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¿Qué está pasando en Uruguay y qué esperan que pase luego de despenalizar la marihuana?

Montevideo cambió. Sus calles, grises, avejentadas, impertinentemente apacibles, ya no son las que eran. Desde que se aprobó la ley que legaliza y regula la producción, distribución, venta y consumo de marihuana en Uruguay el pasado 10 de diciembre, todo es distinto. Las caras ahora son de risa, mucha risa, gracias al humo dulce.

La droga, que se vende en las farmacias como cualquier remedio, ha provocado que haya larguísimas filas de jóvenes y adolescentes que incluso esperan durante toda la noche para poder conseguir sus 40 gramos de marihuana legal. Claro, las señoras mayores ya ni se quieren acercar. Ahora piden cualquier medicamento por teléfono y que se los lleven a su casa. Las primeras experiencias fueron bastante traumáticas en esa interacción entre el anciano y el joven drogón.

Es un poco caótico, claro, porque ahora hay gente que llega a trabajar habiendo fumado antes uno o dos porros. Y después no le quieren hacer caso a sus jefes, que ya no saben cómo hacer para evitar estas prácticas. Entonces los jefes, para pasar el mal rato, se pegan un porro. Y ya nadie trabaja. Incluso algunos salen en horario de oficina a “dar una seca”, como se le dice a la pitada de marihuana. También ha sido un problema para la seguridad del país. Muchos casos se han visto de ladrones que huyen en las narices de la Policía porque los oficiales, habiendo fumado marihuana, se quedan impávidos, a carcajadas entre ellos, en lugar de correr tras el delincuente.

Los accidentes de tránsito han aumentado de forma significativa. Ahora se puede ver a la gente manejando su coche y fumando cannabis, igual que como antes se podía ver personas al volante con un cigarrillo de tabaco.

Para peor, desde que se legalizó ya no se consume la droga proveniente de Paraguay, que llegaba prensada, sin control de calidad alguno, donde se mezclaba la flor ‒que es lo que se debe fumar y que contiene los componentes psicoactivos‒ con las hojas y tallos de la planta, tierra y hasta raíces, lo que disminuye el efecto. Lo que hay ahora tiene un estricto control de calidad y solo se comercializa la flor, lo que provoca un estado de alteración mucho mayor incluso en quienes ya fumaban. Los porreros viejos, esos que batallaron hasta el cansancio para que se legalizara la marihuana, ahora no pueden más de alegría. “¡Estamos re locos!”, dicen a viva voz, una frase que significa estar muy drogado o, como dicen los angloparlantes, “being high”.

Los que están de parabienes son los fabricantes de alfajores y chocolates. La industria del dulce no para de facturar porque cuando el efecto de la marihuana va cediendo, el fumador necesita saciar una pulsión voraz por comer dulce, lo que se conoce en estas latitudes como “el bajón”. El antojo preferido de los consumidores de esta droga es el alfajor Marley, que tiene mucho dulce de leche y está bañado en chocolate. Incluso su eslogan es “alfajores bajoneros”.

En realidad, nada de lo narrado antes está ocurriendo.

Lo único cierto es la existencia de la marca de alfajores inspirada en el mítico músico de reggae. Pero el resto no ha cambiado en Uruguay desde que se aprobó la ley de marihuana. La única modificación hasta el momento es que aquellos autocultivadores de cannabis, que antes de diciembre lo hacían en la ilegalidad, no podrán ser penados si cumplen con el límite de tenencia establecido.

La ley dice que cada individuo mayor de 18 años podrá tener hasta seis plantas en su casa y hasta 480 gramos de la droga, que se supone es la cantidad que habrían producido las seis plantas de la cosecha anterior. Eso sí, si te pasa como a un montevideano de 24 años al que la semana pasada le llegó la Policía por una denuncia de violencia familiar y ve que hay 42 plantas de marihuana, no hay quién te salve.

Los autocultivadores deberán estar registrados ante el Estado, pero la ley aún no fue reglamentada y por tanto, hasta que eso no suceda, se los considera dentro de la ley. El gobierno prevé tener reglamentada la ley para fines de marzo, aunque tiene tiempo hasta los primeros días de abril. En esa normativa se especificará quiénes podrán comprar marihuana de forma legal –ya se ha adelantado que serán quienes tengan residencia legal en Uruguay y no los extranjeros–, cómo funcionará el registro de usuarios –porque quienes quieran comprar la marihuana deberán inscribirse de forma previa–, quiénes venderán la droga –está establecido que serán las farmacias, pero aún no se sabe si serán todas o algunas– y quiénes tendrán licencia para producir en grandes cantidades. También se establecerá qué variedades podrán ser sembradas y qué porcentaje de THC podrán contener. El THC (tetrahidrocannabinol) es el componente psicoactivo del cannabis y a mayor porcentaje, mayor efecto. Algo así como la graduación alcohólica en las bebidas.

Las autoridades estiman que un espacio de 10 hectáreas, o a lo sumo 20, serán suficientes para producir toda la cantidad que el país demanda al año. Además del autocultivo personal y la compra en farmacias, podrán formarse clubes de membresía con entre 15 y 45 miembros, y podrán tener hasta 99 plantas.

Lega, legalización, cannabis, de calidad y barato

La regulación del mercado de marihuana ha provocado controversia en todo el mundo, donde prima la visión de la “guerra contra las drogas”. Uruguay optó por un camino alternativo o, como dijo su presidente, José Mujica, por experimentar ante lo que considera un fracaso en el modelo actual.

Hace un par de meses estuve en la chacra donde vive Mujica, en las afueras de Montevideo, ese lugar donde los periodistas extranjeros que llegan a entrevistarlo se sienten al menos asombrados por la austeridad con la que elige vivir un mandatario: una casa de apenas un dormitorio pequeño, una cocina espaciosa aunque lejos de ser lujosa y un ambiente a la entrada con un escritorio. Un par de bibliotecas, una mesa de madera cuadrada de 80 x 80 aproximadamente y apenas dos o tres sillas. Eso les basta a él, a su mujer, la senadora Lucía Topolansky, y a su perra de tres patas Manuela, la preferida entre los canes de la casa.

Por esas fechas la ley todavía no había sido aprobada, pero ya había recibido media sanción en la Cámara de Diputados. Mujica decía en esa ocasión que estaba convencido de lo que estaba haciendo. Quiere quitarle el mercado al narcotráfico, para así debilitarlo y concentrar los esfuerzos de la lucha contra las drogas en otras sustancias como cocaína y pasta base de cocaína, las más comunes después de la marihuana en Uruguay. De esta forma, dice él, se reducirá el crimen vinculado a estas actividades ilícitas en un país donde los niveles no llegan a ser los del resto del continente pero, asegura, hay indicios de que se va en esa dirección.

Es probable que haya que esperar hasta septiembre para conocer los primeros resultados globales de esta política. Para ese mes se espera la cosecha de marihuana autóctona, y las farmacias comenzarán a venderla.

Algunos uruguayos, algo desinformados sobre la ley, cayeron en una cámara oculta hecha en Montevideo días antes de la aprobación de la norma por un canal de YouTube llamado pHumor.tv, pero la realidad es que para ir a una farmacia a comprar por la vía legal en Uruguay los usuarios tendrán que esperar unos cuantos meses.

Cuando esto ocurra, los residentes en Uruguay podrán comprar hasta 40 gramos por mes. No tendrán que comprar toda esa cantidad junta, sino que llegará a las farmacias fraccionada, y se les expenderá solo la flor de la marihuana. No habrá producción de cigarrillos ni de brownies ni de ninguna otra forma de consumo. El cliente luego optará cómo quiere drogarse.

La marihuana dejó de ser un tabú en Uruguay hace años, o al menos entre los jóvenes. A diferencia de otros países, su consumo es totalmente legal desde 1974. El consumo de cualquier droga es legal desde entonces. Y por eso es normal ir caminando por la calle y de repente sentir el olor de la marihuana fumada. Antes la gente se escondía un poco más, o lo dejaba para ciertos ámbitos restringidos, pero desde hace algunos años es frecuente cruzarse con consumidores de cannabis sin que eso implique algo muy raro, incluso en la parada del bus.

Cuando me fui del Parlamento el día que se votó la ley faltaban apenas minutos para la medianoche. La norma ya se había aprobado hacía una hora y media y los militantes más fervorosos seguían festejando en la plaza ubicada enfrente. Pero para el resto de la ciudad, nada había ocurrido. Seguía gris, avejentada, impertinentemente apacible.

Las interrogantes planteadas son varias; al tratarse de un experimento no se sabe a ciencia cierta cuál será el resultado final. Hace poco, un empresario extranjero muy ligado al cannabis me decía que ve difícil que los productores mayoristas puedan llegar al precio indicado por el gobierno, de aproximadamente un dólar por gramo, y que el resultado sería una marihuana de calidad media. En cambio, los clubes de membresía sí podrían cosechar la de mejor calidad, “de la buena”, y sus excedentes podrían volcarse al mercado a precios mayores.

Eso estará penado por ley, así como cualquier otra forma de producción y comercialización por fuera de las autorizaciones del gobierno, pero muchos creen que será imposible controlarlo.

Todavía dos de cada tres uruguayos están en contra de la regulación de la marihuana. Mujica quiso convencer a la población antes de aprobar la ley pero no lo logró. El experimento tendrá, entonces, que convencer con resultados. O fallar.