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¿Cuáles son las consecuencias de manejar la política de una ciudad de manera económica?

 

Las ciudades son el mejor invento que ha hecho la humanidad para garantizar su supervivencia.  El excedente de alimentos permitió que los humanos nos agrupáramos en sitios determinados,  y que estuviéramos en capacidad de diversificar nuestras actividades.  Esto permitió que nos especializáramos: algunos en agricultura, otros en defensa, otros en artesanías y otros en el estudio de lo que nos rodea. Hablamos de aquellos tiempos primitivos, en los que ser chamán y ser científico no eran actos contradictorios.

Las ciudades son el punto de quiebre en el que invertimos las reglas de juego de la naturaleza. En lugar de adaptarnos al ambiente, logramos que éste se adapte a nosotros. Parafraseando la metáfora del Génesis,  expulsados del Paraíso, no tuvimos otra que inventarnos nuestro propio Edén.

Fue así como establecimos nuestra cancha de juego. El escenario para nuestras interacciones sociales. La vida de la ciudad no la establecen sus calles y edificaciones. Al contrario, los componentes urbanos son síntomas materializados de la interacción humana. La estructura urbana revela mucho de lo que las palabras suelen ocultar. Se suele creer que esta interacción urbana está definida por el mercado, que en realidad dista de ser esa suerte de dios regulador. En verdad es el metabolismo de la interacción humana en una región específica lo que la determina.

Sin embargo, los humanos contamos con otros medios para relacionarnos que están más allá del mercado, y que incluso se usan para establecer qué tipo de economía queremos implementar. La política es el estrato del metabolismo social que se halla más allá de la economía. Frank Underwood, ese Maquiavelo ficticio de la serie “House of Cards” lo deja muy claro, cuando se refiere a un ex colaborador suyo: “¡Qué desperdicio de talento! Escogió el dinero sobre el poder. Un error que muchos cometen en esta ciudad. El dinero es la mansión del nuevo rico que empieza a derrumbarse después de diez años. El poder, en cambio, es el antiguo edificio de piedra que se mantiene inquebrantable por siglos. No puedo respetar a quien no vea la diferencia entre ambos”.

El cuadro general es así: la ciudad sirve de medio de interrelacionarnos y lograr nuestros objetivos como individuos; y eso se refleja además de manera colectiva.  El cuadro macro del intercambio social se proyecta mayoritariamente a través del prisma económico;  sin embargo es el aspecto político el que puede tener mayores repercusiones.  La ciudad se hace y se deshace entre lo político y lo económico.

La economía le otorga un efecto gravitacional a las ciudades.  En teoría, la mayor actividad económica atrae más gente, que se convierte en mayor mano de obra y mayor emprendimiento.  Sin embargo, la gravedad económica no produce reacciones inmediatas. El “boom” económico de una región puede haber terminado, y aun así una ciudad tendrá que lidiar con grandes olas migratorias,  de quienes ven en la ciudad la oportunidad de una vida mejor.  Se rompe entonces el equilibrio entre población y prosperidad y se materializan así sus primeros síntomas del desequilibrio: desempleo, pobreza, déficits de vivienda y servicios básicos, incremento de la delincuencia,  etc.

Nadie puede poner en duda la naturaleza económica de Guayaquil. Lo que resulta interesante descifrar es la relación existente entre su aspecto económico y su faceta política. Cuál está al servicio de cuál. Esta indagación se vuelve aún más profunda, si se analiza la naturaleza de aquellos factores que mantienen el crecimiento informal. Alguien obtiene un beneficio de tanta miseria humana. Vale la pena averiguar si ese beneficio es político o económico.

La economía nos dice que el beneficio proviene de una clase necesitada y de una etapa inicial de desarrollo.  Con el tiempo,  los mercados requieren que los más necesitados también prosperen, a fin de que no solamente produzcan,  sino que además consuman, o mejor dicho, que diversifiquen su consumo. Un ejemplo es la economía estadounidense de la posguerra. Los desempleados de la gran depresión fueron canalizados a través de la infraestructura creada para la Segunda Guerra Mundial, para convertirse mayormente en fabricantes de autos y constructores. Esta mano de obra participa dualmente, es decir, como eslabón de la producción y como consumidor.  Joseph Stigliz, Premio Nobel de Economía 2012, deja claro los motivos por los cuales la economía norteamericana no  logra recuperar aquella dinámica que le caracterizaba en tiempos previos a la crisis del 2008. En su libro “The Price of Inequity”, Stigliz indica que los nuevos protagonistas de la nueva producción son incapaces de incorporar a toda la mano de obra disponible. Entre las ocupaciones exportadas a China, y el mejoramiento del performance industrial, las contemporáneas plantas de computadoras y Smartphones no requieren de tantos trabajadores. La economía de los Estados Unidos está en crisis, porque –a diferencia de lo ocurrido durante el siglo pasado- es incapaz de dar soluciones generales y masivas.

En contraparte, el aspecto político obtiene un beneficio más inmediato y recurrente de la existencia de carestías.  Las ciudades sudamericanas han sido  -y son en algunos casos-  testigos de la estrategia política de “formalizar lo informal”. Un claro síntoma de esta conducta política es que las obras construidas no suelen ser soluciones integrales. Siempre dejan tramos o aspectos paralelos para después. Tampoco suelen hablar de planes a construirse “por etapas”, sino que resuelven cada obra de manera independiente,  sin reconocimiento de interacción con lo ya construido, o con lo que está por construirse. Ello se sincroniza con los calendarios electorales, y de pronto empieza a notarse una extraña coincidencia entre las vísperas electorales y el incremento de obras municipales. 

¿Y por qué no pasar a la historia por resolver todos los problemas de una ciudad en una sola sentada? ¿Por qué abrir hoy una calle para instalar redes de aguas servidas, y después de seis meses abrir la misma calle para instalar agua potable? Más allá del beneficio de la duda que se le puede otorgar a la “magnitud” de los problemas (una vez más, aquí deberían entrar en escena los planes de desarrollo integrales, planificados para construirse por etapas), el peor enemigo que puede tener un personaje político es el votante satisfecho. En el ámbito político, el voto se ha transformado en una suerte de divisa del poder. Ello ocurre tras la reingeniería de las plataformas de campaña, que transformaron al candidato de líder comunitario a objeto de consumo político. La dualidad entre la autoridad y el candidato a reelegirse permite que se establezca el trato cuasi-comercial de “más obras por votos”. Para que este modelo pueda realizarse, es indispensable que haya necesidades satisfechas a medias.  Es un camino fácil, con bajos costos y que permite la proyección del personaje político a largo plazo… “Perfect Business!”.

Sin embargo, el modelo previamente descrito no es permanente, a pesar de que a la clase política le interese mantener su statu quo.  Irremediablemente,  el candidato se vuelve obsoleto, en parte, por su propio afán de mantener una estrategia determinada. La velocidad de los proyectos comienza a no satisfacer al público, o la naturaleza de dichos proyectos responde a una mentalidad anticuada o caduca. El candidato debe entonces oxigenar la visión que él y sus colaboradores inmediatos tienen sobre la ciudad, o simplemente, resignarse al relevo.

Estas son las consecuencias de manejar la política de una ciudad de manera económica. ¿Alternativas?  Opto por usar la política para mejorar la economía, resaltando el origen comunitario de dicha palabra. Esto se logra comprendiendo a la ciudad como la sumatoria de comunidades que interactúan entre sí. La ciudad debe entonces ser atendida de manera simultánea desde dos perspectivas: una general y una más específica, de naturaleza barrial.  Pequeños proyectos realizados de manera acertada tienen un gran poder regenerador. Ello está más que demostrado en “Urban Acupunture”, el libro que recién publicó Jaime Lerner, gran urbanista brasileño y ex alcalde de Curitiba. Dicha estrategia -combinada con la regulación general de la ciudad- puede permitir que una urbe como la nuestra se maneje de manera armónica, auténtica y generando como resultado el beneficio común de sus habitantes.