_dsc0148-1.jpg
dsc_0470-1.jpg
dsc_0551-1.jpg
dsc_0478-1.jpg
dsc_0263-1.jpg
dsc_0356-1.jpg
dsc_0487-1.jpg
dsc_0544-1.jpg
dsc_0338-1.jpg
dsc_0524-1.jpg
dsc_0514-1.jpg
dsc_0458-1.jpg
dsc_0423-1.jpg
dsc_0438-1.jpg
dsc_0243-1.jpg
dsc_0440-1.jpg
dsc_0082-1.jpg
dsc_0412-1.jpg
dsc_0211-1.jpg
_dsc0222-1.jpg
_dsc0193-1.jpg
_dsc0146-1.jpg

Narradores orales, grandes y pequeños, acudieron a la Playita del Guasmo cargados de historias que contar.

Allí arrancó la XI edición del festival “Un cerrito de cuentos”.

En la pequeña iglesia del Guasmo en el sur de Guayaquil, apenas quedó algún espacio libre. Más de cien niños la copaban, ansiosos por escuchar a los cuentos de Paula Carballeira, la cuentera de Galicia y licenciada en filología hispánica que desde hace veinte años viaja por el mundo contando historias, y que en agosto de 2014 fue una de las invitadas a “Un cerrito de cuentos”, el festival anual de narradores orales que realiza la Corporación Imaginario para rendir homenaje a la tradición y la palabra hablada.  

Los niños, que vestían sus uniformes blancos, se iban apilando. “Cuentos de niños y niñas que pueden cambiar el mundo” es el nombre de la historia que Paula seleccionó como punto de partida del festival, para narrarla en un sector llamado “Proletarios sin tierra”.

Mientras tanto, un grupo de siete niños y jóvenes enmarcaban con esfuerzo la escena desde su cámara. Era un grupo de estudiantes que realizaban un documental sobre “oficios maravillosos”: un profesor de danzas afroecuatorianas y un joven que va en silla de ruedas y tiene dotes de mimo serían grabados junto a los niños que participaban del “Cerrito de Cuentos”.

La palabra “cuento” puede remitirnos a anécdotas de la niñez como cuando éramos pequeños y nos contaban historias. Hay algunas crueles, como “Caperucita Roja”, donde un lobo amenaza con comerse a una niña; hay otras tristes, como “Hansel y Gretel”, sobre dos pequeños perdidos que van dejando rastros con migas de pan para hallar su camino a casa. Las narraciones de las que se habla en el festival son diferentes a cualquier versión de esas historias infantiles, porque son más cercanas a sus  vivencias y a su entorno.

Un año y medio de capacitación en expresión corporal, teatro, danza, fotografía y voz, han marcado el estilo de Melina Fuentes.  Ella es una de las “cuenteritas” que participa del encuentro.  Tiene 12 años, vive en Bastión Popular y participa en el taller del “cerrito de cuentos”. Asiste todos los sábados y en vacaciones va todos los días.  “Un cuento te hace volar”, me dijo Melina. Todos los que se reunieron ese domingo a escucharla no le quitaron los ojos de encima, mientras con gracia contaba la historia de Juan, quien desde la autoridad que le da su rol como jefe, decide enseñarle a su empleado que las palabras tienen significados absurdos.

“Un cuento te hace ver cosas que los demás no pueden ver”, dice Melina.

 

 

Los cuenteros también incluyen canciones en medio de la narración, la que sólo se interrumpe a ratos por las risas de los curiosos y espectadores. Cuando termina la historia de las palabras reasignadas de sentido, Jacobo Villa -el niño que se integra al “cerrito” desde Colombia- cuenta una ficción, ambientada en una hacienda y protagonizada por un espectro encadenado.  

“A toda la gente les han contado cuentos de espanto. Generalmente los cuentan los abuelos a los niños y casi siempre los espectros anuncian su llegada por ejemplo, un viento frío, neblina, lobos aullando,  o el sonar de las cadenas”

Jacobo desde Medellín  junto a su padre quien dice tener,  incluso, un nombre como de cuento: Jorge Ambrosio Villa Zapata. Jorge –cuya presentación fue aclamada por los niños cuenteros al grito de “¡¡El J, el J!!”– se convirtió en narrador mientras era docente, precisamente, por la necesidad de incorporar estas historias como una herramienta importante en el desarrollo de una pedagogía alegre y participativa en sus clases.

Ante cualquier visión apocalíptica, “el J” habla de su oficio –recrear en palabras una escena ante la mirada atónita del público– y reflexiona que la televisión no es mala: “Lo malo es que usté lo deje viendo seis horas de televisión al niño porque no lo quiere cuidar. Estamos tratando de que maestros y padres de familia vuelvan a retomar la palabra de manera natural y espontánea”.  

Dice que así, natural y espontáneamente, es como lo hacen los niños que forman parte del proceso que Ángela Arboleda, gestora cultural y narradora oral, inició hace más de una década. Ahora ellos escriben y adaptan sus propias historias de otros cuentos, para crear un éxodo a través de la palabra en la Playita del Guasmo.

 

 

*Fotos de Andrés Loor

 

 

———

Información general:

“Un cerrito de cuentos” se realizó desde el 21 de agosto y culmina hoy, 4 de septiembre. El festival se realizó en Guayaquil, Quito y Cuenca y otros rincones del país como Babahoyo, Samborondón, La Puntilla y Nobol.

En nuestra ciudad estuvo en escenarios como el MAAC Cine, el Teatro Sánchez Aguilar, el Cerro Santa Ana y el Teatro José de la Cuadra.

Además, de Paula Carballeira (España), el evento recibió “cuenteros” y “cuenteritos” de Colombia, Costa Rica y por supuesto, Ecuador.