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Crónica desde un país que se resiste a la normalidad

Quiero detenerme a hablar de Caracas, mi ciudad. Del vértigo que se siente cuando el motorizado se va a incorporar a la autopista y, entre el embotellamiento de una hora pico, de una manifestación o de una tranca alevosa, empieza a serpentear entre los carros, hace maniobras entre retrovisores, se detiene y espera: se enfilan frente a nuestros ojos uno, dos, decenas de ráfagas en dos ruedas hacia el este, hacia el oeste, con parrilleros, solos, armados, civiles, honestos o malandros.

Es cuestión de aguardar el turno, tantear el rumor del torrente y zambullirse. Vas a toda velocidad, en un canal de invención reciente. Hacia adelante el tráfico puede moverse, los otros carros se cambian de carril, cortan el flujo de la vía motorizada y hacen que se frene, que cambien de ruta con la misma rapidez con que el agua lo hace ante una piedra que se interpone. El corneteo avisa a los conductores que vas pasando por allí. A veces es mejor no mirar, no predecir. Depositas, novedoso hombre de fe, todo en lo que crees en tu chofer de dos ruedas.

Primera parada: Boulevard de El Cafetal

Al llegar al Este de Caracas, zona en su mayoría de clase media, el motorizado se encuentra con una barricada, guarimba, en idioma coyuntural venezolano. Escombros, basura, restos de árboles, muebles viejos, guayas entre semáforo y semáforo para evitar el paso. Entre los escombros, vecinos, con gorras hacia atrás, walkie talkies, o teléfonos móviles sostenidos de frente a la cara y entrompados hacia los labios en actitud marcial.

Estamos en el boulevard de El Cafetal, zona cuyo morador paradigmático, la doña del cafetal, se ha transformado en modelo de quien adversa al gobierno. Presa de cierta histeria, clase media golpeada, cree a pies juntillas en la perversa influencia de los cuerpos cubanos de inteligencia en la política venezolana, en el chavista como un enajenado mental, en el gobierno como un ogro autoritario. Hagamos esta generalización en contra de la verdad periodística. Pero esta doña está acá trancando su calle, ataviada con la bandera de Venezuela de pies a cabeza, con un pañuelo lleno de vinagre al cuello, con el Twitter de su celular ardiendo en rebelión. Llama a sus hijos y descarga sus escombros. Hace planes, se reúne en asambleas; no encuentra pollo, ni harina P.A.N para hacer sus arepas. Ve de nuevo en la irrupción del descontento venezolano una oportunidad para salir del chavismo.

Los tres kilómetros que ocupan el Boulevard de El Cafetal están trancados por al menos cinco barricadas desestabilizadoras. La idea es que cada vecino tranque su calle, en Caracas, en Maracaibo, en Puerto La Cruz, que poco a poco se sume todo el país, las fuerzas del orden público no se den abasto y que finalmente el gobierno se vea obligado a negociar o, en su mejor caso, a renunciar.

Pausa contextual en San Cristóbal

El dos de febrero de 2014, en la ciudad de San Cristóbal los estudiantes de la Universidad Nacional Experimental del Táchira protestaron para reclamar mayor seguridad, pues una compañera había sido violada en el campus. El resultado fue una represión brutal, que incluyó la detención de un grupo de estudiantes que fueron trasladados a la cárcel de la ciudad de Coro, en el estado Falcón, a unos 500 kilómetros. El traslado se hizo, según el juez, por razones de seguridad. San Cristóbal, capital del estado Táchira, fronterizo con Colombia, ha sido especial víctima de la crisis económica y sus coletazos: inflación, escasez, enormes filas para comprar alimentos, gasolina.

Esa protesta se reprodujo en otras ciudades del país hasta que el 12 de febrero, varias universidades convocaron a una manifestación frente al Ministerio Público, en Caracas, para reclamar la liberación de los estudiantes recluidos en Coro. Esta protesta fue apoyada púbicamente por Antonio Ledezma, María Corina Machado y Leopoldo López, líderes de un sector de la oposición que defienden la protesta como respuesta a la crisis del país, y cuyos reclamos son conocidos por el nombre de #LaSalida.

Después de un mes, el Foro Penal Venezolano reporta novecientas setenta detenciones, más de cuarenta casos de torturas y tratos denigrantes, que se suman a los dieciocho muertos producto de la violencia en las manifestaciones. Esto, sumado al cerco a los medios radioeléctricos que –comprados por empresarios afines al gobierno o sometidos a la censura y autocensura– le han ofrecido escaso espacio al conflicto.

Segunda parada: Altamira

El motorizado se devuelve, pues no lo dejan pasar las barricadas. Con curiosidad periodística se dirige hacia Altamira, hacia el noreste de la capital, donde se han concentrado las protestas durante el último mes. Ese día es resumen de todo: los manifestantes se concentran en la autopista, cuyo distribuidor es la entrada al municipio Chacao. Frente a ellos se explaya la Base Aérea La Carlota, desde donde empiezan a salir fuerzas de control del orden público.

Antes de llegar a la manifestación, policías desvían el tráfico. No vale ni siquiera enseñar el carnet de periodista. En realidad, nada importa, pues solo quien esté en moto puede pasar: “Solo que no por aquí, diez metros más allá hay un atajo”, dice el policía ante nuestra cara de incrédulos. Efectivamente hacia un lado hacen filas para atravesar, uno a uno, una rendija entre la defensa de la calle. En dos minutos estamos ante la explanada de la autopista, completamente conquistada por manifestantes y fuerzas de orden público, quienes aguardan en pose marcial. La tarde muestra al cerro el Ávila diáfano, en un día sin nubes, con el sol haciendo brochazos feroces sobre la montaña. Decenas de motorizados observan a los manifestantes y policías formados en el canal contrario de la autopista, como una escena épica. Se hace de noche. Se avecina el enfrentamiento.

Las manifestaciones se han trasladado de la autopista hacia Altamira. Allí, colindando con la plaza del mismo nombre, se mantienen atrincherados los más rebeldes, quienes noche tras noche se enfrentan a la Policía Nacional Bolivariana y a la Guardia Nacional (GN). El guión parece repetirse siempre: ante la amenazadora presencia de los cuerpos de seguridad, los manifestantes se alebrestan. Vuelan los insultos, las piedras, y saltan por los aires las bombas lacrimógenas en respuesta. Del lado contrario contestan con molotovs, peñascos, escombros. En las noches se viven escenas de terror. Mientras arrecia la confrontación, los vecinos abren las puertas de sus edificios para resguardar a periodistas y estudiantes, pero los efectivos de la GN han irrumpido a la fuerza para llevarse detenidos a los manifestantes. Las tácticas son, cuando menos, cuestionables: los camiones de control del orden público difunden a todo volumen música llanera con mensajes favorables al gobierno, canciones de Alí Primera –fallecido cantautor popular de temas de protesta, bandera del chavismo– e inclusive la voz del fallecido presidente Chávez. Mientras tanto, las barricadas vuelven a surgir en la zona.

Regreso a San Cristóbal

Las guarimbas se han transformado en la imagen que representa al sector de la oposición convencido de #LaSalida. El 18 de febrero, Leopoldo López se entregó a las autoridades venezolanas, que le imputan delitos asociados con la violencia de las manifestaciones recientes en Venezuela. Él defiende su inocencia y por eso se encuentra detenido en la cárcel militar de Ramo Verde, esperando el desarrollo de su caso.

Pero en lo que coinciden varios analistas, entre los que se encuentra Rafael Uzcátegui, de la organización de Derechos Humanos Provea, es que las protestas han desbordado a la dirigencia opositora. Estudiantes, políticos, sociedad civil y sectores populares cumplen ya un mes en numerosas manifestaciones que tienen como base común el descontento por la realidad del país, pero que no pareciera terminar de articularse en una fuerza política capaz de canalizar cambios.

Manifiestos y pronunciamientos corren por las redes sociales: se pide libertad para los presos políticos y estudiantes detenidos, la renuncia de la Fiscal General y la Defensora del Pueblo, un cambio de gobierno, el cese de la censura, la salida de los cubanos del país. Lo que pareciera haberse encendido es una situación en la que chocan múltiples agendas, que el gobierno pretende negar, promoviendo la celebración del Carnaval y los actos por el aniversario de la muerte de Hugo Chávez.

Otro de los hechos que destacan dentro de esta coyuntura es que Caracas no es el centro de las protestas. Mientras en la capital las trincheras se concentran en sectores de clase media, con algunas manifestaciones esporádicas en sectores populares, en la ciudad de San Cristóbal se vive un ambiente de guerra. Los estudiantes detenidos en Coro han sido liberados, pero se mantiene el conflicto: allí, las barricadas han detenido significativamente el avance de los cuerpos de seguridad del Estado y se han enfrentado directamente a la acción de grupos armados que pretenden disolverlas a la fuerza.

Horizonte

En la Venezuela que protesta, la moto hace el viaje de Caracas a San Cristóbal, desde las protestas aisladas de la clase media hasta una ciudad en verdadera rebelión. Las autoridades juegan a la negación del otro, al cansancio, pero la carretera se resquebraja al compás de la crisis económica. En seco, el chofer arranca hacia un elevado vacío: una autopista cruzada por el estallido de las bombas lacrimógenas, de los perdigonazos y de las balas.

Un mes en que los ciudadanos venezolanos han vivido desde Twitter la angustia de un país que ya no se ve en la televisión. Solo la prensa, apoyada desde internet, ha logrado empezar a contarnos. El otro silencio, esos relatos en pugna, hace que las ciudades se superpongan, que a tan solo metros de los enfrentamientos todavía una pareja intente compartir un café en los días de asueto, cada uno con el casco de la moto bajo del brazo, pues para transportarse en la Venezuela del conflicto ese es el medio rey.

Conciertos, agendas culturales, planes de trabajo, iniciativas empresariales y otras programaciones se han detenido en solidaridad con un país que se resiste a la normalidad. Esta coyuntura, sin embargo, ha tenido la oportunidad de que miles se reencuentren con las heridas colectivas, que las pensemos de nuevo. Se imponga o no la cordura, la negociación, la agenda política, o la violencia, en dos ruedas o en caravana, a los venezolanos todavía les quedan días de protesta por delante.