Antes de volver al Ecuador, trabajé dos años en una organización internacional en Suiza. Durante nuestros eventos, una de las cosas que más admiraba era ver la llegada de la delegación sudafricana. Blancos, negros, hindús y a veces “colorados” -coloured en inglés, mestizos que tienden a hablar afrikaans-. Vestían ropa tradicional o moderna pero siempre con la inconfundible bufanda marcada por los colores de la bandera sudafricana. Aquellos delegados, orgullosos de su país y competentes en los temas correspondientes, representaban la puesta en acción del sueño de la nación del arco iris de Mandela, también llamado Madiba (el nombre de su clan).Al verles pasar me quedaba con una pregunta que se me viene a la mente otra vez hoy, a propósito de la muerte del héroe global: ¿podríamos ser así en el Ecuador?

Nuestra descolonización 

Eso fue la pregunta que propuse a un grupo de amigos durante una parrillada en Quito para celebrar el 6 de Diciembre. La respuesta que recibí por parte de una amiga fue muy oportuna: “todavía no nos hemos descolonizado.”

El concepto de la descolonización primero apareció en la obras del filósofo guerrillero franco-caribeño Franz Fanon, autor de Los Condenados de la Tierra y Piel Negra, Máscaras Blancas. Su enfoque principal fue hacer que los colonizados dejen de verse con los ojos de los colonizadores y que se liberen del trauma psicológico de su dominación extranjera.

Aunque las referencias principales de Fanon eran las colonias de Francia y Gran Bretaña que aún existían hasta los años sesenta en África, eso no significa que su concepto no tenga significado para los países americanos como nosotros.

¿Por qué? Porque a pesar de haber conseguido nuestra independencia hace casi doscientos años, el modelo económico implementando en la era colonial aún es determinante en el destino de los ciudadanos del país. Más que eso, nuestra actitud hacia la cultura nunca ha llegado a incorporar los principios de Mandela, incluyendo la idea de re-apropriar símbolos y reclamar la cultura de todos para todos. Voy a explicarlo mejor.

Rhodes-Mandela

Uno de los eventos más determinantes en mi vida fue haber ganado una beca para seguir una maestría en la Universidad de Oxford. La fundación que me otorgó la beca fue la Fundación Rhodes, llamada así por su fundador, Cecil Rhodes.

Cecil Rhodes fue uno de los grandes colonizadores de África, y ayudó fundar la empresa de diamantes DeBeers. De hecho, antes de su independencia, Zimbabue se llamaba Rhodesia, porque él lo “fundó.”

No hay otra manera de decirlo: Cecil Rhodes era un verdadero hijo de puta.

Un racista insaciable, Rhodes creyó que los anglosajones estaban destinados a dominar el mundo, y para asegurar que esa visión se diese, dedicó fondos a la creación de una beca para traer a los ‘futuros líderes’ de la Commonwealth y los Estados Unidos para recibir una educación superior en el centro del imperio. Así llegué yo a Oxford.

Cuando me preguntan si tenía dudas sobre qué tan ético era recibir dinero de una leyenda que iba en contra de todos mis principios, la respuesta es obvia. No obstante, como me dijo un activista y autor nigeriano “si el diablo te ofrece una beca, la deberías aceptar.”

¿Por qué?

Porque lo que hago con esa educación es mi decisión, y me parece una justicia para el mundo si uso los fundos de Cecil Rhodes para dedicarme a una visión del mundo completamente contraria a la suya. Al recibir la beca, por ejemplo, me dedique a leer El Largo camino a la libertad, la autobiografía de Mandela que, junto a Las venas abiertas de América Latina y el Nuevo Testamento, se convirtieron en mi Biblia. Gracias a Cecil Rhodes mi volví un mandelaista intransigente. Seguramente Rhodes estará revolcándose en la tumba.

Otro factor en mi decisión de aceptar la beca fue la influencia de Nelson Mandela en adueñarse y apropiarse de la visión de Cecil Rhodes. Fundada en 2002 por Nelson Mandela y gestionado un conjunto con la Fundación Rhodes, la beca Mandela-Rhodes educa una nueva generación de líderes africanos, esta vez sin el propósito de fomentar el colonialismo británico. Es decir que usa el mismo medio pero el  fin es totalmente opuesto.

A pesar de que Cecil Rhodes representa el comienzo de la opresión de los pueblos ancestrales sudafricanos, Mandela decidió juntar los nombres de los dos para mostrar la necesidad de reconciliarse con el pasado. Mientras mucha gente quería borrar la leyenda de Rhodes de la memoria colectiva, Mandela decidió formar un nuevo símbolo que representa un futuro combinado para los descendientes metafóricos de Rhodes y los descendientes metafóricos de Mandela.

El mejor ejemplo de esta reapropiación del símbolos fue retratado en la película Invictus. El rugby era, desde siempre, el deporte de los blancos de Sudáfrica y el equipo sudafricano conocido como los Springboks fue un objeto de odio, pues representaba la dominación blanca en el país. En 1995, apenas un año después de llegar a la presidencia del país, Nelson Mandela apareció en el partido del campeonato mundial contra los temibles All blacks de Nueva Zelanda, vestido con la camiseta de los Springboks con el nombre y número del capitán en la espalda. A pesar de todos los discursos que dio, nada fue más impactante para su país que el momento en que se abrazó con el capitán de los Springboks. El mensaje era claro: este equipo ya no es de los blancos, es un equipo que representa a toda la nueva Sudáfrica.

Si no fuera por ese momento, es posible que los delegados sudafricanos no llegaran a representar a su país con el mismo entusiasmo y el mismo orgullo. Tal vez hubieran caído en una guerra civil, dejándolo más débil, más dividido y más pobre. Sin embargo, la visión de Mandela prevaleció, a pesar de todo lo que sabemos sobre la naturaleza de los seres humanos.

¿Qué tienen en común Sudáfrica y el Ecuador?

Ecuador es un país culturalmente impresionante. De hecho, para mí, parte de la gran riqueza de vivir en el país es poder ver, compartir y vivir esas culturas todos los días.

No obstante, nuestro concepto de esa cultura todavía no se ha descolonizado, como dijo mi amiga, porque tenemos la tendencia de erigir barreras entre la cultura que es “nuestra” y la cultura que es “de ellos.

Por ejemplo, no han sido pocas las críticas al presidente Correa por sus intentos de hablar quichua, sus trajes con rasgos tradicionales, o su propaganda oficialista que celebra la diversidad étnica, cultural y geográfica del país. Para algunos esos intentos de celebrar el multiculturalismo en el país son cínicos, una  estratagema política asociada con un populismo cuyo único objetivo es mantener la popularidad con las supuestas ‘clases populares.’

Lo triste para mí es que, al delegar esa tendencia a un solo político o partido político, perdemos la oportunidad de poner en práctica los principios de Mandela. La teoría de Mandela es que la cultura nunca es estática, sino dinámica. La cultura es un proceso vivo de transformación continua, una evolución perpetua, que por un lado es orgánico y que por otro lado puede ser influído por líderes culturales.

En un Ecuador inspirado por Mandela, entonces, el festival de Inti Raymi no sería una celebración de unos indígenas de la Sierra, sino de quien quiera, porque la cultura pertenece a quién la practique.

De la misma manera, vestir ropa tradicional, ponerse un wongo, e hablar quichua, hasta visitar a un Yachak, no son prácticas que tienen que limitarse a las pueblos originarios, sino que pueden ser reclamados por cualquier persona que quiera celebrar la diversidad en el Ecuador.

Les pongo otro ejemplo: no soy taurino para nada, pero yo rechazo el argumento que los entusiastas de las fiestas taurinas están celebrando una cultura ‘ajena’. Aunque originó en España, eventualmente la tradición fue adoptada por ecuatorianos y ahora es una expresión cultural (desafortunada) ecuatoriana. De la misma manera que no se debería a insultar a una indígena por ponerse un sombrero español, no podemos deslegitimar la autenticidad de otras prácticas culturales solo porque las creemos grotescas. La cultura, en fin, no reconoce fronteras.

En un Ecuador inspirado por Mandela, entonces, dejaríamos de vernos como miembros de tribus diferentes cuyas prácticas culturales son propiedad exclusiva de grupos étnicos, geográficos, o clases sociales. En un Ecuador Mandelaista, celebraríamos todas las costumbres vigentes en el país sin crear fronteras ficticias que niegan el permiso de participar a otros.

El hecho de que el Presidente es uno de los políticos que más ha captado esa idea -ojo que para nada pongo al Presidente en la misma categoría de Mandela. La disolución de Pachamama, por ejemplo, demuestra que su nivel de tolerancia no alcanza los niveles del gran hombre-, no significa que es o debe ser el único que tiene el derecho de celebrar la diversidad del Ecuador.

Más bien, deberíamos todos volver a dar significados a los símbolos diferentes del país y en lugar de borrarlos o esconderlos de la memoria colectiva, podemos reapropriarlos para representar un camino hacia nuestra propia nación arco-iris. De esta manera tal vez llegaremos a celebrar nuestra solidaridad no solamente en partidos de fútbol, sino también donde sea que vayan los ecuatorianos, incluyendo nuestros delegados que nos representan en el ámbito global.

Descolonización Económica: el lado de Mandela del que no queremos hablar

Al asumir el poder, Mandela tuvo el desafío no solamente de gobernar y implementar un proyecto de armonía racial que mucha gente todavía resistía, sino también tuvo que corregir desigualdades enormes que eran la herencia del sistema de apartheid.

Es decir que su proyecto no iba a sobrevivir al menos que la riqueza ya no se concentrara en las manos de uno o dos grupos étnicos. Los buenos sentimientos de la nación arco iris también tenían que brindar nuevas oportunidades para los pueblos oprimidos y el compartir la riqueza del país no iba a poderse implementar sin encontrar resistencia.

Pocos mencionan que durante muchos años Mandela fue un marxista convencido. Sin embargo, al llegar al poder, en lugar de imponer un gobierno marxista, la manera controvertida que usó Mandela para alcanzar la redistribución de riqueza fue un programa de gobierno de se llama acción afirmativa. Celebrado y odiado por blancos y negros a la vez, el objetivo de la acción afirmativa es crear equilibrio en la distribución de oportunidades por dar preferencia a postulantes de trabajo de grupos minoritarios históricamente excluidos de la mayoría de la actividad económica en el país.

Asumiendo que los prejuicios fosilizados en la sociedad sudafricana iban a limitar la movilización social de los grupos minoritarios nuevamente liberados en Sudáfrica, tanto el sector público como el sector privado tenían que dar preferencia a los candidatos no-blancos cuando llegaban dos candidatos igualmente calificados.

Como se puede imaginar, ese programa causó mucho malestar, sobre todo entre las comunidades de origen europeo de Sudáfrica, acostumbradas a monopolizar los trabajos bien pagados en el país. Esta política, combinada con el aumento en inseguridad que se dio después de la integración, causó que muchos sudafricanos blancos huyeran a Gran Bretaña, Canadá, y los Estados Unidos, entre otros países.

A pesar de la salida de gente muy capaz, la política también sirvió para crear una nueva clase media formada por grupos minoritarios. Tal como ha pasado en el Ecuador en los últimos diez años, desde el fin de Apartheid los ricos en general se han enriquecido más y los pobres también se han enriquecido. No obstante, a la vez que hay nuevos ricos, también hay nuevos pobres, y el destino desigual del país ahora es más sentido por todos, aunque las personas de herencia europea aún manejan la mayoría de la riqueza del país. “Les damos al gobierno pero nos quedamos con los bancos,” fue un dicho común en Sudáfrica. Vale la pena mencionar también la pobreza extrema, ampliada por la epidemia de SIDA, aún existe en Sudáfrica.

Personalmente tengo sentimientos encontrados sobre la acción afirmativa. No obstante, más allá de la reforma agraria de los años 60, en Ecuador aún falta el intento de romper el modelo económico colonial que determina que, si eres negro o indígena, vas a ser pobre y si eres mestizo de rostro radiante, tu oportunidad de avanzar en la vida es mayor.

El hecho de que vivimos en una pigmentocracia es un tema de conversación muy incómodo y mucha gente prefiere evitarlo bajo la suposición de que la gente pobre es vaga y por eso son pobres, sin reconocer que la estructura económica y social del país juega un papel determinante en decidir el destino, basado en quiénes fueron tus papás, dónde naciste, qué color de piel tienes, cómo hablas.

Mientras, en teoría, el libre mercado debería brindar oportunidades a los que tienen talento y ganas de salir adelante, la verdad es que mucho talento en el país es desperdiciado por nunca ser cultivado. La mala distribución de recursos asegura que el Ecuador aprovecha tal vez el 20% de su cerebro colectivo, porque el 80% nunca está bien nutrido de la manera necesaria para poder tener chance de prosperar.

No pretendo tener las respuestas a estas cuestiones históricas, ni creo que la implementación de una o otra ideología va a resolverlas. Es decir que ni el gobierno solo, ni el sector privado solo, van a poner fin a esta leyenda de la colonización.

No obstante, si queremos encarnar los principios del hombre mundialmente celebrado, tenemos que debatir ideas y probar proyectos hasta ver resultados. Si no, Ecuador jamás será un país estable, y siempre seremos vulnerables al tipo de populismo que ofrece cambiar todo de un día al otro. Mientras una parte de la población ecuatoriana siente que su destino será limitado por motivos fuera de su control, el bienestar de todos estará en entredicho.

¿Cómo rendir homenaje a Mandela?

Para concluir, entonces, si queremos rendir homenaje a Mandela, si queremos replicar su vida y vivir en un país que se parezca a la visión de Mandela, tenemos que hacernos preguntas difíciles e incómodas sobre el presente y el futuro.

Tendremos que expandir nuestro concepto de qué es la ‘cultura nuestra’ y tendremos que pasar  de los prejuicios, generalizaciones y estereotipos del pasado.

Tendremos que desarrollar una empatía profunda para el otro que logre desalojar las ideas obsoletas de nuestros antepasados sobre etnicidad y cultura.

Tendremos que volver a apropriarnos de símbolos cuyo significado era divisivo, para que hay nuevos significados inclusivos.

No podemos dejar que la celebración de las culturas ecuatorianas sean un modo exclusivo de una o otra figura política.

A la vez, tendremos que participar activamente en corregir los errores del modelo económico colonial que aún influye en determinar el destino de muchos, aún cuando pone en riesgo la comodidad de nosotros mismos.

En otras palabras, tendremos que volver a concebir al Ecuador como proyecto cultural. Mandela, por su parte, estuvo dispuesto a ir a la cárcel 27 años para ver implementada su visión de un sudáfrica inclusivo.

¿Qué estamos dispuestos a hacer nosotros?

Celebrar a Mandela es debido: hemos perdido un hombre que inspiró al mundo como ningún otro. Replicarle es aún más difícil, pero algo que nos urge más ahora, ya que su estrella ya no está ahí para guiarnos.