta y mucha mayor sustancia, de esas que satisfacen al cuerpo y al espíritu, no de fast food. Una sexualidad sana y libre que se ejerce a partir de una elección consciente y bien informada se construye a partir de más información, no de más eufemismos. Después de todo, no estamos hablando de bocadillos sino de un aspecto trascendental de la vida que merece ser tratado con respeto y la mayor claridad posible.
Pero compararlo con el canguil es peligroso (y muy pobre)