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José Calderón murió en el hotel más lujoso de Salinas, la playa más concurrida del Ecuador. En una habitación del séptimo piso lo encontró su mujer, Kattiana Jurado. Estaba acostado boca arriba, en calzoncillos y con los pies morados. El conserje que había subido con ella intentó reanimarlo pero era demasiado tarde. Según la autopsia, estaba muerto hacía dos ó tres horas. Era una soleada mañana de domingo, en marzo de 2013. José Calderón era ingeniero electrónico, tenía treinta y seis años, una hija, dos hijastros que lo querían como a un padre, y una carrera prometedora en IBM, la transnacional de la computación.

Kattiana Jurado había llamado con insistencia al hotel Barceló Colón Miramar de Salinas desde las tres de la mañana. No sabía nada de su esposo desde las once y media de la noche. Dice que todas las veces que telefoneó le dijeron que no había ningún José Calderón registrado en el hotel. “Me comunicaron con todos los Calderón que estaban hospedados, pero ninguno era mi esposo”. Cerca de las siete de la mañana, le dijeron que habían encontrado a un hombre inconsciente, dormido al lado del ascensor del séptimo piso. Creían que era su Calderón. Creían, además, que estaba muy borracho. Estaba en una habitación compartida, la setecientos ocho. Hasta ahí lo habían llevado en un portamaletas, afirma el abogado de Kattiana Jurado. Según el acta de levantamiento de cadáver, escrita con el español mutilado de los agentes policiales, cerca de las siete y cuarenta personal del hotel había sido alertado de que había un hombre al pie del  ascensor del piso siete, «el mismo que a su llegada se encontraba boca arriba con vómito sobre su cuerpo y en el piso además con su ropa toda mojada”. Lo metieron al cuarto y le quitaron la ropa. A Kattiana Jurado le repetían los empleados del hotel que su marido estaba borracho, aunque ella insistía que Calderón no acostumbraba a beber. “Lo último que alcancé a decirles fue ‘por favor, no me lo deje boca arriba” cuenta que les pidió antes de salir al Terminal Terrestre de Guayaqui y tomar un bus a Salinas.

Cuando llegó al hotel, pasadas las diez de la mañana, el personal con el que había hablado toda la madrugada había sido relevado. Entonces comenzó su viacrucis nuevamente: le volvieron a decir que no había registro alguno de un José Calderón, aunque se lo ve en los vídeos de seguridad del séptimo piso. En las copias de los cuadernos de registro del hotel no aparece. Ante la desesperación de la mujer, los administradores del elegante Hilton Colón Miramar le dijeron que busque ella misma. Cuenta que le dieron una tarjeta magnética para el piso once. Luego otra para el piso ocho. Dice que la autorizaron a revisar las pertenencias de los huéspedes de los cuartos a los que entraba. Pasó una hora más hasta que dio con la habitación en la que su marido yacía muerto.

Calderón había llegado el día anterior en un viaje de trabajo de IBM. Iba en reemplazo de su jefe y su tarea era explicar el uso de ciertos productos de su empresa en una convención con clientes y socios estratégicos. Ese cambio de última hora tal vez explique el  que José Calderón no conste en los registros del hotel: “Me decían que él no estaba hospedado allí” recuerda Jurado “O sea, el hombre nunca estuvo hasta que se dieron cuenta que estaba muerto”. Según la organizadora, el evento terminó pasadas las seis de la tarde. “Subió a cambiarse de ropa, cenó y bajó a compartir con sus clientes” dice su viuda “de hecho, estaba animado”. En los vídeos de seguridad del hotel, explica Jurado, se lo ve llegar solo al piso siete. Se rasca la cabeza y regresa hacia el ascensor porque no podía abrir la puerta. Kattiana Jurado supone que, en ese momento, su marido, José Calderón, se resbaló y se dio un golpe seco en la cabeza. Según el informe de la autopsia, que le hicieron catorce horas después en Guayaquil, la causa de la muerte fue una hemorragia cerebral producto de una fractura del cráneo. El médico legista escribió en el casillero “manera de la muerte”: violenta.

Los grandes hoteles tienen un documento que se llama “Procedimiento de emergencias de huéspedes”. En él, se establece la obligación de tener un médico de planta. El Barceló Colón Miramar de Salinas no es la excepción. Tiene también el protocolo. Pero Kattiana Jurado dice que no se siguió en el caso de su marido. Que lo trataron como un objeto y que, según la declaración de un mensajero del hotel, le tomó el pulso y lo acostó. En ninguna parte del protocolo se contempla que un empleado desvista a un huésped. El compañero de habitación de Calderón les dijo a los investigadores que Calderón roncaba tan fuerte que tuvo que taparse los oídos con la almohada. En realidad, el hombre estaba agonizando. Cuando el compañero de habitación regresó de desayunar, a eso de las once y media, encontró a Jurado, los paramédicos y, los agentes policiales que hacían el levantamiento del cadáver. Ahí le tomaron su declaración.

Según Kattiana Jurado y su abogado, en el hotel insisten que Calderón se accidentó fuera del hotel. En el Barceló Colón Miramar, nadie quiere hablar del caso. Dicen que sus abogados son los que deben pronunciarse. El prestigioso bufete de Quito que patrocina al hotel no contesta. La Fiscalía Segunda de Salinas, donde se ventila la indagación previa del caso, había fijado el 21 de enero de 2014 como tercera fecha para la reconstrucción de los hechos. Habían pasado exactamente diez meses y seis días de la muerte de José Calderón. Por tercera vez, la diligencia se canceló. Como la primera vez, no llegaron los testigos. La segunda vez, el hotel pidió que se difiera porque había sido fijado para una fecha en la que estaría lleno. La gran cantidad de huéspedes dificultaría llevar a cabo la reconstrucción. Al tercer señalamiento para la diligencia faltaron los paramédicos del cuerpo de bomberos, la organizadora del evento y el hombre con el que Calderón compartía su habitación.

El 15 de febrero de 2014 van a cumplirse once meses de la mañana en que Kattiana Jurado encontró muerto al hombre con el que había estado casada por doce años.  Mientras tanto, Kattiana Jurado hace malabares para sostener a su familia. Calderón había trabajado durante doce años en el departamento de sistemas del Banco de Guayaquil, donde había conocido a su mujer. Nueve meses antes de su muerte, IBM le había hecho una oferta irresistible. La estabilidad económica en la casa de los Calderón Jurado era tal que Kattiana no tenía ya la necesidad de trabajar. Habían cambiado de colegio a su hija porque la nueva situación económica se lo permitía. El hijo mayor de Jurado estudiaba en la Universidad Católica de Guayaquil. Tenía una media beca. El saldo lo pagaba Calderón. Ahora, el panorama es desolador. Kattiana Jurado ha conseguido trabajo en una empresa de televisión por cable y cada vez tiene menos tiempo para impulsar el caso en Salinas. Está enmarañada en los trámites burocráticos para que su hijo mayor pase a estudiar su tercer año de medicina en la Universidad Estatal. Su segunda hija sigue en el mismo colegio porque recibe una pensión de su padre biológico. La más pequeña, la única hija de la pareja, en cambio, tuvo que regresar al colegio en que estaba antes del cambio de trabajo de Calderón. “Cuando mi esposo murió, tuve que pedir de favor que me devolvieran la plata de la matrícula para solventar mis gastos” cuenta Jurado. Cuando termine este año lectivo, la pequeña de nueve años deberá cambiarse a un colegio fiscal: el seguro de vida de Calderón solo le asegura el pago de las pensiones durante un año más.

Todos los planes de la familia se han detenido. Están congelados en ese día de marzo en que perdieron a su padre. Las hijas de Jurado han tenido que recibir tratamiento psicológico. La mayor, que hoy tiene diecisiete años, aún llora por el hombre que la crió desde los cinco. “Cuando cumplió quince, él bailó con ella. Decía que era su hija y ella le decía papá” dice Jurado. La hija de José Calderón y Kattiana Jurado sufre de sonambulismo. No ha podido, además, hacerse una cirugía que necesita. Nació con una malformación en una de sus orejas y cada año deben operarla para reconstruirle el canal auditivo.  

El trece de enero de 2014 Calderón hubiera cumplido treinta y siete años. Ese día Jurado y sus hijos partieron una torta sin él. Kattiana lo cuenta en medio de lágrimas que son de tristeza e indignación. “Era el hombre de mi vida” dice con un hilo de voz. Se ha convertido en una madre sobreprotectora. Vive con miedo constante. Teme por el futuro, algo que hace un año le hubiese parecido imposible. Por esos días, su familia vivía los frutos del largo esfuerzo del ingeniero graduado en la Escuela Politécnica. Los médicos que ha consultado le han dicho que, si se lo hubiese tratado a tiempo, su esposo podría haber sobrevivido. Dice que era un hombre sano y sin vicios. Tenía, sin duda, un buen trabajo y un futuro prometedor. Hasta que le llegaron –como a César en las escaleras del senado romano– las idus de marzo. Solo que a Calderón lo encontraron a la salida del ascensor en el piso siete del hotel más lujoso de Salinas, la playa más concurrida del Ecuador. 

Bajada

Un huésped muere en un hotel que no sabía que lo alojaba