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Carta abierta al candidato a alcalde de Guayaquil

Escribo esta carta abierta con la seriedad y la altura que nuestra urgida y polarizada ciudad requiere. Como he dicho en reiteradas ocasiones, estamos en la etapa decisiva que definirá el futuro de ​Guayaquil como metrópoli. No me interesa caer en los argumentos políticos, que derivan casi siempre en verborreas demagógicas. Tampoco soy afín a las argumentaciones no válidas, en donde discrepar se relaciona inmediata y erróneamente con un encasillamiento proselitista. Crecí como ciudadano libre. Mi partido político es Ecuador y Guayaquil es –simultáneamente– mi central partidista y mi hogar. No importa a qué lugar del planeta vaya. Guayaquil es la ciudad donde se nutren mis raíces. De ahí la razón por la cual acepté escribir esta carta: para generar un diálogo entre dos perspectivas que, aunque inicialmente opuestas, declaran tener un objetivo común: que Guayaquil se transforme en una ciudad mejor.

A diferencia de los demás candidatos, usted cuenta con la excepcional condición de correr para la alcaldía por cuarta vez consecutiva. Bajo tales circunstancias es innegable que su gestión como alcalde pesa mucho más que sus propuestas de campaña. Hablemos, entonces, de nuestra ciudad y de su gente. Desde la perspectiva urbanística, haciendo a un lado la politiquería y los fanatismos, con la plena intención de analizar cómo se han satisfecho las necesidades de Guayaquil durante su administración, y compaginar lo hecho hasta hoy con las soluciones que usted propone para su posible cuarto mandato.

El Futuro es Historia

Partiendo de lo general a lo particular, la suya es una candidatura que sabe a pasado, conjugada ​totalmente en pretérito. Esto se debe a la relevancia que le dan sus anteriores gestiones. Tal como se dijera en una de las películas del director y comediante inglés Terry Gilliam, "El Futuro es Historia".

Este sabor a cosa pasada resulta aún más evidente cuando uno descubre que usted ha presentado un documento de 29 páginas ante el Consejo Nacional Electoral para estas elecciones del 23 de febrero. En él, la palabra "continuaremos" se repite 10 veces; "continuará", quince; "seguiremos", nueve;  y la palabra "seguirá", once veces.  Dicho de otra forma, el documento donde usted debió compartir públicamente su visión sobre el futuro de nuestra ciudad se invoca cuarenta y cinco veces a aquel pasado inmediato que usted mismo creó: una invocación y media al  pasado por página.

En contraparte,  la palabra "futuro" es mencionada solamente una vez la palabra "crecimiento" se menciona tres veces; y la palabra "mañana", irónicamente, se menciona sólo una vez cuando se evoca la independencia del 9 de Octubre de 1820.

En lo correspondiente a los tópicos tratados en su Plan de Trabajo, éstos sólo abogan por la continuación de lo que ya se ha hecho. No se habla sobre los futuros desafíos que debe enfrentar la ciudad. Carece de la visión y del entusiasmo necesarios para encontrar las soluciones que Guayaquil requiere, mucho más allá de lo obvio y de lo inmediato. No plantea nuevas directrices para el crecimiento de la ciudad.  No se propone un nuevo plan integral que marque las pautas para el crecimiento ordenado de Guayaquil, equivalente al plan regulador del año 2000. Tampoco se hacen planteamientos para atender aspectos críticos de la ciudad, como el incremento de las áreas inundables, o el control y manejo de los asentamientos informales. Me interesaría saber si estos temas serán atendidos en su cuarto período administrativo, en contraste con lo ocurrido en sus administraciones pasadas. 

Hasta la fecha, el Municipio a su cargo no ha realizado un nuevo plan integral. Se sigue culpando a las lluvias por el incremento de las áreas inundadas y se sigue culpando a los traficantes de tierras por el surgimiento de las nuevas invasiones. No hay propuestas de contingencia para ninguno de los aspectos ya mencionados. Mientras tanto, el mundo se llena de ciudades –del primer al tercer mundo– que innovan formas para mejorar la vida comunitaria. Por su parte,  su equipo de trabajo se conforma con seguir normas técnicas y estéticas de hace cuatro décadas.

Existe en la actualidad un estudio del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos que indica que, de mantenerse el decrecimiento en la tasa migratoria de Guayaquil, nuestra ciudad dejará de ser la más poblada del país. Este debería ser el documento de mayor importancia en su agenda municipal. Y no digo esto en señal de apoyo a los románticos ideales autonomistas que flotan en su círculo cercano de colaboradores (punto aparte: estoy convencido que la visión autonomista que se ha esparcido en la ciudad nos ha enclaustrado en una suerte de ostracismo, del cual somos todos lo guayaquileños los perjudicados). En Economía Urbana, la población de un evento urbano equivale al capital de una empresa.

Así como una empresa que no crece ni en patrimonio, ni en capital se condena al estancamiento y a la pérdida, una ciudad cuyo crecimiento poblacional se estanca o se reduce, produce pérdidas en todo sentido: las empresas locales pierden mano de obra y ven sus mercados locales gradualmente reducidos; las infraestructuras de servicios públicos sostienen altos costos de mantenimiento para menos habitantes;  las recolecciones de impuestos prediales decrece –pregúntele a su colega de Detroit–; y las reducciones de ofertas de trabajo estable generan mayores porcentajes de delincuencia e inseguridad.

Por ello, el Plan Integral de Guayaquil que tanto le he mencionado, debe tener como principal objetivo el crecimiento poblacional de la ciudad. Dicho crecimiento debe ser organizado. Debe preverse los espacios a ocuparse por los futuros residentes. Su plan de trabajo sólo menciona a la migración poblacional no como objetivo, sino como "causa exógena" que presenta consecuencias negativas en nuestra ciudad. Dicho de otra forma: se presenta como molestia lo que debe ser la razón de ser de toda gestión municipal. Ciertamente, la generación de empleo es una responsabilidad gubernamental,  según la constitución.  Sin embargo,  no puede ni debe descartarse una intervención municipal en conjunto con la empresa privada, a fin de mantener en marcha el motor económico de la ciudad. 

Las dos ciudades

Decir que su administración no ha hecho obras sería faltar a la verdad.  Pero sí se las puede calificar como insuficientes. Las deficiencias urbanas crecen a una velocidad mayor a la que usted puede remediarlas.  Un plan urbano integral permitiría un mejor enfoque de los recursos municipales para lograr un punto de equilibrio en un lapso definitivamente menor al que usted ha tenido la ciudad a su cargo. Sin embargo, en lugar de ello, durante su administración se ha desarrollado una forma interesante de disimular el déficit de la obra pública. Las falencias de la ciudad material se compensan con la "ciudad hablada", esa que sólo existe a través de la promoción mediática, verbal y cultural.

Entre estas dos ciudades se da una relación interesante y conveniente. Por cada logro que se menciona en la ciudad hablada, se callan varias falencias en otros sectores. Es decir, por un Malecón del Salado que se promociona, hay diez riberas de estero desatendidas y en condiciones deplorables. Por cada sector que se legaliza e interviene, hay cuatro sectores que quedan al desamparo, víctimas de un tráfico de tierras imparable, del cual usted se la limitado a decir que no les va a dar obra pública,  tal como consta en el acta de la sesión municipal del 7 de octubre del año 2010. 

Esta estrategia de trabajo le ha permitido abarcar un cuadro amplio en diferentes ámbitos, pero todos de manera superficial. Y es evidente que la realización de las mismas no responde a un plan integral de la ciudad, sino a la oportunidad y al potencial beneficio político que éstas puedan retribuir.  Dicho de otra forma,  su administración da la impresión de no ejecutar obras acorde a un plan, sino de "esparcir" obras en lugares y momentos oportunamente convenientes.

De los Bucaram y otros demonios

Desde siempre, su punta de lanza en su carrera como alcalde ha sido la reconstrucción de la ciudad. Toma como punto de partida las dantescas consecuencias producidas por las administraciones de la familia Bucaram y su bonus track: la breve permanencia de Harry Soria en el Sillón del Olmedo.

Haciendo una revisión retrospectiva de los hechos, usted ya no tuvo nada que reconstruir: lo hizo su predecesor. Si se hace un recuento cronológico, los hermanos Bucaram Ortiz estuvieron sólo cuatro años en la alcaldía. En contraparte, usted tiene ya catorce, a los cuales se suman los ocho del Ing. León Febres-Cordero. Eso da un total de veintidós años versus cuatro –cinco si sumamos a Soria–. Las ciudades se recuperan de terremotos y otros desastres naturales en menor tiempo. No se puede seguir culpando de las presentes falencias a los hechos ocurridos hace ya más de un cuarto de siglo y luego de veintidós años de gestiones realizados por usted y su partido político.

Hubiera sido interesante que en lugar de evocar la supuesta amenaza de los fantasmas del pasado, usted optara por presentar nuevos proyectos para satisfacer los nuevos desafíos.

Realidades presentes y anhelos futuros

Sin embargo, más allá de todo lo expuesto,  estoy consciente que usted es el candidato con mayores opciones a ser elegido. Por ello, no me queda más que esperar que lo expuesto en la presente carta sirva al menos como punto inicial para una profunda reflexión que permita una reingeniería general, con objetivos y planteamientos más acordes con los tiempos que vivimos.

Hay muchas oportunidades que ya se perdieron. Es indispensable que no se pierdan las oportunidades que aún permanecen disponibles. Siendo posiblemente éste su último período, sugiero como ciudadano que abra al Municipio de Guayaquil para las generaciones posteriores a usted. Que la doctrina política quede a un lado para cederle el puesto al pragmatismo que requiere el manejo de nuestra ciudad. Que las nuevas generaciones rompan el molde para encontrar respuestas más allá de las normas preestablecidas. Que el Municipio escuche más a la ciudadanía,  pues ésta puede ser la proveedora de nuevas y mejores alternativas. Después de todo, nuestra ciudad no necesita épicos salvadores que ofrezcan demagogia a cambio de votos. Esos tiempos ya quedaron en el siglo pasado. Lo que Guayaquil necesita son ciudadanos capaces de trabajar en equipo por el bien común, conscientes de sus realidades y de su esencia única que aún espera por ser descubierta y aprovechada con orgullo.