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“… comerás pan hasta que vuelvas al suelo, porque de él fuiste tomado. Porque polvo eres y en polvo te convertirás”.

(Génesis 3:19)

 

La sonda Rosetta de la Agencia Espacial Europea (ESA) llevaba diez años viajando por el espacio cuando logró descender un robot-laboratorio sobre el cometa 67P Churiumov-Guerasimenko, el 10 de noviembre de 2014. Philae, el robot, aterrizó con la misma precisión con que Paul Walker salta de un tren a toda velocidad hacia un carro en movimiento sin rasguñarse en Fast & Furious 5. Fuera de toda ficción, Philae logró posarse en la superficie del cometa, que se desplaza a dieciocho kilómetros por segundo en el espacio. Esta hazaña no sólo significó un éxito tecnológico. Una vez más, la ciencia se puso al servicio de una de las mayores interrogantes que se ha hecho el ser humano: el origen de la existencia. Después del aterrizaje, Philae empezaría su verdadera misión: encontrar en la superficie del cometa los ingredientes de la vida. Esa cuestión, discutida desde la filosofía hasta la ciencia, es una cruzada que ha trascendido las fronteras de nuestro planeta. La científica a cargo de la construcción del taladro del Philae, Amalia Ercoli-Finz, dijo que “los cometas son unos mensajeros maravillosos. Con esta misión podría revelarse que somos hijos de las estrellas”.

Los meteoritos, los cometas y hasta el polvo estelar contienen materia orgánica. Estas moléculas son comunes en las zonas del Sistema Solar exterior, de donde provienen los cometas. Hace 4.500 millones de años, La Tierra era bombardeada por restos planetarios de un Sistema Solar en formación. Cometas, meteoritos y asteroides llovían en la superficie del planeta. Este aguacero cósmico duró millones de años, lo suficiente para que los componentes orgánicos se asentaran en nuestro planeta.

Los científicos encargados de la misión Rosetta intentan comprobar si la existencia se originó con la ayuda de estos cuerpos celestes. Los cometas existieron antes que la Tierra en el Sistema Solar. Están formados por roca, hielo y gas. Su condición de “objeto primigenio”, con la característica de poseer hielo en su núcleo, permite que se conserven elementos químicos en su interior. La teoría principal dice que uno de estos cometas cayó en una Tierra primitiva, muy diferente a lo que conocemos hoy. Una esfera incandescente, un lugar inhóspito y seco que se llenó con oxígeno, nitrógeno, carbono y agua, los ingredientes de la vida.

Una teoría que nació en la antigua Grecia, de la mano del filósofo y científico Anaxágoras, sostiene que la vida se podría haber originado fuera de la Tierra. Siglos después, en 1865, el biólogo Hermann Richter, acuñó el término “Panspermia”, que según su etimología significa ‘semilla del todo’. Sin embargo, solo hasta 1908, el químico sueco Svante Arrhenius, ganador del premio Nobel de Química, edificó una teoría más completa. Se basó en las ideas de Anaxágoras y en el hallazgo de hidrocarburos, ácidos grasos, aminoácidos y ácidos nucleicos en la observación de restos de meteoritos encontrados en nuestro planeta. En sus libros Escritos de la Física Cósmica y El devenir de los Mundos, Arrhenius sostuvo que: “…los astros no son, como se piensa ordinariamente, entes extraños entre sí, separados por inmensos vacíos y sin más relaciones que sus atracciones y radiaciones. Se intercambian muchas cosas, tales como electricidad, materia y hasta gérmenes vivientes”. Según esta teoría, el universo es una incubadora y la vida está repartida al azar por todo el cosmos; los cometas y meteoritos actúan como mensajeros de los ingredientes necesarios para la existencia.

Según los primeros datos enviados por Philae, el cometa 67P tiene en su interior moléculas orgánicas. Es decir que su estructura contiene carbono, la base sobre la que se erige la vida en nuestro planeta. El carbono para la vida es como el azúcar para el pie de limón. No es un aderezo, sino un condimento fundamental. Todas las formas de vida en la Tierra tienen carbono en su composición. Cuando nosotros, los seres humanos, exhalamos dióxido de carbono, las plantas lo absorben para vivir y generar los carbohidratos de los que nos nutrimos a diario. Es un ciclo que, en muchas otras formas, produce y genera vida en sí.

Otra de las interrogantes de esta investigación es si las moléculas orgánicas y formas de vida simples pueden soportar un viaje cósmico a bordo de un cometa. Cuando se habla de un desplazamiento a través del espacio y el impacto a un planeta, hay que considerar varios aspectos. Los más importantes se centran en las condiciones extremas de temperatura, aceleración, radiación, presión y tiempo de vida. A pesar de todos estos factores, hay formas de vida que soportan las más difíciles condiciones. Son llamados extremófilos. Estos organismos –que en su mayoría son bacterias– pueden vivir en temperaturas muy altas o muy bajas, resistir niveles de radiación que son cien o hasta quinientas veces mayores a las que soportaría un ser humano, o incluso vivir en el vacío del espacio. Y se pueden encontrar aquí, en nuestro planeta. Eso se supo en 1967, cuando en la misión Surveyor 3 fueron llevadas accidentalmente a la Luna un grupo de bacterias que pudieron ser revividas sin dificultad cuando regresaron a la Tierra tres años después.

La comunidad científica es optimista con los datos que podría obtener el Philae. Pero habrá que esperar unos meses hasta que el robot retome sus actividades conforme el cometa se acerque al Sol. Sobre todo ahora, que sabemos que el último hallazgo encontrado fue que el agua del cometa no se parece al de la Tierra. Dos instrumentos para medir la masa a bordo de Rosetta descubrieron que hay agua en el cometa, a partir de una nube de vapor del 67P, pero que posee una composición distinta a la de nuestro planeta.

El agua de la Tierra se caracteriza por la prevalencia de deuterio –un isótopo del hidrógeno– en una relación que es de alrededor de tres átomos de deuterio por cada 10.000 moléculas de agua. Esto se mantiene constante en el agua de todo el planeta. Pero la prevalencia de deuterio en el agua del cometa 67P es mayor que el del agua de la Tierra.

Con este descubrimiento, los científicos debaten ahora la idea de si el agua llegó o no a la Tierra a través de un cometa. La científica, Kathrin Altwegg, de la Universidad de Berna en Suiza, sostuvo que la prevalencia de átomos de deuterio en el agua del cometa 67P es más de tres veces mayor que en la Tierra, “lo que significa que este tipo de cometa no podría haber llevado agua a la Tierra”. Altwegg dijo también que es probable que el agua de la Tierra haya venido de asteroides y no de cometas. Estos cuerpos celestes se formaron más cerca del Sol y de la Tierra por lo que pudieron impactar más veces nuestro planeta. Por ahora, la comunidad científica no se apresura a sacar mayores conclusiones. El final de la misión Rosetta alcanzará su cénit cuando el 67P esté en su punto más cercano del Sol, en agosto de 2015. Hasta entonces, la vida como la entendemos seguirá moviéndose a través de las múltiples concepciones que ha tenido a lo largo de la historia. Por lo pronto, la misión ha servido para descartar una posibilidad, pero no la teoría entera de la Panspermia. Quizás algún día hablemos de los orígenes de la vida mirando hacia arriba, en dirección a las estrellas.

Bajada

¿Es la vida el producto del polvo de las estrellas?