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La nueva película de Anahí Hoeneisen y de Daniel Andrade presenta una mirada a dos tiempos sobre el pasado y presente de cuatro jóvenes quiteños en 1987. Esta es una historia de los lazos que se forman y los nexos que nos mantienen unidos.

 

Cuando uno siente que no pertenece a su familia, es inevitable salir a la calle y fabricar lazos fraternales con desconocidos. Bajo ese estigma, los amigos más cercanos se vuelven una especie de familia alterna y escogida. Esa libertad de elección es la que estrecha fuertes vínculos de confianza que en muchos casos perdurarán por años. Con esa premisa se construyen los personajes de Ochentaysiete y este rasgo sirve de fortaleza para la construcción de las cuatro historias principales del filme.

Pablo, Andrés y Juan son tres vecinos, amigos y cómplices. Tres adolescentes de distintos estratos sociales que viven en un barrio de la capital. En esta parte de la historia que transcurre en un tiempo pasado, los tres pasan por situaciones adversas en sus respectivos hogares, huyen hacia La guarida una casa abandonada que han ocupado, conocen a Carolina, otra adolescente con la misma actitud evasiva y sellan un pacto de amistad, algo inesperado ocurrirá una noche, un hecho que cambiará sus vidas.

En un presente ambientado en los años 2000 Pablo regresa al Ecuador para encontrarse con Andrés y tratar de reconstruir lo que fue su adolescencia. Recorre Quito, pero se da cuenta de que las mismas calles que habitaron no son lo único que ha cambiado desde su adolescencia.

En Ochentaysiete la adolescencia es retratada como un periodo de exploración y acercamiento hacia lo nuevo. El primer encuentro sexual, la música de Alaska y Dinarama y la experimentación con las drogas son proyectadas como parte del discurso de la rebeldía y el absurdo. Son un añadido: la película no gira en torno a ello pero sí usa estas plataformas de conducta para construir a estos chicos en su etapa adolescente. Se trata de una rebeldía que más tiene que ver con la vulnerabilidad y la torpeza que con la figura del clásico rebelde sin causas rompe-vidrios del cine.

En ese sentido la construcción de los personajes ha sido muy cuidadosa, estas características no se estancan sino que se desvanecen junto con el paso del tiempo y con el crecimiento de los personajes, creando una especie de estampa temporal.

Toda la película es una evocación nostálgica sobre una época que fue y en la que Pablo –uno de los personajes– se ha quedado estancado. Al recorrer el espacio en el que se reunía con sus amigos, uno de los puntos fuertes de Ochentaysiete se dispara: el montaje. No se trata de una película que cuenta una historia con flahsbacks repetitivos. La proyección de los recuerdos a través de los espacios físicos que han cambiado es contada de dos formas, con un antes y después paralelo que le dan dos líneas narrativas a la película.

El paso del tiempo juega un papel muy importante en Ochentaysiete. Dos de los cuatro amigos que se juntan en el presente ya no tienen muchas cosas de que hablar y una sola cosa en común: la culpa de lo que ocurrió y cambió la vida de los cuatro. Estos personajes deambulan en sentidos opuestos, mientras uno siente que no ha procesado bien lo que paso y que su vida se ha quedado estancada por ello, el otro piensa que al pasado no hay que darle más vuelta, pero su inestabilidad hará que los papeles se reviertan y que el uno absorba al otro.

Ochentaysiete no es una película cuyo único fin estético se centra en recrear una época. Estamos ante un filme que usa como puente este año para contar historias particulares que son posibles únicamente de acuerdo a la predisposición demográfica de la ciudad en un determinado tiempo. Es por eso que el concepto de barrio cobra sentido, porque es visto como el espacio geográfico que da lugar a un mosaico de personajes que son muy distintos del otro.

Esa otredad que se ha perdido con el paso del tiempo y que con la nueva concepción demográfica de las grandes ciudades nos ha agrupado en estratos sociales y conjuntos habitacionales haciéndonos parecer idénticos entre sí. Bajo esta directriz, una historia como la de Ochentaysiete sería casi imposible de ocurrir en la actualidad.