Mi sensación inicial frente al giro hacia la “radicalización” del proceso socialista en Venezuela es difícil de describir. Creo que lo primero que me golpeó fueron las colas. Fotos de colas interminables para conseguir alimentos. Iguales a las que vi en La Habana. Después fue la magnitud del culto a Chávez, “El Comandante Eterno”, la estética original del fascismo desde la era de Hitler. Luego vinieron las expropiaciones y la venta forzosa de bienes inmuebles. Declaraciones como las del Ministro de Educación, Héctor Rodríguez, un infame que dijo “no es que vamos a sacar a la gente de la pobreza para llevarlos a la clase media para que después aspiren ser escuálidos” (siendo “escuálidos” los opositores de clase media). Pero más allá de eso, fue una certeza, un instinto que brotó en mí de una noche a otra: Maduro y compañía se fueron por el comunismo extremo y se quieren quedar en el poder para siempre. En pleno siglo veintiuno. Parecía imposible.
Pero qué ingenuo, dirán los extremistas de derecha ecuatoriana. Pero si te lo dijimos desde un principio. Y bueno, tienen razón. En lo que aún no tienen razón, y eso está por verse, es que el Gobierno de Rafael Correa pretenda caminar por la misma senda.
En todo caso, según palabras de Diosdado Cabello, era el propio Chávez el que evitaba que su proceso político tome un giro hacia la bestialidad absoluta. Cabello, presidente de la Asamblea Nacional venezolana, aseguró en marzo del 2013 que la oposición debió «haber rezado mucho para que Chávez siguiera vivo”. El coronel era, según Cabello, “el muro de contención de muchas de esas ideas locas que se nos ocurren a nosotros”. Por lo tanto, que lo que en algún momento pensé que pudo ser un proceso de izquierda inteligente, de reivindicación y justicia social, pretenda convertirse en un Nuevo Estado Totalitario, es un tema de cuidado y una lección, para mí, inolvidable. Es por eso que cada vez observo con más agudeza los pronunciamientos sobre la “radicalización” de la Revolución Ciudadana.
Esos pronunciamientos vienen de algunos partidarios del proceso político iniciado en 2007. Para citar solo tres ejemplos: de las asambleístas Gina Godoy (@GinaGodoyAndrad) y María Augusta Calle (@MACAesPAIS), o de la cuenta oficial de tuiter Alianza País –@PAIS35, que desconozco quién la maneja–. Su infantilismo es muy claro: si se pusiera a vivir en Centro Habana por una semana a cualquiera de los susodichos, bajo las condiciones a las que sobreviven los cubanos día a día, pasarían rápidamente a engrosar las altas tasas de suicidio de la isla, sin la menor duda. Su “radicalización” es solo un sentimiento irresponsable, son militantes sin madurez política real, que viven el sueño absurdo y conveniente de la izquierda latina de antaño, incapaces de ver lo que tienen al frente en manos de Mujica y del propio Rafael Correa: una izquierda nueva y vibrante, con sus errores, absolutismos y derechismos, pero que cumple con el intento inquebrantable de forjarse a sí misma, bajo sus propios parámetros y estrategias, con sus propias ideas y valores.
Para los propulsores de la “radicalización” solo cabe una pregunta: ¿Qué quieren decir, que nos volvamos una partida de zombies a los que el Estado les da de comer, les entrega el ron y la cerveza en tanqueros, donde la farsa de un pensamiento único se presta para que un pequeño grupo viva la gloria abastecida de decir que ha salvado a todo un pueblo? La “Radicalización” circense tendría que contestar que sí. Ante lo cual solo resta decirles: serás contenido en tu enfermedad mediante todos los medios que sean necesarios. Todos. Parecería que abogan por una cultura donde la primerísima víctima es la diversidad de pensamiento y el mismo concepto de la libertad, donde ningún hombre puede importar un contenedor de nada. Es decir, un país de niños y niñas que miran a su líder como a un dios y viven bajo el terror lastimero del cuco del imperio norteamericano.
Qué payaso hay que ser para andar hablando del Che y para ser “solidario” con Cuba. Cuba lo que necesita es apoyo latino, tanto encubierto como público, para sacarla del esclavitud en que vive. De lo que hablé con taxistas, mucamas de hotel, cineastas y recolectores de basura en la isla, la única solidaridad que necesitan serían armas para sacar a las momias que los oprimen. Nada más piden.
Ecuador tiene una deuda con el pueblo venezolano. Su petróleo es el que ha ayudado al presupuesto del Estado (y al Club Sport EMELEC) y su apoyo político ha contribuido al triunfo electoral de la Revolución Ciudadana, en las épocas de triunfalismo de la izquierda latinoamericana. Cuando murió Chávez y la ineptitud y la corrupción infinita (esta sí, ETERNA) de Diosdado y Nicolás se arrodillaron frente al mandato cubano, el deber del gobierno de la Revolución Ciudadana era condenar el atropello bestial del gobierno venezolano contra su gente a través de los Colectivos Armados y miembros del hampa y la radicalización hacia el Comunismo Totalitario destructor de toda libertad individual y asesino de la economía venezolana.
Por eso todo asomo de la palabra “radicalización” de la Revolución Ciudadana debe ser visto con atención, debe ser cuestionada de inmediato y sus proponentes sometidos al escrutinio público en las redes. Es más, resulta obvio que la izquierda absoluta liderada por Chávez ha muerto a manos de la realidad. Seguir colgados en ese ejemplo sería un error garrafal de la Revolución Ciudadana. Maduro y su gente han servido como ejemplo total del fracaso absoluto del comunismo total. Bueno, el planeta ya lo sabía, pero ellos decidieron darnos un ejemplo final.
En los años setenta, mi abuelita proponía, desesperada ante los males que afligían al país, que atacáramos a Estados Unidos para que nos conquisten y pasemos a ser el estado número cincuenta y dos de la unión. Entre eso y ser comunista a la cubana no hay ninguna diferencia. Porque en ambos casos –en el hipotético disparate de mi abuela y en el real y horrendo del heredero de Chávez– significaría la sumisión voluntaria a un Estado extranjero, la renuncia a la determinación a la que todos los pueblos tienen derecho y lanzarse a una cura que terminará siempre peor que la enfermedad. Y ese es el velo que nuestro gobierno, a través de nuestro presidente, debe de romper: decir lo que realmente piensa acerca de una isla que lleva cincuenta años gobernada por el mismo cacique y de un país hermano como Venezuela que tanto nos ha dado y que hoy tambalea al borde del yugo total.
¿Qué nos enseña el fin del comunismo venezolano?