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¿Puede hacerte feliz un hombre que te saluda por cinco segundos a cien metros de distancia?

Cinco segundos. Eso duró el saludo de Paul McCartney a los fans que lo esperaban afuera del aeropuerto de Quito. Desde el asiento trasero de un Audi blanco, con la ventana abajo, Sir Paul, movió su mano y les sonrió por trescientos microsegundos. El Beatle llevaba una camisa blanca, un blazer azul y su sonrisa irreptible. Las casi cincuenta personas –que lo esperaban hacía dos horas en el borde de la carretera– rompieron en gritos ante el gesto. Todos iban vestidos con una una camiseta negra que decía New, el nuevo disco de McCartney, y, por supuesto, su devoción y su anonimato.

El operativo de recepción estaba planificado con fervor. Las indicaciones habían quedado claras desde el mediodía del domingo en el grupo de Facebook “Paul McCartney en Ecuador”. El presidente del club de fans de Paul McCartney, Jaime Morán, había escrito las reglas: “Nos vamos a ubicar en el ingreso principal al parqueadero ya que NO van a permitir gente en la terminal de arribo internacional, vamos a conformar dos filas de gente en cada costado de la vía, si van en vehículos estacionarlos antes del ingreso al aeropuerto”. Táctica y estrategia. Esa noche helada, los carros estaban parqueados como acordado y los fans formaban una barrera bordeando la carretera. “No se salgan de la línea blanca”, gritaba uno de los miembros del Club cada cinco minutos, como si de eso dependiese de que el concierto se haga. “Manténganse atrás de la línea, es importante portarnos bien”, decía otro cada vez que un bus o un carro pasaba muy cerca de ellos a más de setenta kilómetros por hora. Soldaditos bien uniformados y obedientes. Algunos sostenían tres de los carteles negros con letras blancas que elaboraron para el recibimiento:

– We’re gonna get hi, hi, hi with your music on – Wings

– We were only waiting for this moment arise – The Beatles

– Our heart is like a wheel, let us roll it to you – Paul

A las nueve y quince, una hora después de que los fanáticos llegaran a la autopista afuera del aeropuerto, aterrizó el avión. Se escuchó un solo grito. La tropa se dio de abrazos descontrolados.

– “¡Paaaaaaaaaauuuuul, Paaaaaaaaaauuuuul, Paaaaaaaaaauuuuul!”, como si, desde adentro de su jet, el Beatle escuchase su llamado.

Geovanny T. me contó que es la segunda vez que recibía a Sir Paul. La primera fue en Lima, en 2011. Esa vez, hizo un cuadro con un póster que circuló en el diario El Comercio de Perú. La noche en que McCartney aterrizó en Quito, Geovanny llevó el cuadro para recibir a su ídolo. Vestido con una chompa negra con el logo de The Beatles, lidiaba con dificultad con el cuadro, mientras sostenía una pequeña filmadora en una de sus manos.

– ¿Para qué lo quieres saludar?

– Porque le quiero agradecer. Capaz él no sabe que yo existo, pero fue mi influencia principal como músico.

– Y el cuadro, es un poco grande… ¿por qué lo trajiste?

– Porque si lo ve, a él le va a gustar.

Un poco más allá, una señora llevaba una caja de un LP de los Beatles. Más allá una quinceañera sostenía un póster del grupo. Gabriel García Márquez escribió hace treinta y cuatro años, después de que asesinaran a John Lennon, “la única nostalgia común que uno tiene con sus hijos son las canciones de los Beatles”. El recibimiento quiteño al bajista de la mítica banda de Liverpool lo confirmaba: adolescentes, cuarentones, padres de familia, estudiantes universitarios. Hace unos días, cuando la Policía del Ecuador anunció que al concierto no podrían ir menores de doce años, una ola de protesta recorrió las redes sociales: ¿qué clase de gente es esa que se enlista en la policía que no entiende que no hay edades mínimas –ni máximas– para escuchar a Paul McCartney?

Nora Márquez estaba junto a Geovanny, justo detrás de una de las grandes pancartas con las letras de las canciones que el Club de Fans mandó a hacer para el recibimiento. Parada con su camiseta de New, sin suéter, contó que se ha preparado por más de un mes y medio para ese instante. Cuando se enteró que su Beatle favorito visitaría Quito, buscó a más fanáticos en redes y así dio con el Club oficial que se creó poco después de que se confirmara el concierto. Nora dijo que cada una o dos semanas se reunían en el bar Strawberry Fields para preparar la bienvenida. Así fue que decidieron colocar N-E-W en la montaña Pichincha, para que sir Paul las viera desde el avión, si acaso se asomara. En esas reuniones planearon, también, el recibimiento en el aeropuerto y organizaron el concierto tributo la noche de la llegada de su ídolo.

– ¿Y ustedes recibieron algo a cambio de la organización y estos eventos? ¿Van a tener un encuentro con él?

– No, nada.

– ¿Por qué lo hacen?

– Porque queremos que él sienta el cariño que le tenemos en Ecuador.

Amar sin esperar nada a cambio. Eso es idolatrar. Pero no como las boberías románticas con que se mienten los enamorados, sino de verdad: es gritarle a alguien que lo amas, aunque sea imposible que te escuche. Es irlo a recibir y ver cómo se va con otro e igual llorar de gratitud por los cinco segundos de sonrisa y saludo ¿Qué son dos horas de espera de los mortales frente a cinco segundos de un dios?

A pesar de las indicaciones reiteradas de mantenerse atrás de la línea blanca, de no invadir la carretera, de no estar cerca de la salida por donde vendría el carro, el protocolo se rompió. De una puerta de rejas, antes de la entrada al aeropuerto, salieron dos camionetas de policía y más atrás el Audi blanco, seguido de otro negro. Luego de que las camionetas pasaron lento junto a los fans y el auto blanco se aproximó, cerca de diez periodistas –entre camarógrafos, fotógrafos y reporteros– se abalanzaron a él. Los fanáticos, histéricos y desde detrás de la línea donde les habían pedido que se queden, gritaban “salgan de ahí, dejen pasar, no ven que pidieron seguridad”. En menos de diez segundos, el carro logró evadir a los medios y lento pasó junto a los fanáticos que gritaban ansiosos pero que habían logrado mantenerse quietos. En ese instante, Paul, quien estaba en el puesto del medio del asiento trasero, se inclinó hacia delante.

Miró, sonrió y saludó.

Un desconocido me abrazó y otro gritaba que no podía creer que se había cumplido su sueño. El carro siguió su rumbo y los fans se treparon a los suyos y lo siguieron.

***

Los alrededores del hotel Marriot, en el norte de Quito, estaban abarrotados a las diez y cincuenta de la noche. Unas doscientas personas se aglomeraron en la calle Orellana, Amazonas y en el parqueadero del hotel. Apenas llegué, un amigo fotógrafo me mostró su pantalón empapado y me contó cómo un guardia privado del hotel había sacado una manguera a presión para controlar a los fanáticos y fotógrafos que no querían alejarse de las puertas de vidrio.

Mientras los fans gritaban desenfrenados cada vez que notaban un movimiento irregular al otro lado del vidrio, desde la terraza de un edificio frente al Marriot, dos grupos musicales rendían tributo a Paul. Las instrucciones para la actividad del “Rooftop concert” también estaban claras en Facebook desde esa tarde: “…a eso de las 10y30pm vamos a empezar con un concierto tributo a cargo de The Macca Band y Strawberry Fields Band. Queremos que toda la gente de manera ordenada se quede en la puerta del hotel coreando las canciones que interpreten estas bandas. A la terraza sólo podrán subir los miembros de las bandas y los encargados del sonido. Les pedimos no insistir”. Afuera del edificio donde era el concierto, un grupo de periodistas desoía las claras órdenes de los comandantes del culto a McCartney y, por supuesto, insistían en subir. Algunos lograron hacerlo. Abajo, en las dos amplias veredas del Marriott, la gente, la tropa, los convencidos, los que conocen los códigos y no andan en la mesocracia de dar con una historia que publicar, sí hizo caso a las órdenes: cantaron Band on the run, All my loving y Silly Love Songs. Mientras los escuchaba, pensaba en Paul y cuántas veces habrá tenido que escuchar sus canciones como tributo, en un hotel repetido, en una noche repetida, tan parecida a tantas. Tan única y especial para los de la vereda.

Dominique Del Hierro coreaba Hey Jude. La veinteañera contó emocionada que vio a Paul en el carro, no a través de su ventana porque estaba arriba y eran vidrios oscuros, sino desde la del copiloto.

– ¡Lo vi cuando llegó! Lo saludé y todo

– ¿Y todo?

– Sí, o sea él también me saludó

– ¿Qué sentiste?

– No se puede describir, es una sensación que sale del corazón, rió emocionada. Llevaba más de dos horas afuera del hotel y aunque los guardias colocaron una cinta de seguridad para que los fans no invadan el área cercana a las puertas, anhelaba que Paul se asome  por la ventana.

Hasta las doce de la noche, Paul no se asomó. Unas sesenta personas seguían afuera del hotel. Conversaban sobre la localidad a la que irían en el concierto, sobre el gesto de Paul cuando los saludó desde el auto con el vidrio cerrado. Esa noche todos se llevaron la anécdota de haber estado –al menos– en la misma acera donde se parqueó el Audi blanco de donde se bajó Sir Paul.