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Serendipity es una feliz palabra inglesa para señalar un feliz descubrimiento que se hace mientras se buscaba otra cosa. Es como ir a la farmacia por antigripales y conocer al amor de tu vida, o empezar poniendo unos ladrillos sobre otros y acabar armando una experiencia. Eso les sucedió a Soledad Guerra y Carlos Noel: construían su casa de playa y terminaron creando Cerro Lobo, el lodge costero más hermoso del Ecuador.

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Hace unos años, cuando apenas habían edificado la casita –como la llama Soledad–, un amigo se la pidió para llevar a unos turistas. “Le digo la casita” –explica Soledad, siempre presente, siempre pendiente de sus huéspedes– “porque, en serio, ahí iba a vivir yo”. Los visitantes extranjeros se quedaron fascinados, y rogaron que se la alquilaran por más tiempo. Los pedidos de hospedaje se multiplicaron y –maravillosa serendipity– nació en dos hectáreas de un peñasco al pie del mar –en la diminuta comuna de La Rinconada– este sitio inclasificable, bautizado con una reminiscencia de su destino original: a Carlos le dicen Lobo y este es su hogar.

Cerro Lobo es un lugar de difícil definición porque, en esencia, se siente como una casa, pero no es una casa. Es, también, un lodge de arquitectura minimalista con toques rústicos: ladrillo visto, madera bien cuidada, techos de paja, amplios ventanales. Cada uno de sus lofts tiene una terracita que sale desde la piedra y –suspendida en el aire– da una vista privilegiada hacia el Pacífico. Ahí, recostado sobre la perezosa que mira al mar, he llegado a pensar –feliz y enamorado– que el mundo se ha arreglado.

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El trato amable de sus dueños y la predisposición de sus empleados hace que uno sienta que cada vez que dice “Vamos a Cerro Lobo” está diciendo “Vamos a casa”. Un triunfo de la singularidad, si se recuerda que la mayoría de los resorts del mundo son idénticos en todas partes: creados y diseñados para esa gran –y vulgar– fábrica de salchichas que es el turismo de masas.

En el área social mínima hay un par de mesas para desayunar y una piscina que empata su borde con la línea del horizonte. Las laderas de la cordillera de Chongón-Colonche –que se elevan unos quinientos metros, a pocos pasos del mar– están llenas de árboles gigantes que la suben y la bajan y de insectos de luces y sonidos inverosímiles que conviven con los huéspedes de Cerro Lobo. La mañana suele llegar con una leve bruma que baja desde los cerros. El sol sale –aunque  veces con inicial timidez–, y gobierna el día como solo es posible que lo gobierne sobre la línea del ecuador, hasta que se pone en una oscuridad profunda e irremediable. Es un microclima especial, justo en el punto donde termina la provincia de Santa Elena. El silencio se quiebra, apenas, por los sonidos de la naturaleza. Hay corporaciones turísticas que pagarían millones de dólares por recrear este ambiente, y no sería igual. A Cerro Lobo le calza bien otra palabra inglesa: breathtaking.

Desde que empezó como la casa de una pareja enamorada de la vida de playa hasta que se convirtió –pura serendipity– en un lodge abierto a todo el mundo, Cerro Lobo ha crecido. Además de la casita –donde entran cinco personas: dos cuartos, cocina, sala, terraza y parrilla– y los dos lofts –una habitación acogedora y magnética– hay una cabañita para  dos o tres personas (porque se puede pedir una cama extra). Soledad y Carlos me contaron –una mañana amable en que desayunábamos en parejas (los dos anfitriones, los dos huéspedes) al pie de la piscina– que construirán un par más.

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Uno de los aciertos mayores de Cerro Lobo es que no confunde rusticidad con servicios deficientes. Sus baños relucen, las puertas de vidrio están impolutas, la madera está siempre bien cuidada, hay wifi, televisión por cable y aire acondicionado, porque –entiéndanlo de una vez, dueños de hosterías y hoteles en playa– el calor es una medida subjetiva. Si a esto se suma la muy competente página web para hacer reservas y preguntas, y su bien manejada e irresistible cuenta de Instagram, queda muy claro que Cerro Lobo es un lugar muy bien pensado. Y, después de todo, es lógico: se hizo con el amor que se pone cuando uno arma su propia casa.

Actualización: Se corrigieron dos errores en el texto original: La Rinconada es la última comuna de la provincia de Santa Elena, y la cordillera la Chongón-Colonche.

Bajada

Una reseña sobre el lodge de playa más lindo del Ecuador

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