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Tu soberbia ha sido arrojada al *Sheol,
Junto con el sonido de tus arpas.
¡Duermes entre gusanos,
y te cubren las lombrices!
¡Cómo has caído del cielo,
 Lucero de la mañana!,
Tú, que sometías a las naciones, 
has caído por tierra
            –Isaías 14:11-12

 

Bajo la premisa de que Dios es el creador de todo, es responsable, también, de la creación de la música. La Biblia da indicios de que la música existe desde mucho antes que el hombre. El capítulo treinta y ocho del libro de Job, en el Antiguo Testamento, menciona a los ángeles cantando alabanzas a Dios, llenos de regocijo al ver cómo sentaba las bases del mundo. La principal función de la música, por esos días, era para alabanza de Jehová. Pero Lucifer, primero entre todos los ángeles, al parecer tenía una idea más clara de lo que un músico, un artista de verdad, debería hacer. Un coro de postrados ángeles cantando eternas aleluyas no era compatible con su línea de pensamiento, por más celestialmente bello que sonara. Lucifer no tenía una visión tan parroquial sobre la belleza. Él entendió que algo bello no tiene que ser necesariamente bonito. De su arpa salieron las primeras notas que desafiaron el orden establecido. Al parecer, esto no sentó bien con el Director de Orquesta y ya todos sabemos lo que pasó después.

La iglesia Católica fue la principal responsable de juntar al diablo con la música. En la Edad Media, el monje benedictino Guido de Arezzo (991 – 1050) realizó muchas y notables aportaciones en materia musical: dio nombre a las notas –que antes se denominaban por medio de las primeras letras del alfabeto–, perfeccionó la escritura musical –generando los precursores de los pentagramas, que es donde se escriben las notas y todos los signos musicales–, y creó el solfeo, que es un método que se utiliza para enseñar entonación. Pero Guido de Arrezo también es conocido por descubrir, y encubrir por muchos años, el trítono.

El trítono es un acorde compuesto de tres tonos consecutivos, dos mayores y uno menor, el cual se decía generaba tal disonancia que perturbaba al oyente, llevándolo hacia “lo impuro”. Debía, por tanto, ser obra del mismísimo Satanás. Por su entonación dificultosa, y porque su sonido se tenía por siniestro, el acorde recibió el nombre de “diabolus in musica”.  Sea una leyenda o no, el que la Iglesia haya prohibido explícitamente su uso, la realidad es que el trítono no apareció hasta varios siglos después durante el Barroco, donde prácticamente estaba limitado a generar tensión transitoria en las notas. Era simplemente un acorde de paso, para dar colorido, pero nunca pudo ocupar un lugar central. El trítono no se usó plenamente hasta el Renacentismo, que trajo consigo la música que representaba una escena, imagen o estado de ánimo. Algunos autores como Beethoven, Vivaldi o Debussy lo rescataron para poder crear atmósferas. Sin embargo, la mayoría de las obras que lo utilizaban no se alejaban de la temática demoníaca, como la “Sonata a Dante” de Franz Liszt o “El Ocaso de los Dioses” de Richard Wagner.

En la música moderna, con el surgimiento del jazz y del blues, el trítono empieza a usarse con frecuencia como una herramienta para expresar la obscuridad y el sufrimiento, tal cual lo hiciera Son House, uno de los emblemas del Delta Blues. Músicos como Duke Ellington, Art Tatum y Benny Goodman fueron los primeros en utilizarlo como contraste permanente entre tensión y relajación en el jazz. Por supuesto, ambos géneros eran despreciados por la Iglesia, y tildadas de “música del diablo”.

El rock, hacia el final de la década de los sesenta, tiene ejemplos muy puntuales del uso del trítono: “Inna Gadda Da Vida” de Iron Butterfly, “Purple Haze” de Jimi Hendrix o “Dazed And Confused” de Led Zeppelin, pero encontraría su máximo esplendor con el Heavy Metal. Black Sabbath empleó de manera fortuita –o bajo influencia del ángel caído– el trítono como parte esencial en la construcción de los riffs que componen sus canciones. Tony Iommi –guitarrista y líder de la banda–, claro, no tenía la más puta idea de qué era el trítono. Cuando compuso la música del primer disco explicó que jamás había oído hablar del “diabolus in musica”; él solo quería darle un sonido obscuro y tétrico a sus composiciones. Así, el tema homónimo de la banda no sólo se convierte en un ejemplo más del uso del trítono, sino también en el génesis de un nuevo género musical. Aunque claro, para algunos es más fácil atribuir la intervención del Perverso en la popularización del trítono, que entenderlo como un acto involuntario o, peor aún, como el resultado de la inspiración personal o del virtuosismo.

Grandes músicos entraron en serio conflicto con la Iglesia por su virtuosismo. A Niccolo Paganini se lo conocía como “el violinista del diablo” por su capacidad sobrenatural para tocar. No era de extrañarse que se acusara a su habilidad de ser el resultado de un trato con el demonio, rumores que nunca desmintió e incluso, se dice, él mismo fomentó. Paganini vivió como todo un rock star: dio giras por las mayores ciudades de Europa, era amante de la juerga y derrochador, tenía reputación de conquistador –entre sus conquistas, Elisa y Paulina Bonaparte, hermanas de Napoleón– y murió de forma prematura, acosado por múltiples enfermedades, como sífilis y tuberculosis. En las semanas previas a su muerte, se negó a recibir la extremaunción porque consideraba que el sacramento para los moribundos era prematuro. Cuando falleció en 1840, la Iglesia no permitió que sea enterrado en Génova, su ciudad natal, debido a su rumorado pacto con el diablo, y a haberse negado a recibir la extremaunción. Luego de una apelación fallida al Papa, finalmente en 1876, treinta y seis años después de su deceso, el Obispo de Parma autorizó, por fin, su entierro en dicha ciudad.

Estudios médicos actuales afirman que la capacidad sobrehumana de Paganini para tocar el violín no se debía a influencias del Maligno, sino a un desorden genético llamado Síndrome de Marfán, el cual causa un aumento inusual de la longitud de los miembros, incluidos los dedos y las manos, además de una flexibilidad inusual de las articulaciones. Pero… qué saben ellos.

Muchos músicos de blues también fueron señalados de haber pactado con el diablo. El más popular es Robert Johnson, de quién se burlaban otros músicos como Willie Brown y Son House, por su falta de talento para tocar la guitarra. Pero luego de haber desaparecido por una época, regresó con una técnica tan depurada que, claro está, sólo podía haber sido obtenida mediante un trueque por su alma inmortal. Como Paganini, Johnson tampoco hizo nada por desmentir su supuesta asociación con el diablo. Pero para esta época, a mediado de la década de 1930, el ser asociado con el diablo era una fórmula segura para el éxito. Johnson, más que seguir los edictos del diablo, estaba siguiendo los edictos del marketing.

Ahora, para no restar importancia a la influencia de Satanás en el proceso artístico, hay autores que han atribuido su influencia, al menos de manera pasiva, en sus obras. El violinista José Tartini, quien hospedado en el Santo Convento de Asís, en 1713, contó que se le apareció en sueños el mismo Lucifer. El Maligno tomó el violín, comenzó a tocar con un estilo extraño y desconcertante, arrancándole al instrumento efectos inauditos, ignorados por los concertistas de aquel tiempo. Cuando terminó, desafió al músico durmiente a repetir lo que había oído. Tartini no consiguió nunca rehacer toda la sonata diabólica, según dijo. Sin embargo lo poco que consiguió recordar permanece aún en su obra Trillo del Diavolo, cuya composición, según los entendidos, contiene tales y tantas innovaciones técnicas que es considerada como el principio de una nueva época en el arte del violín. Tartini nunca pudo superar su sonata, lo cual lo convertiría en uno de los one hit wonders del siglo XVIII.

El rock está lleno de historias y mitos, algunos genuinamente esotéricos, y otros simplemente disparatados. Y es que desde que Elvis comenzó a mover la pelvis, la Iglesia y sus adeptos decidieron trazar la raya. ¡Este ritmo que convulsiona a los jóvenes y los hace contorsionar y perder el control debía ser prueba contundente de la existencia de un ente corruptor  y pervertido escondido entre las notas musicales! Los Rolling Stones llegaron al desparpajo de mostrar su “simpatía por el demonio” de manera expresa, y cuando el mensaje no tenía referencias satánicas al derecho, pues entonces hubo que buscarlos al revés: Led Zeppelin, en particular Jimmy Page, no sólo no ayudó en este caso a disociarse con el diablo, sino que reforzó esta popular creencia al mostrar un genuino interés por el misticismo, y las enseñanzas del reconocido ocultista y mago ceremonial Aleister Crowley. Talvez debido a eso es que Stairway To Heaven, además de ser conocida por contener uno de los mejores solos de guitarra de todos los tiempos, también carga con el estigma de contener supuestos mensajes subliminales de adoración a Satán, cuando se la escucha al revés. Pero mientras los grupos ultra conservadores más luchaban por reprimir este fenómeno, más denodada era la respuesta. Nuevas y más radicales tendencias musicales empezaron a florecer durante los años ochenta. La banda inglesa Venom propuso un subgénero extremo del heavy metal, el black metal, el cual a más de identificarse por su sonido estridente, obscuro y rápido, se caracteriza por sus letras abiertamente anticristianas. Es que si la sumisión es el sello distintivo del cristianismo, la rebelión es la esencia del rock. Como el cura y el demonio, no podrán existir uno sin el otro.

Hoy en día, al parecer, el Príncipe de las Tinieblas tiene una visión más corporativa con respecto a la escena musical. Prácticamente todos los artistas más exitosos –entiéndase los que más venden– como Jay-Z, Eminen, Miley Cirus, Beyoncé y Rihanna, no se salvan de ser relacionados con el diablo, o de ser miembros de alguna secta cuya agenda se centra en el control global. Además, el trítono, su acorde infausto y disonante, mediante el cual aprovecha para colarse en la conciencia colectiva de la gente, puede oírse ahora incluso al momento de encender una Mac, o en el tema de los Simpson.  Dios creó al mundo en siete días pero la música se la dejó a Lucifer.

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Dios creó al mundo en siete días pero la música se la dejó a Lucifer