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¿Está el nuevo alcalde a la altura de Quito?

                 

Los modelos de ciudad basados en la infraestructura, que no consideran los efectos negativos de la expansión agresiva ni el impacto negativo del diseño urbano sobre la salud, están siendo finalmente abandonados. Hay una tendencia irreversible en la gestión de ciudades del mundo: hemos aprendido, parecería, de nuestros errores. Hay un cambio radical en el paradigma desde Copenhague hasta Melbourne y desde Ciudad del Cabo hasta Nueva York.

En la construcción colectiva de la ciudad se reconoce, de a poco, el valor de cada uno de los ciudadanos desde su fuero individual. Es en esa lógica que se enmarca la necesidad de cambio incluida en la Revolución Urbana: el gobierno del Ecuador ha identificado entornos urbanos agresivos, de tamaño y escala desproporcionada, basados en objetos y no en experiencias. Son un obstáculo para nuestro desarrollo como sociedad y coartan el ejercicio pleno del derecho a la ciudad. Una Revolución Urbana implica comprender cuáles son los problemas más apremiantes, conocer sus causas, sus dinámicas y asegurar que el urbanismo que se practica genere ciudades inclusivas, seguras y democráticas. Sin embargo, hay una dimensión que recibe poca atención, que es el efecto directo en términos de convivencia cívica derivado de la relación que existe entre el diseño y la conducta ciudadana. La felicidad de los habitantes de una ciudad es muy difícil de medir cuantitativamente, pero los beneficios del mejoramiento de la calidad de vida son legibles a corto plazo.

Ese fue uno de los éxitos de la administración de Augusto Barrera. Pero fue también, aunque suene paradójico, uno de sus puntos menos sólidos. Su concepción del rol del espacio público en la construcción de ciudadanía y la adecuada priorización de recursos hacia el mejoramiento de la imagen urbana, han permitido que Quito se ubique a la vanguardia del país y se sitúe entre las ciudades de mejor calidad de vida del continente. Sin embargo, la visión de la ciudad-región con énfasis en la construcción de infraestructura, no tuvo contraparte en la construcción de ciudadanía y de gobernanza a largo plazo en las escalas más pequeñas de intervención: los barrios, las calles y las cuadras. A pesar de estrategias muy acertadas, como la incorporación de segmentos históricamente relegados, llevando el municipio a los barrios con los Centros de Desarrollo Comunitario, y como los inmensos esfuerzos en desarrollo cultural, cuando las acciones no se complementan con un mejoramiento integral de la imagen urbana y de la experiencia urbana cotidiana de los residentes, las obras de infraestructura resultan soluciones encapsuladas. Así, es imposible incorporar a los ciudadanos en los circuitos sociales y económicos de la ciudad.

En los espacios entre edificios, que son los que finalmente hacen la ciudad como experiencia, es donde más cabida tuvo una propuesta basada en la construcción de una ciudad alegre. El periodista canadiense Charles Montgomery identifica su libro “Happy City” los patrones redundantes en varias ciudades que generan redes urbanas legibles y producen un tejido social, económico y urbano sólido y sostenible. La relación de causalidad es directa entre una forma urbana apropiada, un diseño a escala humana que comprenda la importancia de la psicología ambiental y la felicidad de la gente en la ciudad.

El planteamiento central de la campaña de Mauricio Rodas fue, precisamente, recuperar la alegría, la frescura y la conversación entre todos los ciudadanos. Al momento en que escribo estas líneas, parecería que un cincuenta y ocho por ciento de quiteños le tomó la palabra. El camino es cuesta arriba y hay zapatos muy difíciles de calzar, especialmente en la Empresa de Agua Potable, en Quito Turismo y en la Fundación Museos de la Ciudad. Es deber de todos los ciudadanos observar el proceso, apoyar los aciertos, fiscalizar los errores y exigir una alcaldía de puertas abiertas donde se escuche la voz ciudadana.

Quito está compuesta por quienes votaron por el nuevo alcalde y por aquel cuarenta y dos por ciento de ciudadanos que quería que la administración de Alianza País continúe. Cualquier administración que pretenda llevar a cabo un proceso con gobernanza y sostenibilidad, debe despojarse de los colores de campaña para administrar la ciudad en la que vivimos todos con distintas visiones, con distintos sueños e intereses, pero con una sola esperanza: poder vivir mejor.

Asegurar el apoyo ciudadano implica tener una visión clara, construida y avalada por todos. El proceso de reconciliación después de una campaña durísima y descarnada no va a ser fácil. Es momento de juntar hombros por la construcción del objetivo común: Quito. Es deber del nuevo alcalde encontrar la claridad para identificar los aciertos de la administración de Barrera y la sabiduría para enmendar de la manera menos traumática los errores.

El trabajo de inspirar, alegrar, juntar y construir colectivamente no es imposible si  desechamos las etiquetas de izquierda y derecha que dividen y hacen daño. Un árbol no es neoliberal aunque lo siembre el mismísimo Milton Friedman, y una calle no es socialista aunque la construya el comandante Fidel Castro. Ese árbol ofrecerá la misma sombra y esa calle mejorará el paisaje urbano para todos y cada uno de los residentes y visitantes de la ciudad. Un gobierno local responsable y eficiente debe desconocer esas diferencias y enfocarse en mejorar la calidad de vida de todos los ciudadanos, de manera equitativa, promoviendo, facilitando y asegurando el ejercicio del derecho a la ciudad sin barrera ni obstrucción alguna.

Ese es el reto para el alcalde Rodas.