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En la  película chilena No!, que documenta el plebiscito que provocaría la caída de la dictadura nefasta de Augusto Pinochet, René Saavedra, un marketero comercial encarnado por el actor mexicano Gael García Bernal, aprovecha una apertura comunicativa del gobierno para convencer a los chilenos  que opten por una nueva ruta de desarrollo después de casi veinte años de dictadura. Durante pocas semanas, el régimen había permitido que la oposición se presente sin censura porque la consulta popular era vigilada por organizaciones internacionales. El trabajo de René es obstaculizado por las diferentes voces opositoras. Los representantes de las víctimas quieren subrayar la pérdida de vidas inocentes con argumentos que son contundentes pero chocan con la contra-narrativa del oficialismo: Pinochet, según el aparato mediático estatal, está llevando a Chile hacia un futuro próspero, mientras que los comunistas van a revivir la inflación, la inseguridad, etc. Navegando este laberinto comunicativo, René formula un mensaje que puede amenazar con tumbar la dictadura, a pesar de que el gobierno hace hasta lo imposible para sabotear su campaña. Su estrategia es no caer en la tentación de reforzar la dicotomía de opciones (orden versus libertad). De lo contrario, enfoca sus spots en promulgar un mensaje positivo, presenta a la oposición no como una alternativa sino una continuación de progreso y estabilidad. Vende la idea de que los chilenos pueden seguir creciendo económicamente pero también con libertad, sin secuestros, sin asesinatos, sin miedo de expresarse. Esa votación cambió la historia de Chile para siempre y aunque sigue siendo un país extremadamente desigual, la promesa de esa campaña publicitaria, que los chilenos podrían prosperar sin Pinochet, resultó correcta. Mauricio Rodas, el nuevo alcalde de Quito, parece leer la política ecuatoriana con el mismo lente con el que Saavedra leyó, en su momento, la coyuntura chilena.

La llegada de Rodas al escenario político del Ecuador fue igual de inesperada como la del un juvenil profesor de economía hace apenas ocho años. Los dos son jóvenes, tecnócratas con títulos de universidades prestigiosas del exterior, han tenido ambición política desde su juventud, y aunque ambos tuvieron la visión de anticipar y aprovechar un vacío de liderazgo, su forma de ser es muy distinta, cada uno respondiendo a las circunstancias que le precedía.

A pesar de todos sus defectos, el economista Rafael Vicente Correa Delgado es un gran comunicador. Ha sabido cómo dominar los medios tradicionales y digitales  creando un culto de personalidad que ha sido suficiente para crear un partido político desconocido y convertirlo en la fuerza electoral más contundente de los últimos cincuenta años. Con su conocimiento técnico, inteligencia natural, lengua de disparo rápido y disposición y habilidad para la pelea, Rafael Correa ha creado las condiciones para llevar a cabo reformas que eran imposibles e impensables en un país cuya política se ha caracterizado por la cantidad de jugadores que podían obstaculizar cualquier intento de cambiar el status-quo.

El abogado Mauricio Esteban Rodas Espinel, en cambio, parece tener poco carisma pero entiende bien cómo escoger sus mensajes claves. Ningún experto en políticas hubiera anticipado que se podría ganar la elección municipal de 2014 enfocándose en reducir las multas de tránsito. Rodas, sin embargo, apostó por esa estrategia y fue premiado con una victoria remarcable.

Mientras el Presidente polariza, Rodas se presenta como un esfuerzo conciliador. Supone que los quiteños y los ecuatorianos buscan un cambio de tono después de siete años de política marcada por la confrontación y el discurso de denigrar, insultar y difamar. A pesar de los reclamos de su base –que prefiere tener una suerte de Nebot quiteño para contrarrestar el poder abrumador del Presidente–, Rodas prefiere mantener un discurso de colaboración entre poderes, evitando las invitaciones a una pelea en la que –contra Correa por lo menos– el alcalde tendría una desventaja enorme. Rodas no quiere ser el alcalde que su apoyo más radical desea, quiere ser el alcalde que Quito y el Ecuador necesita.

El tiempo dirá si es una estrategia ingenua y destinada a fracasar frente a la maquinaria de comunicación bien engrasada que es Alianza País. Pero en el transcurso de los últimos meses, Rodas ha revelado una verdad que los otros candidatos de oposición deberían tomar como lección y que nos recuerda la estrategia de comunicación usada con mucho éxito en el ejemplo de Chile: es difícil ganar si uno se postula como el Anti-Correa. Presentarse como una continuidad de progreso sin las características negativas que definen al oficialismo puede ser la fórmula de romper la hegemonía de Alianza País.

De la misma manera que la victoria de Rodas se debe mucho al fracaso del ex alcalde Augusto Barrera, la permanencia de Correa en el poder también se debe al fracaso total de la oposición ecuatoriana. Mientras Correa ha presentado una visión de desarrollo coherente y consistente (con algunas excepciones, como el Yasuní, que ha debilitado los discursos de Sumak Kawsay, el cambio de la matriz productiva y las credenciales ambientalistas de la rama ejecutiva), la oposición ecuatoriana ha caído en el juego de definirse y reafirmarse como tal. Terminan contradiciendo mucho y proponiendo poco. Como resultado, le regalan a Correa el derecho de definir el tema de la conversación política en el que ellos siempre asumen el rol de simples contestadores. Como en una pelea de box, la oposición está en la esquina tratando de dar al menos un golpe mientras el Presidente los aporrea. Correa es proactivo en proponer los temas en la agenda nacional mientras la oposición se limita a ser reactiva.

Según los detractores del gobierno, el país está –para citar al periodista Martin Pallares– “camino a Birmania”. Sostienen que los ataques continuos contra los derechos individuales, la sociedad civil y el deterioro de la institucionalidad del país (separación de poderes, independencia de la judicatura,  autonomía del CNE, reelección indefinida, por ejemplo), nos están llevando hacia una dictadura. Para los opositores, subrayar estas amenazas obvias debería ser suficiente para poner fin a la supremacía de Alianza País. Pero no lo es.

Siete años y una docena de elecciones nos han enseñado que simplemente no funciona. La única excepción es el alcalde de Guayaquil Jaime Nebot. Aunque ataca a Correa, gobierna sabiendo que muchos de sus electores votan por Correa a nivel nacional, a pesar de la bronca entre los dos.

La verdad que incomoda a muchos políticos ecuatorianos es que el progreso del país durante los últimos siete años es innegable. Según las Naciones Unidas, el número de ecuatorianos que viven en la pobreza ha disminuido y la clase media representa un tercio de la población, en el 2003 este grupo ocupaba tan solo 1/6. Por primera vez, Ecuador cuenta con una clase media fuerte que transforma por completo el paradigma de la política nacional porque un país con esta característica tiende a priorizar la estabilidad y la moderación.

Mientras muchos de la oposición ven la construcción de carreteras y grandes proyectos de infraestructura como populismo impulsado por el boom petrolero, para otros la corrección de un déficit de infraestructura dejado por administraciones anteriores significa progreso. Al final, el gobierno actual gana la batalla de imponer un significado sobre los nuevos símbolos.

Convencer a muchos ecuatorianos que el país va por un camino desastroso es difícil y, desde el punto de vista de comunicación política, tal vez innecesario. Si bien debemos estar muy atentos a la concentración de poder que se está dando en el país, tal vez la fórmula para crear incursiones electorales no es insistir en que la población vea la realidad que uno quiere, sino aceptar y entender la realidad desde el punto de vista del ecuatoriano promedio –que sufrió diez años de gobernanza al estilo Banana Republic–es muy distinta. Al negar la realidad de un verdadero progreso en el país, la oposición regala al presidente Correa y a Alianza País un monopolio sobre el discurso de desarrollo, al abrir una dicotomía entre lo que ellos presentan para el futuro y lo que el gobierno propone. Desde el punto de vista comunicacional, hay que tomar la viada creada por el oficialismo y ofrecer la misma prosperidad sin los efectos secundarios de la concentración de poder.

Mauricio Rodas ha entendido bien este mensaje y como resultado logró una victoria no esperada. Provocó un cortocircuito en Alianza País que antes de la elección había dado por sentado su dominio electoral en el capital.

Ahora la pregunta es en tres años, ¿lo entenderán por fin los políticos de oposición? La respuesta puede ser determinante para crear una nueva era en la política ecuatoriana, o permitir que Alianza País extienda su dominio durante cuatro años más. Si no me quieren hacer caso a mí, tal vez escucharán a Einstein, quien lo expresó mejor cuando dijo que la locura es seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes. Los políticos de oposición tienen que preguntarse si son víctimas del status-quo o si lo están perpetuando.

Bajada

El alcalde de Quito tiene una estrategia simple que el anticorreísmo se niega a comprender