“Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca”

–Jorge Luis Borges

Mariana Roldós Aguilera trabajó en el Sistema Nacional de Bibliotecas desde sus inicios. Dice que el primer año el programa no tuvo presupuesto. El Sinab se creó en 1987, durante el gobierno de León Febres-Cordero, como parte del entonces Ministerio de Educación y Cultura. Roldós fue parte de este Sistema por diecisiete años.

En el libro ‘En el tiempo… Sinab desde Guayas (1987-95)’ Roldós recoge testimonios de funcionarios que trabajaron en los primeros años, recortes de artículos de prensa y portadas de publicaciones hechas por la red. En el primer capítulo, Francisco Delgado —el primer director de este Sistema— lo perfila “atenderá prioritariamente los sectores rurales y urbano-marginales de todas las provincias del Ecuador”. Pero nunca hubo suficiente dinero para hacerlo.

En el libro se resaltan los logros del Sinab pero se menciona poco el tema del financiamiento. Roldós, vía telefónica, cuenta que además de la falta de recursos, al comienzo había otra carencia: el interés de la población. El dinero lo obtenían de fondos extranjeros como Plan Internacional y Unicef, y la atención de los ciudadanos la ganaban con visitas a zonas rurales y comunidades en las que dictaban charlas y capacitaciones. “Nuestra idea era apuntalar a la superación cultural en zonas de máxima criticidad y lograrlo mediante bibliotecas vinculadas a la comunidad”. Como el presupuesto siempre fue mínimo, Roldós pedía cooperación a organismos locales como la Ciespal. En una ocasión técnicos de este centro capacitaron a trescientos dirigentes comunitarios que luego se hicieron cargo de las bibliotecas de sus barrios. No era un trabajo masivo. No siempre se conseguía el dinero para todos los proyectos. En sus años de gestión hubo momentos duros: decenas de bibliotecas que ella impulsó se cerraron porque en la institución educativa donde se habían construido no había espacio para tantos alumnos y la biblioteca se convertía en un aula más.

Su entusiasmo la hace olvidar los problemas económicos. Prefiere quedarse con los momentos gratos, como la biblioteca que se instaló en el sector de Stella Maris, al sur de Guayaquil, donde trabajó con jóvenes pandilleros. Dice que con talleres de lectura y actividades vinculadas a la biblioteca se logró alejarlos de sus círculo de violencia. Aunque nunca hubo suficiente presupuesto ni interés de la población, Roldós se aferra a la idea de que el Sinab fue exitoso.

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Con pocos recursos y gente a cargo, en el 2007 el Sinab sufrió otro golpe. Cuando el Ministerio de Educación y Cultura se escindió en dos, el Sinab pasó a ser parte de Educación. Fue una decisión que, incluso hoy, causa desconcierto porque hasta ese año, funcionaba como una red de bibliotecas paralelas a las del sistema educativo, con una motivación más cultural. Aunque sí intervenía en escuelas, su objetivo principal no eran las aulas sino la vinculación con la comunidad. Las especulaciones de la decisión de Raúl Vallejo, entonces ministro de Educación, de dejar el Sinab bajo esa cartera de Estado fueron varias: desde una medida para salvar a esta red ya que en Cultura hubiese muerto por el paupérrimo presupuesto, hasta formar una vinculación con las bibliotecas escolares.

Desde el 2007, el ‘nuevo’ Sinab, aunque no estaba escrito en papel, empezó a encargarse también de la administración de bibliotecas del sistema educativo, específicamente en Unidades Educativas del Milenio y en Escuelas Réplicas que tenían presupuesto porque dependían de proyectos de inversión. Fue como una atribución tácita que se sumaba a los tres ejes que se habían planteado: creación de nuevas bibliotecas del Sinab, capacitación al personal y el Plan Nacional de Lectura. En agosto del 2012, la entonces ministra Gloria Vidal, ordenó que las bibliotecas de la red del Sinab pasen a las escuelas que no tenían bibliotecas. Fue una propuesta para optimizar los pocos recursos que había para el Sinab. En el 2010 eran apenas doscientos mil dólares, en el 2012 aumentó a cuatrocientos mil.

A pesar del escaso presupuesto, el alcance de las bibliotecas era más que un espacio físico con libros. En Babahoyo, por ejemplo, la biblioteca del Sinab servía como un espacio para que las madres solteras cursen talleres de organización de eventos. Había poca lectura de por medio pero se logró una integración entre la comunidad. Hoy el futuro de esta actividad es incierta.

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En el 2011 se propuso el nuevo modelo de gestión de Ministerio de Educación. Así se planteó, entre decenas de modificaciones, que el Sinab se liquidaría e instancias desconcentradas –las direcciones distritales– se harían cargo de las bibliotecas de la red, de acuerdo a un plan mucho más grande de ordenamiento territorial. A pesar de esto, el equipo siguió trabajando como si la desaparición no fuese un hecho. Pablo Larreátegui, ex analista de lectura del Sinab, se encargó de elaborar el Plan Nacional de Lectura (PNL). Él sabía que el Sistema pronto llegaría a su fin pero guardaba la esperanza de que con una buena propuesta se podía revertir esa decisión. Entonces siguió trabajándola. Fueron más de dieciocho meses de planificación y revisión de un Plan que, desde su concepción, no tenía espacio para crecer.

María Paulina Briones, ex directora del Sinab, recuerda que el PNL era parte de un plan mayor: la Dirección de Fomento a la Lectura, Fondo Editorial y Bibliotecas Educativas Abiertas. La propuesta que su equipo elaboró sobre esta Dirección –que incluía hasta los perfiles de los cargos en diferentes instancias– era que absorba las funciones del Sinab y se haga cargo de las bibliotecas. Pretendía institucionalizar una política pública de lectura y escritura. La ex ministra Vidal, estaba al tanto de esta propuesta pero renunció a su cargo antes de que se difunda. Según los estatutos del Sinab, el único jefe de Briones era el ministro. En más de una ocasión envió oficios, pidió audiencia para conversar con el actual, Augusto Espinosa, pero no tuvo respuesta.

La propuesta incluso había sido presentada en el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC) en el encuentro de bibliotecas en Argentina y tuvo una excelente acogida según Briones. “Era una contradicción que hacia adentro no se lo apreciara”, se lamenta.

El ex viceministro de Educación, Pablo Cevallos, revisó el PNL y cree que era pretencioso porque hasta incluía objetivos de escritura. Para él, el Sinab debió concentrarse únicamente en la administración de las bibliotecas y no en elaborar una política de Estado. Considera que desde el anuncio del cierre en el 2011, hasta el 11 de febrero del 2014 que se emitió el acuerdo que finalmente lo liquidó, el equipo debió idear una estrategia para traspasar las competencias a los directores distritales educativos quienes deben ahora administrar las bibliotecas, y no seguir planificando programas que no se iban a concretar.

Larreátegui cree que nunca hubo la voluntad política para apoyar la aprobación del PNL ni el trabajo del Sinab. Menciona que en el 2013 en algunas escuelas en las que el Sinab había intervenido, se desmontaron las bibliotecas porque la institución necesitaba espacio para incluir aulas para preescolar. Las bibliotecas nunca fueron prioridad. Mucho de lo que pretendía ser el Sinab en esta última etapa quedó en una presentación de Powerpoint, una tabla de Excel y varios documentos de Word. Pretendían invertir setenta y cinco millones de dólares y beneficiar a cuatro millones y medio de personas –niños, jóvenes y adultos– con un proyecto de Bibliotecas Pedagógicas.

Roldós lloró cuando supo que cerrarían el Sinab. No está de acuerdo con la decisión porque cree que es borrar lo que se logró en veintiocho años. Andrea Crespo trabajó en el Ministerio de Educación, dice que conoció el trabajo de cerca y reconoce dos alcances concretos que tuvo el programa. Para ella, en zonas fronterizas las bibliotecas fungían como espacios dinamizadores. “El lugar físico se convertía en un espacio habitado y lograba dinámicas entre los sujetos…un sitio para dialogar, generar lecturas o simplemente hablar de su malestar en torno al conflicto”. Menciona también el impacto en las poblaciones periféricas, por ejemplo en Guayaquil donde la biblioteca se convertía en un espacio para compartir entre señoras que preparaban dulces y ayudaba a la cohesión de la comunidad.

Cevallos cree que sería ridículo pensar que con la liquidación del Sinab se acaben las bibliotecas. “Se trata del fin de la institucionalidad del Sinab no de sus competencias”. Pero el Ministerio de Educación, vía correo electrónico, no dio más detalles sobre el proceso de liquidación. Dijo que la Dirección Nacional de Mejoramiento Pedagógico –que absorbió las competencias del Sinab– debe encargarse de las innovaciones incluyendo los programas de lectura. Contestó que a futuro podría crearse una Dirección Nacional de Fomento a la Lectura –la que Briones estructuró con su equipo con el apoyo de la ex ministra Vidal– “siempre y cuando las necesidades del sistema educativo así lo requieran”. En el borrador del acuerdo había una transitoria que decía que el Sinab estaría en manos de la Dirección de Mejoramiento Pedagógico hasta que se cree esta nueva Dirección de Lectura; esa disposición se borró y ahora la Dirección de Mejoramiento Pedagógico es la única que debe responder sobre el Sinab. Los detalles de cómo funcionará no están claros. Briones dice que el cierre se debió dar solo con una propuesta sólida que lo reemplace. “Si no ¿Para qué liquidar? ¿Por qué destruir si no tienes una nueva opción?”.

En el libro de Roldós, ‘En el tiempo… Sinab desde Guayas (1987-95)’, hay un capítulo escrito por el primer director del Sinab, Francisco Delgado. Con el título “Una aventura extraordinaria llamada Sinab”, cuenta que el entonces subsecretario de educación, Francisco Vivanco, le asignó elaborar un “proyecto nacional de bibliotecas” para el que debía realizar un diagnóstico previo. Entre los resultados de su investigación, en 1986, Delgado Santos escribió: “En el país reinaba una anarquía total en cuanto al funcionamiento de las bibliotecas; el país carecía tanto de un sistema nacional de bibliotecas públicas como de un sistema nacional de bibliotecas escolares; la Biblioteca Nacional que debía ser la cabeza de un sistema nacional de bibliotecas públicas no asumía su papel ni funcionaba como tal”.

Entre dimes y diretes de autoridades se concretó poco. Las buenas intenciones no son suficientes para construir algo; las malas parecerían que sí lo son para destruirlo. Ray Bradbury se preguntó “sin bibliotecas, ¿qué nos quedaría? no tendríamos pasado ni futuro”. Muchos ecuatorianos nos hacemos la misma pregunta, ¿después del Sinab, qué?