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Durante los últimos años,  los tres componentes de la administración pública en Guayaquil –ciudad, ciudadanos y autoridades locales–  hemos jugado una suerte de círculo vicioso,  casi inconscientemente, que rueda de la siguiente forma: 

Una fracción de la ciudadanía expresa su inconformidad con las obras realizadas.

La efervescencia en la reacción de las autoridades es directamente proporcional a la proximidad de las elecciones.

Se realizan nuevas obras;  la ciudadanía se entusiasma con ellas. 

Aparecen las falencias y críticas sobre las obras recientemente inauguradas.

Entonces el proceso se repite.

Dichas falencias de los proyectos suelen ser de diferente orden. Muchas no siempre están atribuidas a la obra en sí, sino a factores externos vinculados a ella. En tales casos,  las deficiencias de la obra suelen ser ágilmente proyectadas sobre esos factores, de modo que no aparezcan relacionadas con la obra,  pero sí con sus usuarios.

Tomemos como ejemplo la piscina del Parque recreacional COVIEM que funciona como un balneario artificial.  Tiene el mérito de haber materializado el primer proyecto de semejantes características. Sin embargo, ¿qué ocurrió durante y después de su inauguración? A causa de los desmanes originados por el entusiasmo popular, enrejaron la piscina con alambres de púas;  llamaron a la Policía Metropolitana para que imponga “el orden” en las filas de entrada;  y al final se limitó dramáticamente el número de usuarios por día.

A pesar de lo expuesto, estoy seguro que veremos pronto en la propaganda municipal lindas tomas en slow motion de niños sonriendo mientras se bañan en la piscina de COVIEM. Choca este contraste entre la realidad y la propaganda.

Paralelamente, el pasado veintisiete de mayo, el diario El Universo publicó un artículo titulado “Jóvenes de la Trinitaria y sus Vuelos al Salado”, en el cual se narra –a modo de crónica– las experiencias de un grupo de chicos y chicas que se arriesgan subiéndose a uno de los puentes de la vía Perimetral, y lanzándose con trampolines al estero Salado. El mismo día, encuentro en el muro de Facebook de mi amiga Jessica Quintana un link de una revista de arquitectura que describe detalladamente el proyecto de un puente neumático propuesto sobre las aguas del río Sena en París. La función del puente es netamente recreacional. Cuenta con una serie de mallas que permiten el uso del puente como lugar de descanso o como trampolín. La coincidencia entre ambos artículos me lleva a elucubraciones inevitables. Me imagino entonces una suerte de muelle neumático en la isla Trinitaria, donde los chicos puedan saltar y disfrutar –al menos– de un pedazo de estero con menor contaminación. Recreación popular, en pleno contacto con la naturaleza y sin tener que arriesgar la vida entre camiones y volquetas, tal como ocurre ahora en la vía Perimetral.

Resulta evidente que el problema en Guayaquil no es la falta de proyectos. Tanto el Municipio como el Gobierno los ejecutan,  pero, ¿para satisfacer quién?

Lo expuesto nos lleva a deducir que la mencionada falencia de las obras es la incompatibilidad entre la obra y su usuario final: el ciudadano. Las necesidades de la gente deben ser leídas a partir de un análisis real y no basadas en simples arquetipos. En el caso de COVIEM, el proyecto se desarrolla más por las necesidades políticas del Municipio, en lugar de las necesidades de la comunidad.  No cabe la menor duda que a las clases más humildes les fascina la idea de una piscina.  Sin embargo, ¿no debe ser el Municipio el personaje catalizador que encuentre un punto de equilibrio entre los deseos de la gente,  sus necesidades y los recursos disponibles?  ¿No sería acaso un muelle balneario más barato en construcción y en mantenimiento, que una piscina enorme?

Una lectura de los ciudadanos más humildes de nuestra ciudad requiere una reingeniería del pensamiento por parte de los planificadores. Es urgente e indispensable que en los organismos locales se eche a la basura la errónea valoración de que la cultura urbana es civilizada y la rural, carente de civilización.

Los proyectos realizados hasta la fecha desconocen –y hasta menosprecian– los valores de la cultura rural que es parte de nuestra ciudadanía. Guayaquil es una ciudad hecha fundamentalmente por gente con empuje y ganas de autosuperarse, que asimila de a poco –y quizás de manera traumática– el impacto de la vida urbana, su cultura y sus subculturas. Nadie desconoce que una piscina es un anhelo de gran parte la población. Sin embargo, ¿qué convendría más: una piscina tipo balneario artificial o una serie de pequeñas piscinas distribuidas a través de un sector? ¿Puede acaso la inversión de un muelle-balneario (por ejemplo) ser más rentable, en el sentido que permite implementar infraestructura para rescatar los esteros, y la reconciliación de los espacios naturales y la ciudadanía?

¡Cuántas otras posibilidades más podrían pensarse!  ¡Cuántas nuevas tipologías urbanas y arquitectónicas están esperando a ser descubiertas o desarrolladas por nuestros funcionarios públicos!

Sin embargo,  los proyectos Trofeo no son sólo cuestión de un solo bando político en nuestro país. Se trata más bien de una consecuencia negativa en nuestra cultura política. Existe otro proyecto que –lamentablemente- sirve de contrapeso a lo ocurrido en COVIEM. Me refiero a la versión actual del parque Los Samanes. Lamento ver cómo el proyecto actual se enfoca fundamentalmente en la generación de espacios que generan mayor aceptación: las canchas deportivas.  En este caso, no ocurre como en COVIEM.  En lugar de no haber una lectura de la ciudadanía como usuario final de un proyecto,  la propuesta del parque Los Samanes sólo se enfoca en los deseos de la comunidad, dejando para después sus necesidades.  Bien por las canchas,  pero poco lograrán ellas si no se las compagina con áreas verdes,  arborización generadores de sombra, puntos de encuentro comunitario, espacios de actividades culturales, áreas de contemplación, etc. Un proyecto que abarca diferentes deseos y necesidades de una comunidad incrementa exponencialmente sus beneficios a la ciudadanía. Un parque de escala metropolitana es una bendición. Un montón de canchas es sólo un desperdicio de terreno.

No pierdo las esperanzas de que el proyecto del parque Los Samanes recupere su esencia original y abra nuevamente el abanico de actividades que estaba destinado a abarcar en su interior. Los parques de esta escala son proyectos a largo plazo,  y cuentan con la ventaja de poder maniobrar y recuperar el tiempo perdido.

¿Por qué en las canchas de Los Samanes no se dieron los desmanes ocurridos en la piscina de COVIEM?  La cancha de fútbol es parte de nuestra cultura general,  tanto en nuestra cultura urbana, como en nuestra cultura rural. La piscina no es algo familiar para todos. Es más fácil manejar y asimilar una piscina en un espacio pequeño con pocas personas. Paralelamente, un espacio que nos resulta universal para el campo y la ciudad es el balneario, es decir un espacio abierto en un fenómeno hidrográfico natural donde grandes y pequeños pueden disfrutar del sol y el agua. Se confirma esta hipótesis cuando encontramos a decenas de bañistas disfrutando de aquella corriente diminuta de agua en Puerto Hondo.

Sería formidable para todos, que en los organismos de planificación existiera personal dedicado especialmente a entendernos como cultura y como población,  a fin de poder explotar al máximo nuestro potencial, el rasgo cultural que nos une, nuestra personalidad colectiva.

Bajada

El síntoma de una gestión pública dirigida por y hacia la demagogia política