En las últimas semanas me han hecho varias veces la siguiente pregunta: ¿te gustaría que uno de tus hijos sea homosexual? Esta inquietud con frecuencia se hace con variantes como,: ¿permitirías que tus hijos sean homosexuales? o ¿te parecería bien que tus hijos sean homosexuales? Quienes me cuestionan buscan mi hipotético punto de vista como madre. Y es que habitualmente las personas que me someten a este interrogatorio no sospechan que yo sea mamá de dos adolescentes porque, ya se sabe, como defiendo los derechos humanos LGBTI, seguro soy lesbiana y por eso es imposible que tenga hijos. También es cierto que yo no suelo hablar de mi faceta como madre. Procuro no hacerlo porque me carga esa gente que se la pasa todo el tiempo hablando de su prole. Le cuento sobre mis hijos a la única persona que sé que está tan loca por ellos como yo y que jamás se cansará o aburrirá de ese tema: mi marido. Pero me parece que hoy amerita que hable como la madre que soy.

Tengo dos hijos, chico y chica, de quince y once años. No siento que mi realización personal se la deba al hecho de ser madre, ni tampoco siento que antes que nada en la vida yo sea mamá. Sí estoy segura de que haber criado y educado a mis hijos ha sido la mejor y más gratificante tarea que he efectuado hasta ahora: mis hijos son los dos seres humanos más interesantes, sensibles e inteligentes que he conocido. Son una maravilla. Seguro eso se debe a que tienen al mejor papá del mundo.

Mis hijos han aprendido a no discriminar a nadie en general, y en particular están súper acostumbrados a convivir con la diversidad sexual. Saben, desde que tienen uso de razón, que mi hermana tiene una mujer con la que vive desde hace 17 años. Que ella y yo formamos nuestras familias, con nuestras respectivas parejas, casi al mismo tiempo. Ellas son sus tías, sus madrinas, las personas con quienes vivirían si a mí y a su padre nos llegara a pasar algo. Saben que el joven médico que atendió a su abuelo cuando estaba muy enfermo en Boston tenía marido y tres hijitos. Saben que mi otra hermana, alguien que es para ellos algo así como una súper heroína, tiene una novia y viaja con ella por el mundo. Saben que el tío de mi marido está casado con un gringo muy buena gente en Nueva York,; los conocen y conocen su casa y a la perrita Sophie que completa esa familia. Saben que es el amor y no el parentesco lo que une a la gente. Que la palabra familia significa sobretodo un círculo de afecto. Que las hermanas que yo tengo no llevan mi sangre, pero que igual son mis hermanas del alma. A mis hijos nunca nadie les ha dicho que sentir atracción, afecto y amor por una persona del mismo sexo esté mal, sea inmoral, se deba esconder o sea algo de lo que uno se deba avergonzar.

¿Qué pasaría si con el correr de los años uno de ellos descubre que es homosexual? ¿Si no es uno, si son los dos? Absolutamente nada. Estoy segura de que tanto mi hijo como mi hija estarían cómodos con su orientación sexual.

Yo me pregunto, ¿quién dejaría de amar a sus hijos debido a su orientación sexual homosexual? ¿Cómo podría alguien impedir que una hija o un hijo suyo sean homosexuales? Viene a mi mente fragmentos de un querido y bello poema de Kahlil Gibran, “tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida, deseosa de sí misma. No vienen de ti, si no a través de ti y aunque estén contigo no te pertenecen”. Nuestros hijos no nos pertenecen, cualquier cosa que ellos sean o deseen ser, lo serán. Nada puede impedirlo. Podríamos ser una pareja conservadora, católica, de lo más curuchupa, de misa diaria y hasta Opus Dei; uno de nuestros hijos, criado en ese ambiente, puede ser gay o lesbiana. Ténganlo presente.

Continúa el poema de Gibran, “puedes darles tu amor, pero no tu pensamiento, porque ellos tienen sus propios pensamientos. Puedes esforzarte en ser como ellos, pero no procures hacerlos semejantes a ti, porque la vida no retrocede, ni se detiene en el ayer”. Si obligamos a nuestros hijos a ser como nosotros queremos que sean y nos negamos a ver cómo son ellos en realidad,  les haremos daño. No solo que no conseguiremos cambiarlos sino que les estaremos fallando como padres y como madres.

Si les decimos a nuestros hijos que las personas homosexuales son anormales, pecadoras, dignas de lástima, de burla o de recelo, tal vez les estaremos enseñando a odiarse a sí mismos si a alguno de ellos les toca afrontar su homosexualidad en el futuro. Los estaremos condenando a una vida de disimulo, mentira, angustia y tribulación. Además, seremos las últimas personas con quienes ellos querrán hablar de lo que sienten.

Lo más sabio y lo más amoroso que podemos hacer es enseñarles a nuestros hijos a quererse siempre. A no odiar o menospreciar a nadie, ni siquiera a esa persona que es incomprensiblemente diferente a lo que consideramos común, que está fuera de la norma. Y  lo más importante, tenemos que explicarles a nuestros hijos e hijas que nunca nadie puede tratarlos mal, negarles derechos o discriminarlos por ser distintos, por ser como son. En palabras de Kahlil Gibran, padre y madre, ese arco desde el cual ellos, como flechas vivas, serán lanzados. Deja que la inclinación de tu mano de arquero, o de arquera, sea para su felicidad.