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¿Se puede hacer literatura en 140 caracteres? 

Varios escritores coinciden en que más allá del formato de publicación y la extensión, lo importante es cuidar la calidad.

La simple idea de los ciento cuarenta caracteres que ofrece Twitter como limitante para escribir encierra en sí un desafío, un condicional que algunos usuarios han empleado para replantear la idea de cómo utilizar esta red social. De esa arbitrariedad ha surgido un movimiento que va más allá de la actividad banal de compartir anécdotas sobre la vida diaria. Se trata de la twitteratura, un fenómeno que “espanta” a quienes conciben a la literatura de una forma tradicional.

El término aparece por primera vez en un libro de la editorial Penguin Random House en el 2009, que contenía el proyecto de dos alumnos de primer año de la Universidad de Chicago: comprimir los clásicos de la literatura en veinte tuits. La cuenta @TheLittlebookOf se dedicaba a publicar, en un solo tuit, obras como Orgullo y Prejuicio. Esta se convirtió en una publicación física con la recopilación de todos sus tuits. El informático español Diego Buendía creó el proyecto “El Quijote en 17000 Tweets”. La cuenta @elquijote1605 propone para el 2016 haber transcrito los dos tomos de “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” en ciento cuarenta caracteres, publicando cada día del año un tuit por hora.  El director de cine y televisión Steven Sodenbergh fue más allá: tras el usuario @bitchuation  posteó catorce capítulos de Glue, una novela creada para la red social, que incluía fotos y hashtags.

En nuestro país, algunos escritores también han recurrido a esta herramienta. La quiteña Leonor Bravo dice que no ha publicado una novela o cuento de manera íntegra en Twitter y que no interactúa con ninguno de sus seguidores. Su actividad en esta red social se limita a subir microcuentos. Dice que este tipo de experiencia le da al lector una sensación de encuentro con el autor, todos los días y en cada publicación.

Marcelo Báez –narrador y académico que ha publicado obras relacionadas con la micronarrativa– afirma que no importa en sí el soporte en el cual se quiera hacer literatura, lo que interesa es la calidad, aunque esto, precisamente, no ocurra del todo  en Twitter. Para Báez en Internet hay un excesivo culto a lo amateur, es decir, aficionados que se quieren hacer pasar por escritores, con muy pocas excepciones.

Diferenciar la calidad de los textos del número de seguidores es lo primordial para el escritor y articulista Andrés Ortíz Lemos. Él coincide con Báez en que la plataforma no define cuán bueno o malo pueda ser un texto y dice que es importante separar medio y contenido. No se puede medir a ambos con la misma vara. Sin embargo, para él es perfectamente posible generar literatura mínima en una red social, aunque considera que el talento literario es muy escaso.

El escritor mexicano Alberto Chimal –un detractor del término “twitteratura”– estuvo de paso por Guayaquil como parte del III Festival Ciudad Mínima, en el que realizó cursos y conversatorios sobre la microficción.Chimal, conocido por utilizar las redes sociales para ejercicios literarios de creatividad, prefiere pensar en esto como “escritura digital”, en todo lo que este término abarca y para el cual se debe tener la misma rigurosidad que para las publicaciones físicas. Esto fue parte de las temáticas del taller que impartió en Guayaquil. No se trata necesariamente de Twitter, dice el autor, sino de la herramienta que al momento existe y se tiene a la mano, en la que más allá de los 140 caracteres, se debe tener en cuenta las ventajas de la red: la velocidad de publicación y la interacción entre lector y escritor. Adelaida Jaramillo, organizadora del encuentro, dice que aunque en anteriores ediciones del festival se han realizado talleres de micronarrativa, este año decidieron enfocarse en la “twitteratura”. Según afirma, esta propuesta no busca alinearse con el mercado editorial sino causar un efecto positivo en jóvenes escritores que manejan esta red social en la que es posible “fabular con pocas palabras”.

Navegando en la web se puede encontrar al Instituto de Twitteratura Comparada cuya lengua madre es el francés y sirve como el organismo que establece ciertos parámetros. ¿En qué aporta a la labor literaria leer una novela en Twitter? A ratos la idea parece sacada del libro Farenheit 451, en el que los clásicos eran reducidos en diez o doce líneas debido a la censura y quema de libros. Pero el fin de la “twitteratura” no tiene ningún tinte diatópico. Se alinea hacia el  sentido lúdico de la creación por la creación. Una extravagancia para algunos.

¿Qué sentido podría tener leer una novela en Twitter si, por ejemplo, soy un nuevo seguidor de dicha cuenta y cuando llego al timeline, el texto ya ha sido “comenzado”? ¿Habría que leerla molestosamente desde abajo hacia arriba? Por otro lado, las propuestas de cuentas en Twitter que tienen como fin la creación de frases elaboradas con algún contenido literario parecen superar el tamiz de la extravagancia y adentrase en la mera labor creativa pero siempre bajo el estigma de ser consideradas como cuentas de “poetuits”.

Lo cierto es que la figura del escritor como personaje exclusivo está desapareciendo. Y aunque la forma no defina aquello que se podría considerar literatura, siempre el lector estará del otro lado de la pantalla o del papel predispuesto a juzgar aquello que le ha parecido bueno o malo ya sea marcándolo como block y spam, o usándolo como nivelador de la pata de la mesa.