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¿En qué se equivoca el movimiento LGBTI en Ecuador?

Si algo nos ha enseñado la historia, es que los cambios culturales no se consiguen a la fuerza. La Corte Suprema de Estados Unidos resolvió, en octubre de 2014, no modificar decisiones de los tribunales estatales que legalizaron el matrimonio entre parejas del mismo sexo en varios estados de ese país. Es decir, es una decisión cumbre, resultado de una lucha por el matrimonio igualitario que empezó muchos años antes y que no fue nada fácil. En diciembre de 2012, el diario estadounidense The Atlantic publicó un artículo que narra la lucha de los activistas LGBTI que culminó en la legalización del matrimonio homosexual en Maryland, Maine, Washington y Minnesota. Habían pasado solo cuatro años del triunfo de la Propuesta 8, un referéndum que revocó una decisión de la Corte Suprema de California que legitimó el matrimonio entre personas del mismo sexo. Esa derrota había sido un balde de agua fría para los activistas de derechos humanos en el que era –en teoría– el estado más liberal de EEUU. ¿Qué cambios en su estrategia determinaron un resultado diferente cuatro años más tarde? La respuesta está en la empatía. Una empatía que le hace falta a Ecuador.

Mientras la Corte Suprema de EEUU ha tomado una decisión trascendental para el movimiento LGBTI, en Ecuador los activistas se empecinan en que a la sociedad le “entre” que tienen la razón, pero a garrotazos. Al columnista Miguel Macías Carmigniani le iniciaron un proceso penal por “apología del odio” luego de publicar su artículo Familias alternativas. Ahí hablaba del peligro de que los jóvenes creyeran que “es normal que las lesbianas y los homosexuales se casen entre sí”. Lo que escribió Macías es terrible, pero la posibilidad de que alguien sea encarcelado por decir lo que piensa solo puede separar más a la opinión pública. Y ese camino está destinado a fracasar, como había fracasado en California.

Aquel lamentable revés californiano llevó a los activistas a preguntarse qué estaban haciendo mal. Dispuestos a llegar al fondo del asunto, llevaron a cabo miles de encuestas y varios grupos focales a lo largo del estado para tratar de entender lo que pensaban los votantes. Lo que descubrieron fue un baldazo de realidad: la mayoría de las personas encuestadas se encontraban profundamente divididas en sus sentimientos respecto al tema, ansiaban ser tolerantes y comprensivos pero les costaba apartarse de sus ideas tradicionales.

Los activistas se dieron cuenta de lo equivocado que había sido su discurso. Todo este tiempo se habían enfocado en el matrimonio homosexual como un “derecho” y cualquiera que pensara lo contrario era un vil discriminador. No había punto medio. Pero para Thalia Zepatos, directora de relaciones públicas de Freedom to Marry –ONG pionera en la lucha por el matrimonio igualitario– el tema no era tan simple: “Estas no eran personas crueles, intolerantes o malas. Desde que empezaron a pensar en el matrimonio, tuvieron una cierta imagen de lo que significa, y de repente les estábamos pidiendo que expandieran sus ideas. Ellos tenían preguntas que merecían ser respondidas”, decía Zepatos a The Atlantic.

Los activistas californianos comenzaron por preguntar a los votantes sus opiniones acerca del significado del matrimonio. Todas las respuestas coincidían: se trataba de un compromiso de amor y cuidados. Sin embargo, cuando se hablaba de matrimonio homosexual las respuestas cambiaban. Los encuestados admitieron desconocer las razones que motivaban a las parejas del mismo sexo a casarse, e incluso algunos dijeron pensar que se trataba simplemente de obtener acceso a beneficios legales y financieros como impuestos, herencias, entre otros. ¿Por qué hacían esta diferenciación entre parejas heterosexuales y homosexuales? Porque al preocuparse tanto por resaltar los conceptos de “derechos”, “discriminación” e “igualdad,” los partidarios del matrimonio igualitario habían perdido de vista la empatía. En cambio, lo que lograron fue alienar a la sociedad.

En Ecuador pasa algo parecido. Por ejemplo, algunas citas de Silvia Buendía, coordinadora y vocera de la Red Diversidad LGBTI: “[e]s imperativo, es urgente revertir los prejuicios de la ciudadanía, la ignorancia,  la homofobia, la violenta intolerancia hacia la diferencia”. Sí, es urgente, urgentísimo, pero ¿es este el tono que queremos usar? Pamela Troya, también vocera de la Red Diversidad LGBTI en Ecuador y una de las principales figuras en la lucha por el matrimonio igualitario, canaliza todos sus argumentos en la Constitución, en la igualdad de derechos y la discriminación que supone no permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo. El Derecho es una herramienta importantísima en la lucha por los derechos humanos, pero cuando es la única herramienta empleada, el mensaje se vuelve repetitivo y no llega con claridad. Después de todo, nadie quiere escuchar que su visión del mundo es prejuiciosa, ignorante o inconstitucional.

En Estados Unidos, los activistas por el matrimonio igualitario también tuvieron desaciertos y dificultades, cometieron errores, pero supieron reinventarse a tiempo. En noviembre de 2011, luego de dos años de investigación continua sobre la forma más efectiva de difundir su mensaje, Freedom to Marry publicó un reporte con su nueva estrategia de campaña, elaborada a partir de evidencia concluyente. Los nuevos anuncios televisivos mostraban a parejas del mismo sexo en situaciones ordinarias: lavando, cocinando, tomando vacaciones juntas, y hablando de sus sueños e ilusiones. No faltaron los detractores que acusaron la campaña de “poco agresiva” y destinada al fracaso, pues no rebatía punto por punto los argumentos de la oposición. Pero la empatía fue una estrategia efectiva.

El movimiento abolicionista lo entendió hace más de ciento cincuenta años. Aquellos activistas del siglo XIX también se enfocaron en apuntar a la sensibilidad y en resaltar las semejanzas. Thomas Clarkson, uno de los militantes más prominentes del movimiento, solía llevar a sus conferencias artesanías hechas por esclavos negros para así mostrarle al mundo que personas capaces de confeccionar esas maravillas no podían ser tratadas como objetos. Publicaciones como La cabaña del tío Tom y la imagen del barco de esclavos Brookes presentaban a los negros como personas que sufrían y amaban como el resto del mundo. Todas estas iniciativas buscaban estimular la empatía y poco a poco fueron minando la opinión que el mundo tenía acerca de la esclavitud.

En Ecuador, la estrategia LGBTI no solo ha sido agresiva, sino que ha llegado a utilizar la ley como un recurso de coerción. En abril de 2014, Diane Rodríguez, presidenta de la Asociación Silueta X, presentó una queja ante la Superintendencia de Comunicación (SUPERCOM) en contra de Teleamazonas, argumentando que los programas La Pareja Feliz y Vivos tenían contenidos discriminatorios hacia las orientaciones sexuales diversas. Y es posible que estos programas efectivamente tengan un contenido discriminatorio, pero ¿cuál era el objetivo de la queja? ¿Evitar que este tipo de contenidos se vuelvan a transmitir? Si es así, ¿para qué? Si existe todo un público que disfruta este tipo de humor es probable que lo busquen en otro lado. Realmente, lo único que lograron fue encender la ira de los televidentes de dos programas de televisión con alto rating.

La historia también nos ha enseñado que cuando el mensaje es claro y empático, se explica por sí solo. En Chile, por ejemplo, durante la batalla por el plebiscito del “No” en 1988, los proponentes del “No” tenían material de sobra para socavar a la oposición: Años y años de dictadura con pruebas irrefutables de violaciones masivas a los derechos humanos. Sin embargo, optaron por un mensaje más sublime. Se enfocaron en una comunicación positiva. Pero sobre todo, sin responder a los ataques de la oposición. El mensaje no pudo ser más sencillo, el spot publicitario  “Chile, la alegría ya viene”, no necesitaba explicación. El final de la historia ya lo conocemos: el triunfo del “No” y el fin de uno de los episodios más oscuros del continente americano.

¿Por qué en Ecuador no intentamos ser empáticos de vez en cuando? Todos tenemos familiares y amigos que dicen sentirse incómodos con la idea del matrimonio igualitario o de la homosexualidad. ¿Eso los hace intolerantes? A veces es necesario mirar las cosas desde afuera y ponerse en los zapatos del otro sin juzgar, entender por qué alguien piensa diferente. Sí, incluso cuando lo que exigimos son “derechos” que sabemos que nos pertenecen. El movimiento LGBTI de Ecuador se equivoca si cree que su lucha se gana a garrotazos.