natasha_yars_death.jpg

Resulta irónico que las muertes más populares de Star Trek sean justamente son las que no tenían intención de ser memorables o recordadas: los camisa-rojas o “redshirts” eran personajes que encontraban un final violento al poco tiempo de ser introducidos en el episodio, cuando acompañaban a los protagonistas en alguna misión en tierra. Hoy, la palabra “redshirt” es parte de la cultura popular y podemos encontrarla en Wikipedia junto a entradas como “carne de cañón”, “chivo expiatorio” y “escudo humano”. El autor John Scalzi ganó el premio Hugo 2013 por su novela Redshirts, una parodia/homenaje a la serie original de la franquicia (TOS). El peso de esas bajas intranscendentes y sanguíneas ha sido tal que incluso a los fans del universo Trek nos cuesta recordar que también hubo aproximaciones filosóficas a la muerte en TOS.

La dificultad de hablar sobre la muerte en las distintas entregas de Star Trek radica en el enfoque. ¿Hablar de la muerte es hablar de las muertes o de “la muerte” como concepto en cada uno de los cinco distintos shows? Hablar de las muertes a lo largo de la franquicia puede derivar en la superficialidad viral de las listas: “Las 15 muertes más horribles” (difícil tema: ¿horribles para el que las sufre o para el que las ve?), “Las 17 muertes más ridículas” (y todos los fans coincidiremos en que Tasha Yar lidera esta lista), “10 personajes que mueren (por lo menos) dos veces” (casi todos los capitanes: Kirk, Picard, Sisko, Janeway), “Las 8 muertes más inverosímiles”, y así.

“Sorry… No mercy killings on my ship”.

Buscar nuevas formas de vida es también encontrar nuevas formas de morir… y viceversa: en esas muertes conocemos algo de esas nuevas culturas. En The Next Generation (TNG), la doctora Pulaski padece de fobia al transportador: teme que un fallo de éste impida que las partículas que la conforman no vuelvan a cohesionarse. Pero en Voyager, una vez más, se replantean o subvierten los tópicos de las otras entregas y un accidente del transportador no dispersa las partículas sino que las une. Ergo, Tuvix. ¿Quién es Tuvix? Si superamos la presentación del personaje que hacen en el repositorio online Memory Alpha: “Tuvix fue un individuo creado como resultado de un accidente de transportador del USS Voyager que combinó al Teniente Tuvok, Neelix, sus uniformes y una orquídea”, nos encontraremos con una forma de vida única que planteó con su presencia y con su discurso uno de los más complejos dilemas éticos que haya enfrentado jamás un capitán (o capitana) de nave estelar. Me aventuro a decir que es la muerte más injusta de todas las que he visto en Star Trek. (Sí, más que la de Tasha Yar). Tuvix, como ya leímos en la sinopsis del personaje, es una extraña forma de vida que surge en el transportador cuando en el Voyager intentan rematerializar a los tripulantes Tuvok y Neelix. De este accidente surge un individuo que es una combinación de Tuvok y Neelix a todo nivel: molecular, enzimático, mnemónico. Este nuevo ser mantiene los recuerdos y sentimientos de ambos miembros de la nave, pero poco a poco se va convirtiendo en un individuo con sus propios recuerdos, relaciones y afectos (él mismo se bautiza con el portmanteau “Tuvix”). Sin embargo, mientras Tuvix exista, no podrán existir Tuvok y Neelix. ¿Es justo que se sacrifique a Tuvix para recuperar a los compañeros perdidos? ¿Tiene derecho Tuvix a pedir que se inmolen las vidas de dos hombres para preservar la suya? ¿Sobre quién deberían recaer la culpa o la responsabilidad de esos crímenes, de esa vida? Las últimas palabras de Tuvix, antes de su ejecución, aplican no solo para los miembros de la nave sino para todos los que hubiéramos hecho lo mismo que cualquiera de ellos en esa situación: “Cada uno de ustedes… tendrá que vivir con esto. Y lo lamento mucho, pues ustedes son buenas, muy buenas personas. Mis colegas. Mis amigos. Los perdono”.

«…Ten seconds to auto-destruct…»

Recuerdo la primera vez que el tema de la muerte me incomodó en TNG. Con “incomodar” me refiero a que, desde aquel episodio y para siempre, la serie dejó de ser un simple entretenimiento y se convirtió en una fuente de asombro y angustia existencial. El sistema de soporte de vida de la USS Enterprise se encuentra comprometido. El oxígeno escasea, pronto todos perderán la conciencia y la vida. El capitán Picard le pregunta a la Dra. Crusher por Wesley, su hijo de 15 años, y ella le responde que está en la habitación y que se sintió tentada a darle un sedante. Picard le ordena que no lo haga, pues Wesley “tiene el derecho de enfrentar a la muerte despierto”. ¿Y por qué Picard decide eso?, pensé. Los capitanes deciden muchas cosas.

En la segunda temporada de TNG, una especie de gato cósmico llamado Nagilum se sirve de los tripulantes de la nave como si fuesen sus conejillos de indias para conocer en qué consiste eso de la existencia lineal: “Ustedes existen, luego cesan de existir. Sus mentes lo llaman… muerte”. Pum: el teniente Haskell se agarra la cara, su expresión es de absoluto horror, cae muerto en posición fetal. El gato exclama “qué interesante”. Nagilum decide que para entender la muerte, al menos el 30% de la población del Enterprise debe morir. Entonces Picard, antes de que su nave se convierta en un laboratorio flotante, decide activar la secuencia de autodestrucción.

Sin embargo, la naturaleza episódica de TNG no permite explorar las consecuencias de la muerte en la psiquis de los personajes. De eso ya se encargará Deep Space 9 (DS9) a lo largo de siete oscuras y maravillosas temporadas en donde se cuestionan, ignoran y hasta violan los principios de la Flota Estelar, de la Federación Unida de Planetas y –más allá de la ficción– del creador de la saga: Gene Rodenberry.

DS9 arranca con una muerte. Eso ya marca el tono y el planteamiento de la serie desde el inicio: este no es el Star Trek de Kirk y Picard. De hecho, Picard es el culpable de esa muerte, y la víctima es nada menos que la esposa del protagonista, el comandante Benjamin Sisko.

 

“To seek out new life forms and new civilizations…”

En TOS, la vida era una aventura y la muerte, una consecuencia. Es a partir de TNG cuando la vida se vuelve más compleja, pues Gene Rodenberry introduce el humanismo como principio directriz de la franquicia. Un doctor holográfico que está consciente de ser un holograma, ¿está vivo? Si no guardara recuerdos de su vida y lo reiniciáramos cada vez que el programa tuviera una falla, ¿lo estaríamos matando? ¿Y si guardara recuerdos de su vida que no pudiera recuperar una vez reiniciado, ¿consideraríamos que ha muerto? ¿Es la conciencia de su propia programación o son sus memorias las que lo convierten en una persona?

¿Qué es, finalmente, la vida? ¿Se puede definir? Es un colectivo sin conciencia, como los Borg; es conciencia sin tiempo, como Nagilum o los Q o los Profetas; es conciencia colectiva, como los Fundadores; es el resultado de un accidente, como Tuvix; es un programa como el Doctor o Vic Fontaine o Moriarty; es conciencia con cuerpo, como los Klingon, los humanos, los Ferengi; es una copia de sí misma, como los Vorta; es cuerpo no orgánico, como los nanites; es artificial, como Lal; es reciclable, como los Trill.

Y la muerte está al otro lado de todas esas nuevas formas de vida. Quizá el legado de Rodenberry, a lo largo de los 728 episodios que conforman la franquicia, es más oscuro de lo que un slogan televisivo podía prometer. Quizá la continua misión en realidad no consistía en explorar la vida, sino su contraparte… aquel territorio inexplorado.