Las petroleras y el mundo del arte se aman. Su tórrido affaire no es un secreto: a partir de los noventa, Shell, British Petroleum (BP), Chevron y –en América Latina– Petrobras, se han erigido como los nuevos súper mecenas del arte. Estas empresas aportan millones de dólares a instituciones artísticas de renombre mundial, desde el Tate británico hasta la feria de arte más importante de Sudamérica, ArteBA. La práctica constituye una estratégica operación de relaciones públicas, que les aporta a las empresas una legitimación social, y les permite ganar el visto bueno de un sector de la sociedad que podría resultarles incómodo.

Convertidos en grandes patrones y guardianes de la producción artística, estos conglomerados lavan su imagen y adornan con sus logos los afiches de exposiciones, colecciones y retrospectivas. Estos auspicios son una valiosa fuente de legitimación para las petroleras, que deben sortear el campo minado de publicidad negativa que se genera alrededor de sus prácticas de extracción y producción en todo el mundo.

El caso del Reino Unido es paradigmático. En 2011, BP anunció un nuevo convenio con las cuatro instituciones artísticas más prestigiosas del país. En los próximos cinco años, la petrolera repartirá diez millones de libras entre el Tate –la galería nacional de arte británico y arte moderno–, el National Portrait Gallery –que alberga una de las colecciones de retratos más importantes del mundo–, el British Museum y el Royal Opera House. La relación es mucho más que amistosa: John Browne, quien fue CEO de BP entre 1998 y 2007, es el presidente de la Junta Directiva del Tate. En 2013, cada una de estas organizaciones recibió quinientas mil libras por parte de la empresa, una cifra excepcional en un contexto en el que los recortes estatales de apoyo a las artes son cada vez más comunes y las grandes corporaciones tienen la oportunidad de asumir ese rol.

Un grupo de artistas formó en 2010 el movimiento Liberate Tate, que critica el rol que tiene la petrolera en el museo británico y busca que desista de aportar. Irónicamente, el grupo nació en un taller preparado por Tate en 2010 sobre arte y activismo. Una de las encargadas de las relaciones públicas de BP envió un correo electrónico a la encargada del encuentro, recordándole que los artistas debían evitar hacer obras críticas de las empresas que son sponsors del museo. Cuando los curadores del Tate trataron de censurar a los talleristas, los participantes decidieron crear una serie de intervenciones y performances que denuncian los lazos entre una de las instituciones culturales más importantes de Reino Unido y la petrolera responsable del enorme derrame que ocurrió ese mismo año en el Golfo de México. El desastre de la plataforma Deepwater Horizon, perteneciente a BP, provocó la muerte de once personas y afecta hasta hoy a cientos de especies de animales que habitan en la zona. El derrame no controlado llegó a ocupar una superficie de 6500 kilómetros cuadrados -algo así como cuatro veces la superficie de Londres- uno de los más contaminantes de la historia.

Obras como Human Cost, realizada por Liberate Tate en 2011, en la que un hombre desnudo se colocaba en posición fetal, en el suelo de una de las galerías del Tate Britain, mientras dos de sus compañeros derramaban litros de petróleo sobre su cuerpo o All Rise –llevada a cabo en 2013 y en la que militantes del grupo paseaban por los pasillos del museo mientras recitaban, de memoria, algunos pasajes del juicio que enfrentó la petrolera por el derrame en México– incomodan al museo, que no puede evitar que los artistas utilicen el espacio como una vertiente para sus críticas, pero se rehúsa a dejar de lado su convenio con la petrolera.

“Queremos imaginar un futuro en el que hayamos superado la dependencia del petróleo”, explicaba Mel Evans, de Liberate Tate, en una entrevista con el portal We Make Money Not Art. “Cuestionamos el rol que tiene la cultura frente a esta industria, y nos valemos de estos procesos democráticos para que espacios públicos como el Tate frenen la legitimación social que entregan a las petroleras al asociarse con ellas. Estamos hablando de una industria totalmente devastadora para la naturaleza y para el ser humano“, sostenía Evans, para explicar la motivación detrás del grupo que lidera y que ha recibido críticas y apoyo del público y de los especialistas británicos.

En 2014 se cumplieron veinticinco años de la asociación entre BP y el National Portrait Gallery de Londres. Cada año, la petrolera auspicia el premio para retratos más prestigioso del mundo, el BP Portrait Award. Fue creado originalmente por la tabacalera John Player and Sons, encargada de financiarlo hasta 1989, cuando BP tomó la posta y rebautizó al galardón. Esto fue posible gracias al lobbying de los grupos anti tabaco británicos, que lograron que en 1997 se apruebe una ley que regula y limita estrictamente el tipo de publicidad que pueden hacer las empresas de ese ramo y, entre otras cosas, prohibió que auspicien eventos culturales, basándose en el hecho de que venden un producto dañino para la salud. Lo mismo podría argumentarse sobre las petroleras. Sin embargo, su aporte a las artes continúa siendo legítimo.

La relación entre las entidades culturales más importantes del Reino Unido y la petrolera estatal preocupa a un conglomerado de artistas que actúan en conjunto desde Art Not Oil (Arte, No Petróleo), una iniciativa que alberga a movimientos que se enfocan en eliminar el patronazgo artístico de las empresas de petróleo. Esta plataforma aglutina a organizaciones como Liberate Tate; Platform, que realiza investigaciones sobre el impacto cultural y social de la industria del petróleo; y el Shell Out Sounds, un movimiento de músicos y artistas que provocó que el mayor recinto artístico de Londres, el Southbank Centre, elimine a Shell como su auspiciante principal en junio pasado.

En su web, Shell Out Sounds hace una declaración de principios  que denuncia a la industria petrolera como la mayor responsable del impacto climático que azota al planeta. “El patronazgo corporativo, sobre todo cuando proviene de empresas petroleras cuya supervivencia depende de que no salgamos nunca del ciclo de explotación de crudo, paraliza y censura a las artes”, sentencia. Cuando el Soutbank Centre anunció en junio pasado que su asociación con Shell había terminado, no explicó sus motivaciones. Pero la campaña organizada por el grupo, que incluyó que varios artistas y músicos se pronuncien públicamente en contra del aporte de Shell seguramente influyó.

Uno de los principales argumentos de Art Not Oil acerca del uso de recursos petroleros en las artes apunta a la responsabilidad de esta industria en la contaminación del planeta, su lobbying constante en contra de leyes que limitan su impacto ambiental y la obstaculización del uso de energías alternativas, menos dañinas para el planeta. “Patrocinar el arte y la cultura ayuda a BP a salirse con la suya y continuar sus malas prácticas. Al aceptar este dinero, las instituciones culturales ayudan a ocultar las verdaderas intenciones y actividades de la industria detrás de una máscara amistosa y responsable“, señala el organismo en su página web. Las petroleras son una de las máximas responsables del cambio climático, y los derrames de crudo en distintos puntos del planeta son de conocimiento público. Pero esto no parece ser motivo suficiente para que las instituciones culturales se rehusen a recibir su dinero.

Raoul Martínez, un artista y cineasta británico que ha sido seleccionado varias veces para presentar su trabajo en el BP Portrait Award, llama vergonzosa a la saludable relación de un cuarto de siglo entre la National Portrait Gallery (NPG) y BP. En un texto publicado a principios de año por Art Not Oil, Martínez dice que los artistas, y las instituciones que los albergan y apoyan, deberían estar a la vanguardia de la crítica de los aspectos más dañinos de la sociedad y apuntar hacia una transición ecológicamente sustentable. “Una institución como NPG debería encontrar la manera de reemplazar ese porcentaje de dinero sucio que recibe a manera de financiamiento y dejar de lado este intento de legitimar una de las industrias más destructivas y moralmente cuestionables del mundo” asegura. Además, lanza una predicción: más temprano que tarde, las petroleras correrán el mismo destino que las tabacaleras y las empresas de licores. Su patronazgo pasará a ser inaceptable y ya no podrán utilizar a las instituciones culturales para lavarse las manos.

La brasileña Petrobras es la mayor auspiciante corporativa del sector cultural en Brasil y América Latina. El Programa Cultural de Petrobras, instaurado en el año 2000 y que en su inicio funcionó solamente en su país natal, se ha extendido a otros lugares, como Argentina y Paraguay. En 2012, la corporación brasileña destinó cerca de setenta millones de reales (unos treinta millones de dólares) a la gestión de proyectos culturales en todo el territorio brasileño, en once ramas artísticas. Petrobras se ha convertido en una de las fuentes de apoyo a la que más recurren los artistas brasileños para financiar su obra: en su última convocatoria, la del 2012, recibió más de cuatro mil postulaciones y benefició a 133 proyectos.

En Argentina, Petrobras se enfoca particularmente en las artes plásticas y desde 2003 es el principal sponsor de ArteBA, una de las ferias de arte más relevantes de la región, y probablemente el evento cultural más importante de Buenos Aires. El premio que lleva el nombre de la petrolera, el ArteBA-Petrobras de Artes Visuales, es el máximo galardón del evento y otorgaba al ganador cincuenta mil pesos argentinos, y además entregaba una beca por otros cincuenta mil. En 2014, esa modalidad cambió y se instauró el Dixit Petrobras, en la que un curador selecciona obras que se exponen en la feria y luego serán adquiridas por museos y galerías. Su influencia en el arte argentino no termina ahí. Petrobras hace posible Buenos Aires Photo, la feria de fotografía que se celebra anualmente en la capital argentina y cuyo máximo premio es el –¡oh,  sorpresa! – Petrobras Buenos Aires Photo.

El nexo entre petróleo y arte se profundiza cuando los gobiernos de países cuyas economías dependen exclusivamente del extractivismo apuntan a las instituciones culturales para convertirse en destinos turísticos. Abu Dhabi, parte de los Emiratos Árabes Unidos, lleva a cabo un ambicioso plan para construir “la isla de la felicidad“, llamada Saadiyat Island. El proyecto contempla, entre otras cosas, la construcción de sedes de los archirreconocidos museos del Louvre y Guggenheim (pagando quinientos y ochocientos millones de dólares, respectivamente, para hacerlo posible). El edificio del Guggenheim, cuya sede principal está en Nueva York y tiene sucursales en otros cinco países, será diseñado por Frank Gehry y ocupará una superficie de tres hectáreas en medio del desierto. Las condiciones laborales bajo las que trabajan los obreros que llevan a cabo la construcción ya ha generado reacciones de ONGs como Human Rights Watch, por el bajo nivel de los salarios y las jornadas de trabajo con horarios extendidos, sin una remuneración económica apropiada.

Saadiyat Island busca convertirse en un polo cultural que atraiga a turistas de élite y fanáticos del arte, y será financiada, netamente, con dinero proveniente del petróleo. En Abu Dhabi se concentra el 95% del capital petrolero de Emiratos Árabes Unidos, la quinta potencia mundial en reservas de crudo.

Mientras tanto, al otro lado del mundo, en Houston (capital mundial del petróleo), Chevron y Shell tienen nexos con absolutamente todas las entidades culturales de la ciudad, considerada una de las nuevas metrópolis de las artes en Estados Unidos, junto a Miami. El Museum of Fine Arts de Houston (MFAH), uno de lo más importantes del país, se financia en gran parte gracias a Shell, que hace posible que el museo abra sus puertas por horas extra los jueves, sin costo para el público. “Sin la ayuda de las compañías de energía y petróleo, muchas de las exhibiciones y colecciones que presentamos en el museo no serían posibles“, sostenía en una entrevista Gary Tinterow, director del MFAH. Chevron, en cambio, invierte en la Opera y en la Sinfónica de la ciudad y anima a sus empleados a realizar donaciones a las instituciones culturales. Por cada dólar que dona uno de sus empleados, Chevron aporta otro dólar. Exxon Mobile, en cambio, destina un millón de dólares cada año a eventos culturales que se llevan a cabo en Houston.

Estos no son los únicos casos, pero son suficientes como para evidenciar la enorme presencia del dinero proveniente de las petroleras en la financiación de las instituciones y eventos culturales más relevantes del mundo. ¿Estas empresas hacen posible que los museos, ferias y galerías existan? ¿O son las instituciones culturales las que, al asociarse con las petroleras, legitiman sus actividades y ayudan a limpiar su imagen? La aceptación y el uso de fondos de empresas como British Petroleum, o Shell, convierte al Tate o al Museum of Fine Arts de Houston en acólitos de sus prácticas irresponsables. Aceptar e invertir el dinero que proviene del petróleo es –de alguna forma– estar silenciosamente de acuerdo con el modelo extractivista