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¿Qué sucede cuando una estatua pierde la cabeza?

Una mañana de agosto del 2013, Ana Frank amaneció decapitada. A la estatua de la insigne niña judía, que está frente a la Plaza España, en la ciudad argentina de Córdoba, le faltaba la cabeza. Nunca se encontró al culpable. Solo se sabe que fue víctima de una manifestación, que la comunidad judía pidió que se investigue el caso, que se descubrió que quizás usaron una soga, que parte del hombro también fue afectado.

Decapitada

La estatua estuvo incompleta hasta el 12 de junio de 2014 que, en un evento de saco y corbata presidido por el intendente Ramón Mestre, fue reinaugurada con nueva cabeza. Mientras el político cortaba la cinta que rodeaba la plazoleta construida en 1995 a la memoria de la niña que se escondió de los nazis en una buhardilla de Amsterdam, los asistentes se miraban asombrados, con la risa contenida. Todos pensaban lo mismo. Nadie se atrevió a decir nada. Fueron los peatones quienes, horas después, con fotografías de la estatua reconstruida y mensajes irónicos, divulgaron en las redes sociales la desatinada restauración: Ana Frank no era Ana Frank. Al menos no con esa cabeza desproporcionalmente pequeña para un cuerpo que más que de una niña de trece años, parecía de un fisicoculturista.

La tarde que visité la estatua encontré a tres peatones que la fotografiaban. Yo había ido con una amiga que tenía que ver en vivo la escultura de la que todo el mundo hablaba. Queríamos inmortalizar en imágenes esa cabeza que además de minúscula está chueca. Da la impresión de que Ana sufre una eterna tortícolis. Esa mandíbula demasiado grande. Esa cara de papa. Ese cabello como un casquillo, sin movimiento. La gente se detenía a observar esa cabeza horrible colocada sobre Ana.

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La burla se viralizó. Empezaron a compararla con el caso del Ecce Homo en Borja, España. En el 2012, Cecilia Giménez, una señora aficionada al arte, arruinó un fresco de Jesús del siglo diecinueve cuando trató de restaurarla porque, decía, estaba vieja y necesitaba mantenimiento. En medio de tanta burla, uno de los periodistas cordobeses que había escrito sobre el caso en un medio local, recibió un correo de una chica que afirmaba que había un error en la autoría de la estatua, que los medios estaban reproduciendo mal la información. Según ella, que había sido estudiante de Carlos Belveder, era él el verdadero autor y no Isaac Nahmías como aparecía en la placa de la estatua.

En 1995, la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (Daia) encargó a Belveder la estatua como símbolo de la persecución que sufrieron los judíos. En Argentina vive la población judía más grande de Latinoamérica, una de las seis comunidades más numerosas del mundo. Se calcula que en todo el país son cerca de doscientas mil personas. Para confirmar la información que había recibido sobre la autoría de la obra, el periodista contactó a Belveder. El escultor le dijo que había ideado, maquetado y construido a Ana. En estos diecinueve años, sin embargo, la placa debajo de la estatua, atribuía la obra a Nahmías, quien nunca lo desmintió. Por eso, la reconstrucción estuvo a su cargo. Pocos días después de las críticas, Nahmías, avergonzado, confesó que, en realidad, lo que había hecho era una cabeza provisional.

En otra entrevista, Belveder –el verdadero autor– criticó que “parecía que a Ana la había agarrado un jíbaro”. Todos empezaron a pronunciarse. La secretaria de cultura del Municipio, Paula Beaulieu, se quejó porque ella creía que Nahmías era el autor verdadero y porque él nunca dijo que la cabeza actual sería provisional. Beaulieu no quiso comentar sobre la fealdad de la obra, dijo que la Municipalidad no tiene atribuciones para determinar “qué es o no bonito” y agregó que “sería una locura bajar parámetros estéticos desde el Estado”.

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Pronto se cumple un mes de la reinaguración de la estatua y las bromas continúan. Desde hace siete días, en internet circula un video titulado “Cómo se hizo la restauración de la escultura de Ana Frank” que usa la canción Hello de Lionel Richie. También hay un meme que se burla del tema.

La estatua que estuvo diez meses sin cabeza y ahora tiene una muy fea, es tan popular que ahora son tres los artistas que dicen que quieren  ponerle una nueva. Una digna de la niña quien inmortalizó en un diario, la persecución que sufrió ella y su familia judía durante la segunda guerra mundial. Esta historia de tragicomedia latinoamericana solo abona más polémica a la historia de Ana, cuyo diario fue cuestionado más de una vez por historiadores y estudiosos de la segunda guerra mundial. Una de las razones para cuestionar su autenticidad fue que parte de los extractos fueron escritos con bolígrafo, invento que recién fue introducido en 1951, siete años después de que Ana murió. 

Hasta hace dos semanas, Ana era una estatua más de esta ciudad en el centro de Argentina. Hoy es toda una celebridad. Una celebridad como el Ecce Homo de Borja, que antes de su restauración pasaba casi desapercibido y hoy es un destino turístico. Luego de la restauración, un grupo de ciudadanos apoyó a Giménez, la señora que modificó el fresco, y pidió al Ayuntamiento de Borja (Zaragoza) que deje la obra así, que no la restaure. En la carta, que circuló en Internet, se describe a la restauración como “un inteligente reflejo de la situación política y social de nuestro tiempo. En el cual se pone de manifiesto una sutil crítica a las teorías creacionistas de la Iglesia, a la vez que se cuestiona el surgimiento de nuevos ídolos”. Junto a la petición, algunos firmantes también comentaron: “Porque el trabajo y la dedicación de esta señora, su ilusión y devoción, tienen tanto valor o más como las del autor de la primera obra. Su originalidad y valentía supera con creces el valor de la obra anterior cuya nula aportación al mundo del arte la hace totalmente prescindible”, escribió Laura Gómez de Salazar. En Córdoba aún no se crea una petición para dejar a Ana con esa horrenda cabeza, al parecer los ciudadanos quieren de vuelta a la niña con cara de niña de verdad.

Hay estatuas que dejan de ser solo estatuas. Algunos guayaquileños conocen la de José Joaquín de Olmedo, al inicio del Malecón –sobre la calle con el mismo nombre-, no por la importancia del personaje sino por el posible error de identidad. Supuestamente, el que está sentado en el sillón, no es Olmedo sino Lord Byron. El rumor surgió porque el poeta inglés siempre era representado en un sillón y porque tenía una pierna más pequeña que la otra, un error, o acierto, que tiene la estatua de Olmedo. Según otra leyenda urbana de estatuas de Ecuador, la imagen de Bernardo Valdivieso, precursor de la educación en Loja, que está en la Plaza Central de la ciudad del sur, no es realmente él sino Bernardo O’Higgins, militar chileno que participó en la independencia de Chile. Algunos lojanos dicen que la verdadera estatua nunca llegó y tuvieron que comprar una en una tienda común. Muchos dudan que la que está en el centro de Loja sea Valdivieso por su vestidura, que no corresponde a la época y porque era un intelectual y no de aspecto aguerrido como el de la escultura. Las estatuas se volvieron más importantes que los personajes que personifican.

En Córdoba, sucedió lo mismo con Ana Frank. Hasta hace menos de un mes era una estatua más. Una como la de San Martín en la plaza con el mismo nombre –como la mayoría de plazas en las ciudades de este país– y  como la del oso polar ubicada a pocos metros de Ana. El oso de mármol fue construido a inicio de los cincuenta para que sea colocado junto al puente Antártida Argentina para celebrar la presencia de este país en la gélida región. Pocas semanas antes de que se concluya la escultura del oso, un ciudadano más informado que el promedio, advirtió que en el continente antártico no existe esa especie, que había habido una confusión, que los osos habitaban en el Ártico. Desde entonces, la estatua ha sido reubicada más de una vez. Parecería que la municipalidad no encuentra el lugar preciso. El oso sigue paseando. Hoy está junto al Museo Emilio Caraffa, justo a una cuadra de la Plazoleta Ana Frank, donde está esa estatua con una cabeza y un nombre de autor que no le corresponden.

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