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Mariano Rajoy es la típica persona que uno jamás pensaría que llegaría muy lejos en política. Su falta de carisma, problemas de dicción, escasa comunicación con el electorado harían pensar  que podría ocupar algunos cargos públicos, pero nunca llegar a ser Presidente del Gobierno. Sin embargo, la política en España tiene esas cosas, gente como Zapatero o Mariano pueden llegar muy lejos y hasta convertirse en Presidentes del Gobierno. Zapatero en alguna ocasión confesó haberle dicho a su mujer: “No sabes, Sonsoles, la cantidad de cientos de miles de españoles que podrían gobernar”. Estaba, para variar, equivocado. Lo correcto era decir la cantidad que podría llegar a presidente.

Mariano escaló posiciones rápidamente en el conservador Partido Popular. Empezó en Galicia, su tierra natal, cuando el Partido Popular aún se denominaba Alianza Popular y luchaba contra su pasado vinculado a la dictadura de Franco. Pasaron los años y Mariano, diputado por la provincia de Pontevedra, se convirtió en uno de los directores de campaña de un joven Aznar. Después del fracaso de 1993, llegó el ajustado triunfo de 1996: José María Aznar se convirtió en presidente y Mariano fue nombrado Ministro.

La vertiginosa recuperación económica de España durante la primera legislatura de Aznar hizo que en el año 2000 el Partido Popular obtenga la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados, y Aznar sea elegido nuevamente presidente. Por supuesto, Mariano repetiría como Ministro. En el año 2002, contra toda lógica, dados sus escasos dotes de comunicador, Mariano fue designado Portavoz del Gobierno. El error de Aznar con ese nombramiento se evidenció con la famosa frase: “son unos hilillos de plastilina” al referirse al mayor desastre ecológico ocurrido en las costas de Galicia, el hundimiento del buque petrolero “Prestige”. Mariano también intentó justificar, sin éxito, la participación de España en la guerra de Irak.

Lo peor estaba por llegar. Aznar, borracho de poder, como quien se ha tomado dos botellas de ron y decide tomarse la última copa, nombró a Mariano como su sucesor y candidato a la presidencia para las elecciones de 2004. Aznar estaba convencido del triunfo del Partido Popular –las encuestas así lo reflejaban– por lo que le daba igual poner de candidato a Mariano o al mismísimo Franco embalsamado. Aznar despertó con la peor resaca de su vida el 11 de marzo de 2004 cuando se produjeron los atentados islamistas en Madrid. El manejo irresponsable respecto de la autoría de los atentados llevó a que, el 14 de marzo de 2004, el Partido Socialista Obrero Español ganara las elecciones, y Mariano pasara, contra todo pronóstico, a ser el líder de la oposición.

Mariano emprendió una dura travesía por el desierto durante los siete años que estuvo como líder de la oposición. De 2004 a 2008 hizo una oposición radical al Gobierno de Zapatero, cuyos resultados no fueron los esperados, ya que en 2008 Zapatero fue reelegido. Esa noche todos esperábamos la dimisión de Mariano. Todos los diarios lo despedían y anunciaban la llegada de un nuevo líder de la oposición; no contaban con que Mariano tiene una virtud: la paciencia. Resistió, aguantó traiciones, blindó el Congreso del Partido Popular para conseguir que lo vuelvan a nombrar líder del Partido, y se dedicó a esperar en silencio que la crisis devorara al gobierno de Zapatero.

La oposición de 2008 a 2011 consistió en esperar que Zapatero, por sus propios errores, acabara con cualquier posibilidad del PSOE de volver a ganar las elecciones. La crisis fue tal que Zapatero tuvo que anticipar las elecciones, y el 20 de noviembre de 2011, el Partido Popular, con Mariano a la cabeza, conseguía la mayoría absoluta más holgada de su historia.

Mariano lo había alcanzado por fin; para disgusto de muchos, incluso dentro de su propio partido, se había convertido en Presidente del Gobierno. Confieso que, pese a todo, siempre pensé que Mariano era un muy mal candidato pero que sería un buen presidente. Era imposible pensar que podía ser peor que Zapatero. La realidad me demostró que podía ser peor, mucho peor.

El día después de las elecciones, Mariano guardó en un cajón el programa electoral con el que se había presentado como candidato. Escondió la llave de ese cajón mejor que el tesoro de Atahualpa. Dos años después de haber llegado al Gobierno todavía nadie sabe donde está ese programa electoral. “No voy a subir impuestos”, “no voy a tocar las pensiones”, “no voy a abaratar el despido”, “no voy a tolerar actos de corrupción”, “no soy partidario del copago en la Sanidad”, “no voy a dejar que las grandes decisiones se tomen desde Bruselas”, y así podríamos seguir hasta escribir un libro.

Mariano podría escribir sus memorias solo poniendo lo que dijo en campaña y lo que terminó haciendo después. Todas las medidas las adopta sin sonrojarse y culpa al Gobierno anterior. Más aún, aprovechando la mayoría absoluta, ha gobernado a golpe de decretazos de una forma de la que Franco estaría orgulloso.

A Mariano no sólo no le gusta cumplir su programa, que para eso lo escribieron unos cuantos asesores, y él no tuvo tiempo de leérselo, sino que cuando ya estábamos convencidos de que era un incompetente pero que al menos podría ser honesto, estalló el caso Gürtel. Este luego se transformaría en el caso Bárcenas, ese ex tesorero del Partido Popular que hoy ha caído en desgracia más que Zubizarreta después del partido de España con Nigeria en el Mundial de 1998.

Bárcenas era el encargado de recibir todas las donaciones ilegales del Partido Popular, pagar los sobresueldos a los dirigentes del partido que no eran declarados a la administración tributaria, y finalmente coger el excedente y destinarlo a unas cuentas en Suiza en las que llegó a acumular fortunas cifradas en millones de euros. Hoy Bárcenas no los puede disfrutar porque está en la cárcel. Mariano, que toda la vida ha sido un bonachón, nos quiere hacer creer que se escribía mensajes de whatsapp con Bárcenas cuando aún confiaba en su inocencia, y no para mantenerlo en silencio. Todavía retumba la frase de Mariano “todo lo que dice el señor Bárcenas es falso, salvo unas pocas cosas”. Esas “pocas cosas” pueden ser unos cuantos miles de euros entregados en sobres opacos, y alguno que otro delito contra la Hacienda Pública.

El caso Bárcenas ha llevado a Mariano a cometer ridículos espectaculares. Desde salir corriendo al estilo Forrest Gump por la puerta de atrás del Senado español para no contestar preguntas, pasando por “arreglar” preguntas con periodistas de medios afines al Partido Popular para contestar lo que llevaba anotado, hasta presentarse en una “rueda de prensa” a través de una televisión de plasma para no dar la cara a los reporteros. Mariano no solo le huye a los periodistas, también le huye al Congreso. Cada vez que se solicita su comparecencia para responder ante el Congreso por los graves casos de corrupción que afectan a su partido, la mayoría del Partido Popular rechaza la comparecencia. Una única vez se presentó ante el Congreso y sus afirmaciones sobre su inocencia y la supuesta traición de Bárcenas fueron desmentidas la semana siguiente por el propio Bárcenas y por los indicios que manejan los jueces que conocen los casos. No ha vuelto a dar la cara, mientras los casos de corrupción de personas vinculadas a su partido no han dejado de crecer.

Como es lógico, en dos años el Partido Popular ha perdido casi 15 puntos en intención de voto, y las elecciones europeas del 2014 parecen propicias para que el electorado lo castigue. Mariano corre con suerte, y es que el PSOE, con Rubalcaba a la cabeza, se encuentra en una situación aún peor. Mariano le apuesta todo a una aparente recuperación económica que se refleja en índices macroeconómicos algo mejores que los que dejó Zapatero. No obstante, la economía real no ve atisbos de recuperación, con una tasa de desempleo del 25% – en el caso de los jóvenes de más del 50% – y un nuevo caso de corrupción es noticia cada día. España se aproxima a una generación perdida.

Mariano es capaz también de divertirnos. No todo iba a ser malo. Si se le pregunta por la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de la Unión Europea que ordena liberar a presos de la banda terrorista ETA, contesta con una frase para la posteridad: “está lloviendo mucho”. Y la más reciente, en una entrevista a Radio Nacional de España durante el funeral de Mandela, Rajoy se emocionó al recordar que el estadio donde tuvo lugar el funeral es el mismo donde España ganó el Mundial de Fútbol de 2010, y eso lo haría más emblemático. Ya nos decía Mariano, antes de ser Presidente, que él sólo leía el diario deportivo “Marca”. El resto, mejor no leer que sólo son malas noticias que a nadie le gustan.

El último dolor de cabeza de Mariano se llama Artur Mas, Presidente de la Comunidad Autónoma de Cataluña. Artur Mas ha decidido convocar un referéndum para votar sobre la independencia de Cataluña el 9 de noviembre de 2014. Mariano, en una de sus pocas intervenciones contundentes, dijo que la consulta no se celebrará por ser inconstitucional. Como esa afirmación la haya incluido en su programa electoral, me temo que el próximo 9 de noviembre de 2014, los catalanes estarán votando sobre su independencia.

Los españoles soportan estoicamente la crisis desde el año 2008, y eligieron a Mariano con la esperanza de que inicie el camino de la recuperación económica y la regeneración democrática, tal como él lo había prometido durante siete largos años en la oposición. Cuando salió elegido yo también tenía esa esperanza. Pero transcurridos dos años desde su elección empiezo a encontrar una similitud entre los españoles que votaron a Mariano y aquella Penélope que evoca el extraordinario cantautor catalán Joan Manuel Serrat –basado en la historia de Penélope y Odiseo, rey de Itaca– quien después de tanto esperar la llegada de su amante no lo reconoce y le asegura que no es quien ella espera. Los españoles hoy miran con incredulidad a su presidente y piensan, al igual que yo, Mariano, no eres quien yo espero.