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La crisis de este país vuelve a exponer las diferencias entre Rusia y Occidente

Los ucranianos saben lo que es protestar a veinte grados bajo cero. Este país, de más de seiscientos mil kilómetros cuadrados y de cuarenta y cinco millones de habitantes, ubicado al oeste de Rusia, ha vivido desde noviembre de 2013 una seria crisis internas luego de que el presidente Víktor Yanukóvich decidiera no firmar un Acuerdo de Asociación con la Unión Europea (UE).

Rusia no es Europa y nunca lo ha sido. Por razones geográficas, culturales e históricas, ha mantenido su posición independiente y por años ha estado alejada de Europa Occidental. Con el fin de la “Guerra Fría” –entre el bloque comunista de la Unión Soviética y el bloque capitalista de Estados Unidos-, Rusia quedó debilitada y Europa fue ganando espacio en aquellos territorios que habían sido parte del eje comunista. Luego del Tratado de Maastricht de 1993, con el que se creó la Unión Europea (UE), países de la antigua esfera soviética, como Polonia, República Checa, Hungría, Rumania y otras repúblicas del Báltico, se integraron a ella alejándose de la influencia rusa. Polonia se convirtió en un caso paradigmático por sus bases militares de Estados Unidos y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que actualmente sirven para vigilar la crisis ucraniana.

Rusia ha perdido más que Polonia: de las catorce repúblicas que fueron parte de la Unión Soviética, siete tienen bases de la OTAN -la alianza militar entre Estados Unidos y Europa Occidental, con países también del Este-. La OTAN ha intervenido desde Kosovo hasta Libia, y sus miembros suman las tres cuartas partes del gasto militar mundial. Para Rusia, ceder al aliado histórico y natural, Ucrania, no es tolerable. En términos de pertenencia, para los rusos Ucrania significa otra provincia de su territorio.

¿Cómo comenzó  el conflicto?

La firma de un Acuerdo de Asociación entre la Unión Europea y Ucrania, programada para finales de noviembre 2013, parecía un hecho hasta que el presidente ucraniano Víktor Yanukóvich dio marcha atrás en su decisión. Su discurso previo de que Ucrania sería un “vector” de la integración europea, llenó de tanta expectativa a ciertos grupos ucranianos proeuropeos y a la UE que la agitada respuesta, luego de la negativa, fue predecible.

Para muchos politólogos –sobre todo occidentales- la sorpresiva respuesta de Yanukóvich –quien hasta entonces era para los europeos el “artífice” del acercamiento– se debió a un chantaje económico y principalmente energético orquestado por el Kremlin. Para otros, en línea más prorusa, Ucrania no estaba preparada para integrarse a la Unión Europea pues ajustar sus estándares políticos, económicos y judiciales al régimen de la UE, demandaría altos costos para el país, un lujo que no podría darse.

Echadas las cartas, en un contexto de país dividido donde la mitad que vive en el oeste es proeuropea y la otra mitad al este es prorusa, decenas de miles de ucranianos salieron a las calles. La plaza de Maidán (o Euromaidán como la tildan los proeuropeos) fue el epicentro de las consignas en contra del gobierno de Yanukóvich, bastante impopular, sobre todo en el oeste y el centro del país, bastiones de la oposición y del nacionalismo.

Yanukóvich no estuvo solo; contó con el apoyo de la oligarquía nacional, incluyendo a personajes como Rinat Ajmétov, dueño del famoso club de fútbol europeo Shakhtar Donetsk. La oposición tampoco, puesto que recibió el soporte de la UE y de Estados Unidos. El 22 de febrero, el parlamento ucraniano, presionado por las protestas, destituyó al presidente Yanukóvich.  El 26 de febrero, Arseni Yatseniuk -que había sido ministro de economía y de exteriores- fue designado por el parlamento como primer ministro de Ucrania hasta el 25 de mayo, fecha en la que se realizarán las elecciones presidenciales.

En menos de un mes de conflicto, el corazón de la disputa se dirigió hacia Crimea. Allí la variable étnica explicó su resistencia a seguir formando parte de Ucrania con un gobierno proeuropeo: alrededor del 60% de sus habitantes son rusos, el 24,3% ucranianos y el 24,3% tártaros. En el referéndum del 16 marzo, convocado por el parlamento de Crimea, el 96,77% de los crimeos se pronunciaron a favor de la anexión de su territorio a la Federación Rusa. El conflicto de Ucrania, con Crimea como el centro, terminó por convertirse en una cuestión mundial.

¿Qué está en juego?

No se trata de que los europeos quieran tener a Ucrania de su lado por su espíritu de integración, ni Rusia por una plana cuestión de identidad. El gas y las posiciones geoestratégicas tienen mucho que ver en la disputa. Esta crisis ha pasado de ser un asunto regional a una preocupación mundial que ha provocado un reacomodo de las potencias: Estados Unidos y la Unión Europea frente al eje Moscú – Pekín.

1.- El gas

El gas es una de las claves para comprender el conflicto. El 40% del gas que consume Europa proviene de Rusia, y para Ucrania significa más de la mitad de sus importaciones gasíferas. A esto se suma que un 80% del gas ruso exportado pasa por Ucrania, por lo que el mayor riesgo es un alza de los precios y quizá un cierre del grifo a Europa.

Una escalada de tensiones no es deseable para ninguno de los involucrados directos. Europa podría resolver esta represalia energética: primero de manera provisional a través de dos gasoductos, Yamal–Europa y Nordstream, y luego vía traslado marítimo del gas de Estados Unidos, una medida de alto costo. En un momento de crisis económica como el que atraviesa la UE, el panorama sería aún más difícil.

Ucrania y Rusia ya han protagonizado desde 1994 las llamadas “Guerras del Gas”. Cuando Rusia ha querido cobrarle las deudas a Ucrania le ha desabastecido de gas o le ha subido los precios. Ucrania le ha respondido con desvíos ilegales de gas a Europa.  El año pasado con la negativa de Yanukóvich al acuerdo de asociación con la UE, Putin “premió” a Ucrania. El presidente ruso aceptó el cobro de la deuda de la empresa pública ucraniana de gas, Naftogaz, que ascendía a los dos mil quinientos millones de euros (3 mil 460 millones de dólares) y rebajó los precios del gas en un 30%. Ahora, con un nuevo gobierno proeuropeo dirigiendo Ucrania, el premio ruso ya no cuenta.

2.- La Unión Euroasiática

Las tensas relaciones entre Rusia y la Unión Europea y la creciente adhesión de las ex repúblicas soviéticas a la UE, han empujado a que Rusia impulse su propio mecanismo de integración dirigido a fortalecer sus relaciones con la región euroasiática. La Unión Aduanera es el esquema inicial para promover este acuerdo “entre iguales”. Kazajstán, Bielorrusia y Rusia son los miembros actuales; por el momento, los principales beneficios de esta Unión son crediticios y arancelarios.

En 2015 podría formarse la Unión Euroasiática, pero con la reciente anexión de Crimea se fortalecen las críticas de analistas antirrusos que sostienen que la Unión será un organismo de integración jerárquica en la que Rusia tendrá la última palabra.  El sueño de Putin de una alianza económica que pueda competir a la par con la Unión Europea parece desvanecerse.

3.-  Posicionamiento geoestratégico

Con la anexión de Crimea a Rusia luego del referéndum del 16 de marzo, Rusia ganó posiciones. Crimea es una península ubicada entre Ucrania y Rusia y está rodeada por el Mar Negro, que la hace geopolíticamente atractiva. La represalia rusa contra Ucrania por la adhesión de Crimea invalida el acuerdo bajo el que Ucrania arrendaba el puerto de Sebástopol a la Flota de la armada rusa del Mar Negro. Ucrania a cambio recibía una rebaja de cien dólares en el precio del gas, fijado a cuatrocientos dólares los mil metros cúbicos. Con la derogación de este acuerdo, el precio para Ucrania volvería a situarse entre cuatrocientos ochenta y quinientos dólares.

Tras sumar Crimea, Rusia se aproxima al Mediterráneo y con el control de Sebástopol bloquea una posible entrada en acción de la OTAN. Tener a la OTAN, la alianza militar más grande y poderosa de la historia,  al lado sería uno de los escenarios más oscuros para Rusia pues limitaría sus estrategias para avanzar posiciones hacia el oeste y amenazaría su estabilidad.

Los últimos episodios

El nuevo gobierno ucraniano -encabezado por el tecnócrata Arseni Yatseniuk- ya ha firmado la sección política del Acuerdo de Asociación con la UE y ha aplazado la rúbrica de lo económico. Los ucranianos y el bloque europeo han acordado aproximarse gradualmente. El capítulo económico será uno de los más difíciles debido a la dependencia, sobre todo gasífera, de Ucrania a Rusia.

Rusia ya agilizó, en menos de una semana, todos los pasos necesarios para formalizar la anexión de Crimea y Sebástopol.  Estados Unidos y la Unión Europea han dicho que no reconocen ni el referéndum ni sus resultados y que sancionarán a Rusia. La Organización de Naciones Unidas (ONU) también ha desconocido el proceso.

En la reciente cumbre del G7 que reunió en Bruselas a los líderes de Estados Unidos, Japón, Canadá, Reino Unido, Alemania, Francia e Italia, se reafirmó la voluntad de aislar a Rusia “hasta que cambie su actuación” y castigarla a través de sanciones económicas. El canciller ruso Sergei Lavrov minimizó la decisión considerándola como irrelevante, pues dijo que el G7 es una agrupación informal, un “club de amigos” y no un bloque formal. Rusia, además, participa de otros foros como el G20 y los Brics -de las potencias emergentes (Brasil, Rusia. India, China y Sudáfrica)-. Un escenario es que las potencias occidentales le apliquen la ley del hielo y otro posible, y mucho peor, que Rusia pueda ser completamente aislada por la comunidad internacional.

Ucrania necesitará una buena inyección financiera; será necesario que se arrime a la UE en búsqueda de crédito en vista de su distanciamiento con el Kremlin. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ya ha ofrecido una “ayuda” de diecinueve mil quinientos millones de euros para Ucrania y, como contrapartida, el gobierno de ese país deberá implementar duras medidas como el recorte del gasto fiscal -que se traduce en el despido inicial de veinticuatro mil funcionarios públicos- y el gravamen al consumo de alcohol y tabaco.

El conflicto promete incrementar las tensiones entre el Occidente y Rusia. China es un gran aliado de este último y podría equilibrar la balanza de poder a favor de Moscú. Todavía es incierta la incidencia de otras agendas sensibles como el conflicto sirio, que lleva cuatro años de enfrentamientos entre el régimen de Bashar al Assad y la oposición. El año pasado Putin logró que Estados Unidos no intervenga en Siria y propuso en su lugar que se destruyan todas las armas químicas bajo la veeduría de los inspectores de la ONU. Una maniobra política que disputó el monopolio de las decisiones mundiales a Estados Unidos.  La crisis económica que todavía provoca estragos en Europa también podría afectar el conflicto ucraniano; para la Unión lo primero será rescatar a sus miembros.

Queda por conocer las sanciones que emitirán la Unión Europea y Estados Unidos en contra de Rusia por la anexión de Crimea y Sebástopol. Rusia se juega la oportunidad de consolidarse como actor global fuerte capaz de enfrentarse a “los intocables”: Estados Unidos y las potencias europeas, y el futuro de una Unión Euroasiática. A la Unión Europea le resta sentarse a negociar con Rusia una salida al conflicto debido a su alta dependencia del gas.

La crisis de Ucrania marca un típico escenario de juego de suma cero en donde todos, en algún punto, pierden.