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Anécdotas de un mito quiteño de agosto

Los temblores no duran ni un minuto pero igual nos alteran. Todavía me acuerdo del que sacudió Quito en 1990. Fue el más fuerte que hubo –cinco grados en la escala de Richter– hasta el del 12 de agosto de 2014. En esa época, muchos quiteños hablaban del mito de ‘los temblores de verano’, una creencia popular que los científicos ya descartaron. En los barrios se decía que era normal que la capital temblara, que la Tierra no soportaba el cambio de clima ni la llegada de esos ventarrones soleados. Mis padres también divulgaban el mito entre los vecinos quienes recomendaban esperar por los temblores nocturnos de una manera segura: durmiendo toda la familia en el piso de la sala. A oscuras –y bien apretados– intentábamos descansar pero era difícil. Mi hermana se quejaba de mis rodillas que la estorbaban. Alguien contaba chistes. La tierra se mueve pocos segundos y, de alguna manera, nos recuerda que estamos vivos. Luego, cuando hay calma, surgen las historias. 

El día del sismo, el diez de agosto de 1990, también estábamos desvelados cuando la casa empezó a temblar. Los cuadros y adornos caían como en las películas apocalípticas. Nosotros nos levantamos de un brinco. Yo tenía seis años, mi madre me envolvió en una cobija y salimos. Los siete pinos enormes del patio se movían en una danza agresiva. El agua del tanque junto a la piedra de lavar se derramaba toda y la camioneta se movía sin estar prendida. Los pocos segundos que duró pasaron lentísimo. Las paredes de mi casa quedaron trizadas y la gente de mi barrio, conmocionada. La noche siguiente, los vecinos prefirieron dormir en la vereda de la calle, por temor a que la casa se les cayera encima. Este sismo de los noventa se sintió con más intensidad en Pomasqui, el epicentro. Afectó a novecientas personas y cinco mil viviendas, y tres personas fallecieron, según el informe del Instituto Geofísico de la Universidad Politécnica Nacional.

El temblor del 12 de agosto de 2014, que fue de 5.1 grados en la escala de Richter, alteró nuevamente a la ciudad. Durante esa semana, los que vivimos en Quito anduvimos en alerta. El cuerpo se quedó con la temblorosa sensación de tener un sismógrafo incorporado, y sentimos falsas réplicas cuando viajamos sobre caminos irregulares. Se cancelaron conciertos y partidos de fútbol. Una nube de polvo se levantó sobre Calderón, el lugar donde se sintió más fuerte. En doce días se han sentido más de ochenta réplicas y la ciudad parece que ya se está acostumbrando. Creo que nunca lo hará como en Santiago de Chile, donde la gente ha aprendido a vivir con la amenaza frecuente de los sismos. Uno de los más fuertes lo sintió el periodista y escritor mexicano Juan Villoro y lo relató en un texto titulado ‘El sabor de la muerte’. En Chile, los bares incluso ofrecen bebidas con nombres como terremoto.

Los temblores de este verano en Quito trajeron más anécdotas de hace veinte años. Mi amiga y periodista Sofía Tinajero me contó que en los noventa, su familia también hacía ‘cama general’ para aguardar por los temblores. Con los años esa costumbre se perdió junto con el mito de los sismos de agosto. Ahora ella es poco sensible a los temblores. Recuerda que una noche, mientras todos en su casa se alteraban por el movimiento, ella soñaba que viajaba en un bus por un camino empedrado y lleno de baches. Se despertó con la sensación de mareo, pero todo quedó en el sueño. Durante el temblor del doce de agosto, mi amiga viajaba en Ecovía y tampoco lo sintió. Es como si los buses –reales  o ficticios– siempre la salvaran de los temblores.

El Instituto Geofísico y la prensa se han encargado de desmentir la creencia popular, dicen que los temblores no tienen nada que ver con el verano, ni con las lluvias y menos con el cambio de clima. El experto en sismos Hugo Yepes, envió una explicación desde Francia, donde vive actualmente. Dice que tanto el terremoto de 1990 como el temblor de hace dos semanas se deben al Sistema de Fallas de Quito, una serie de fallas geológicas “que corre al este de la ciudad a lo largo de las pendientes que miran hacia los Valles de Tumbaco y los Chillos, que están frente a Amaguaña, Puengasí, Ilumbisí, El Batán, La Bota y Bellavista-Catequilla en el extremo Norte de la estructura que pasa por Calderón”. Los temblores de Quito suceden porque las capas del suelo de estas zonas se reacomodan.

Yepes dice que existen indicios de fuertes sismos en Quito desde el siglo XVI. A excepción del XIX, en todos los siglos se han registrado movimientos de la tierra con efectos destructores en el sistema de fallas geológicas de Quito. El temblor de agosto de 2014  es solo una muestra del verdadero potencial sísmico que tienen estas fallas. Uno de los más fuertes data de 1587, nuevamente en agosto, que fue cien veces más poderoso que el último. Los sismos en 1587, 1990 y 2014 fueron en agosto. Infelices coincidencias que alimentan un mito que es parte de la memoria de la ciudad.