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Un obituario al documentalista latinoamericano

Eduardo Coutinho murió en Río de Janeiro asesinado. Nacido en 1933, Coutinho fue una de las más grandes figuras del cine latinoamericano de las últimas tres décadas y uno de los principales innovadores del cine documental contemporáneo porque dio voz a una diversidad de brasileños y acercó el documental a la ficción.

Edificio Master (2002) es la obra que lo hizo mundialmente famoso en este circuito y allí se delinea el estilo que lo caracterizó: el arte de escuchar a sus personajes con respeto y cariño, sin juzgarlos. Filmada en un condominio en el barrio de Copacabana, Edificio Master retrata la diversidad y la dignidad de la clase media de Brasil.  Con apenas un mes de rodaje y un trabajo de pre-producción e investigación de quinientas entrevistas, Coutinho y su equipo depuran los testimonios de la intimidad y las expectativas de vida de prostitutas, jubilados, ex-futbolistas, amas de casa, logrando una armonía con la nostalgia de un órgano electrónico casero. Los personajes narran episodios claves de sus vidas. Un jubilado empleado de la aerolínea estadounidense PanAm cuenta sobre su amistad con Frank Sinatra mientras interpreta un pasaje de My way evocando el show de Blue Eyes en el estadio Maracaná. Un desempleado, que está dolido por la muerte de su padre, le pide trabajo a Coutinho frente a la cámara. Como siempre, el director está muy atento al sentido emocional e intelectual de cada respuesta y es frecuente escuchar su voz de apunte y reflexión, profundizando los detalles del testimonio o ganando la confianza del entrevistado.

El interés del documentalista brasileño por el juego de representación y las cercanas fronteras entre la ficción y el documental se puede ver en Hombre marcado para morir (1985). En él, Coutinho relata la historia sobre la violenta persecución política de la que fueron víctimas sus actores en época de dictadura. El filme, que tiene veinte años de distancia entre unas escenas y otras, nunca se terminó de grabar como estaba previsto.  Durante los años sesenta el joven Coutinho y un grupo de cineastas de su generación se internan en el nordeste brasileño para filmar una película de ficción sobre el líder campesino Joao Pedro Texeira, quien creó asociaciones de trabajadores y agricultores para exigir la mejora de las condiciones de vida de su gremio.  Como parte de la puesta en escena, la mayoría del reparto es interpretada por los propios campesinos de la zona.  El golpe de Estado de marzo de 1964, que depuso al presidente civil Joao Goulart para sustituirlo con un régimen militar que duró hasta 1985, interrumpe el rodaje de la película. Los campesinos y el equipo de producción son víctimas de la persecución de la dictadura militar y de la oligarquía que los apoya. Veinte años después, Coutinho regresa al mismo barrio para averiguar el destino de los campesinos que sobrevivieron a la violencia políticaDurante esa indagación, el director hace un juego de memoria y descubrimiento, entre los registros de la ficción que nunca terminó y la vida de sus sobrevivientes.

La obra cumbre de Coutinho, Juego de escena (2007), junta estas dos marcas de estilo. L y las funde de manera magistral en un relato de cien minutos: Ha publicado un anuncio en un periódico de Río de Janeiro solicitando los testimonios de vida de mujeres de la ciudad. Recibe más de ochenta respuestas. Los mejores testimonios retratan este océano femenino que va desde la experiencia emocional de Buscando a Nemo, pasando por la maternidad en solitario y el abandono paterno, hasta la infidelidad.  Las entrevistas son filmadas en el teatro Glauber Rocha de Río de Janeiro, de manera rigurosa y prolija. Luego, Coutinho con astucia ubica entre los mejores testimonios a un grupo de actrices, con el fin de sorprender al espectador sin saber quién es la interlocutora del testimonio original. De nuevo, el director está siempre atento a las emociones y a los sentidos de las respuestas de sus entrevistadas. Hay un juego entre la verdad y la ficción, entre la mujer del testimonio y la actriz que lo interpreta, identificar quién es el personaje real y quién ficticio  se convierte en un reto para el espectador, incluso hasta para el mejor profesor de actuación. Coutinho usa su interés en la representación, entre las fronteras de la ficción y el documental, pero nunca pierde el respeto por la honestidad y humanidad de sus personajes.

Hubo varios intentos para traer a Coutinho a Ecuador, para que participe en el festival Encuentro del Otro Cine –los EDOCs– pero su avanzada edad fue un obstáculo insalvable. El público ecuatoriano disfrutó a plenitud sus películas y el libro “El otro cine de Eduardo Coutinho” –editado por María Campaña y Cláudia Mesquita en 2012– que permanece como el legado del director brasileño en este país.

El progreso renacentista y cartesiano de occidente aniquiló dos tipos de arte que fueron respetados en la antigüedad: la interpretación de los sueños y escuchar.  El estilo cinematográfico de Coutinho tiene grandes virtudes formales pero el arte de escuchar es el que más ilustra su figura enorme como ser humano. Y en su voz cálida y amable está la señal inequívoca de su humildad y sabiduría. Mis oraciones y pensamientos para usted, maestro Eduardo Coutinho.