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¿Qué hay detrás del conocimiento de la desnudez?

En cuanto a la mujer, aquel desnudo les había recordado con demasiada insistencia lo que ellos se cubrían. La criatura desvestida, tras el desasosiego que arrojara de suslechos, les acababa de traer el terror de sus almas en descubierto, el soñarse pesadillescamente en sus rencores al viento con sus pequeñas miserias sin cortinado espeso. Habían sido felices durante mucho tiempo en las casas de madera. De pronto alguien había dicho: vidrio.

Armonía Somers, La mujer desnuda.

 

En un ensayo titulado “Desnudez”[1], del filósofo italiano Giorgio Agamben, se lee: “En nuestra cultura, la relación cara/cuerpo está signada por una asimetría fundamental, que establece que la cara permanezca por lo general desnuda, mientras que el cuerpo normalmente se cubre” (128). El cuerpo velado construye identidad, una que se cimenta en la negación de la corporalidad, sugiere Agamben —el cuerpo es lo que ocultamos, lo que no mostramos sino en el ámbito de lo privado. Afuera nos conocen por nuestras caras, no por nuestro cuerpo—, y que se levanta en la oposición que hacemos como sujeto a lo abyecto-en-mí, a la fisiología descarnada que horroriza y, simultáneamente, repugna. Foucault abordó tangencialmente este tema en su Historia de la sexualidad: el uso de los placeres (1984)[2], en donde expone que el control del cuerpo, la “dietética” del placer, la templanza, es lo que nos dota de humanidad. El hombre se hace hombre cuando es dueño de sí y de sus impulsos, dice Foucault sobre la mirada griega antigua del deseo. Para los griegos aquel que no podía medirse en el disfrute y en el ejercicio de sus placeres era menos humano y más animal; ser sujeto implicaba para ellos, y lo sigue implicando para nosotros, el estar sujetados, dominados por nuestra propia consciencia e inteligencia. El ocultamiento del cuerpo, entonces, no sólo representa el rechazo a lo que hay en nosotros que es cercano a la naturaleza —esa que me despoja de mi humanidad—, sino también la normativización, el dominio, de la corporalidad. Civilización vs. barbarie: la libertad —facultad exclusiva del hombre— se muestra como el poder sobre uno mismo y la esclavitud —destino de los no-sujetos— como la ingobernabilidad del yo.

Pero pensar en la desnudez es, en realidad, pensar en su representación: cuando Adán y Eva se dan cuenta de que están desnudos, dice Agamben, ocurre un cambio en el ser; los dos abren los ojos y notan que están desnudos. La desnudez es algo que acontece cuando alguien se percata de ella, por eso Agamben habla del “vestido de gracia” que recubría a Adán y a Eva: sus cuerpos descubiertos no fueron los que se transformaron después del pecado, sino sus miradas. ¿Qué hay detrás del conocimiento de la desnudez? ¿De dónde proviene la vergüenza de tener cuerpo? ¿De la intemperancia? ¿De los “bajos deseos”? ¿De la lubricidad?

En la novela de Armonía Somers, La mujer desnuda (1950), Rebeca Linke se decapita y, tras pegarse la cabeza de vuelta al cuello, decide salir desnuda a caminar por el pueblo. Lo fantástico o, como lo llamó el ensayista y crítico uruguayo Ángel Rama, la escritura de lo “raro”[3], le sirve a esta escritora como forma de reelaboración de ciertos mitos de origen y como quiebre en la representación del personaje-mujer. Rebeca aparece frente a los ojos de los hombres del pueblo y éstos, al verla, enloquecen de lujuria: violan a sus mujeres, pierden el control de sus cuerpos y de sus espíritus. Sin embargo, Rebeca no siente vergüenza: se ha cortado la cabeza —¿despojamiento de cierto tipo de racionalidad?— y ya no necesita cubrirse. Acepta su cuerpo y lo asume como parte de su nueva identidad; está, aunque no para los otros, “vestida de gracia”. Su desnudez no existe más que en los ojos de los que la miran. En realidad, ser corporalidad desnuda la deshumaniza: Rebeca, al desocultar su cuerpo, pierde su cara, su rostro, su identidad de persona. Somers representa, acertadamente, a sus personajes desnudos como homo sacers  —lo mismo ocurre con el personaje principal de su cuento “El derrumbamiento”[4]—; al homo sacer se lo puede asesinar porque es periferia de toda comunidad, es el exiliado, el paria, el que no responde a la norma y que, por lo tanto, no entra dentro del marco de la ley. La desnudez  transforma a Rebeca Linke en pura carne y la pura carne es susceptible de ser dañada y de ser tratada con crueldad.

El interés de Somers por la desnudez y su representación la hace echar mano sobre interrogantes filosóficas que revalorizan el pensamiento y el decir del cuerpo. Es fácil pensar a partir de su literatura, por ejemplo, en la deshumanización del Otro a medida que se le otorga más cuerpo que a uno mismo, en el lugar de lo obsceno y de lo abyecto y en su resignificación, en los mecanismos de sujetización o, como llamó Foucault, en las “tecnologías del yo”[5] que la persona usa para reconstruirse o deconstruirse, esas que  “…permiten a los individuos efectuar, por cuenta propia o con la ayuda de otros, cierto número de operaciones sobre su cuerpo y su alma, pensamientos, conducta, o cualquier forma de ser, obteniendo así una transformación de sí mismos…” (48). En este sentido Rebeca Linke es un personaje que se sujetiza a sí misma, que se construye en su destrucción (decapitación y desnudez) y que viola las normas de conducta sociales para liberarse de ellas.

La publicación de La mujer desnuda en 1950 supuso un escándalo, no sólo por el alto grado de erotismo que manejaba, sino también por la representación misma de la mujer desnudaRebeca Linke podría ser, en realidad, cualquier mujer— y su decisión de ser fuera de los parámetros sociales de comportamiento de su género. Ir más allá del prejuicio extendido de que la escritora latinoamericana —en este caso representada por Armonía Somers— no puede ser trascendente y que, como mujer, sólo puede escribir del eros, de la familia, del hogar, de la maternidad, de las emociones —desde la feminidad— significa leer la escritura del cuerpo no desde el mito de origen cristiano, no desde la infravaloración temática de la corporalidad como literatura intimista, sino desde la aceptación de que el cuerpo también es su representación: que es, por encima de todo, político.

 

 


[1] Agamben, Giorgio. “Desnudez”, Desnudez. 2009. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2011. 79-133.

[2] Foucault, Michel. Historia de la sexualidad, vol. 2 : El uso de los placeres. 1984. México D.F.: siglo xxi editores, s.a. 1999.

[3] Rama, Angel (compilador y prologuista), Aquí. Cien años de raros. Montevideo: Arca, 1966.

[4] Somers, Armonía. “El derrumbamiento”, El derrumbamiento. Montevideo: 1953.

[5] Foucault, Michel. “Tecnologías del yo” (1981), Tecnologías del yo y otros textos afines. Barcelona: Paidós Ibérica, 1990.