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Lo que revela y esconde

el Rorscharch Urbano de Guayaquil

Llegamos a otro aniversario de nuestra independencia, y vale la pena reflexionar sobre lo que hemos hecho con la ciudad, que tiempo atrás nos permitió ser libres;  tanto como país, como ciudad y como ciudadanos.

Es por eso que me propuse realizar el ejercicio planigráfico,  que ahora comparto con ustedes:  conseguir los planos de diferentes ciudades americanas y colocarlos en un mismo plano visual,  bajo una misma escala.  Es algo así como ver una fotografía familiar, y tratar de descubrir visualmente nuestras semejanzas y diferencias con aquellos que nos acompañan en la foto.

El resultado de tal ejercicio es esta suerte de «Rorscharch Urbano»;  que revela tanto con lo que muestra  como con lo que oculta.

Para esta exploración conceptual colocamos a Guayaquil junto con otras 6 ciudades del continente,  que comparten elementos comunes,  o que sirven de referente universal. Quito, Bogotá, Lima, Ciudad de México y Buenos Aires fueron las seleccionadas para este trabajo. Para complementar el cuadro,  introdujimos a Nueva York como ese escenario idílico e inalcanzable.

El resultado final trajo sorpresas. Lo primero que llama la atención es que Guayaquil es la mancha más pequeña del montón;  lo cual nos llevó a investigar números de densidad poblacional.  Ahí es cuando nos encontramos que Guayaquil -para nuestra sorpresa- es la 2da ciudad con mayor índice poblacional de las siete;  justo después de Buenos Aires (luego siguen Quito, Nueva York, México D.F., Bogotá y Lima).  En primera instancia,  un índice alto de densidad poblacional,  compaginado con un área de baja extensión puede considerarse como un modelo eficiente.  Sin embargo,  tal como ocurren en las fotos,  los planos tienen mucha información que no es perceptible a la primera impresión.  Por ello hay que preguntarse cuáles son las razones para que Guayaquil tenga una densidad tan alta.

Existen dos variables que permiten resolver esta misteriosa ecuación. Una de ellas es la delimitación política. De los ejemplos analizados,  solamente Quito y Ciudad de México corresponden a entes urbanos compuestos por una sola entidad municipal.  Numéricamente,  Guayaquil tiene una extensión territorial más grande que Bogotá;  pero los asentamientos alrededor de la capital colombiana tienen un peso mayor en su metabolismo urbano.  Otro factor a considerar es la escasez de espacio público en Guayaquil.  Salvo el proyecto del parque Los Samanes;  Guayaquil no ha contado con parque; sino solamente con plazas, mal llamadas «parques» por los guayaquileños. Sólo de esa forma se puede explicar que una ciudad cuente con tales índices de densidad, y que -simultáneamente- tenga un volumen constructivo que no supera los dos pisos de altura.

La homogeneidad en la distribución de los habitantes contrasta con la homogeneidad de las tipologías constructivas implementadas en la ciudad.  El tipo de construcción es un factor determinante para poder definir los recursos económicos de los habitantes;  y por ende,  su estatus dentro de la sociedad.  Las fotos aéreas de Guayaquil revelan una disparidad económica dramática.  La caña y el bloque artesanal ocupan la sábana urbana de manera abrumadora;  mientras que las construcciones programadas con soporte profesional tienen apenas un rol minoritario.  Sería interesante poder estimar la relación de costos constructivos,  entre la sumatoria de las construcciones informales, versus las formales.  Me atrevo a intuir que los números inclinarían la balanza a favor de lo formal. Lo que menos espacio ocupa en la ciudad, cuesta más.

Tal dato nos lleva a analizar los orígenes de los asentamientos que componen la ciudad.  Resulta evidente que el crecimiento planificado ha sido mínimo en Guayaquil.  La ciudad ha crecido de manera orgánica.  Salvo muy, muy excepcionales excepciones,  los planificadores urbanos que se han ocupado el cabildo porteño no han demostrado ni la capacidad ni el interés de establecer las pautas para el crecimiento de la urbe. Eso ha dado la oportunidad para que los comerciantes de tierras jueguen un papel más relevante en momento de trazar calles y definir polos de crecimiento habitacional.

Todo lo expuesto demuestra que Guayaquil está terminando su pubertad como ciudad. Hemos tenido que vivir deficiencias que son parte del crecimiento urbano;  pero tales deficiencias deben ser saneadas a la brevedad posible.  El problema que vivimos los guayaquileños es la poca ambición de nuestros políticos locales.  Sin embargo, considero que las condiciones de Guayaquil no están tan calamitosas como podrían estarlo. Ya es hora que se reconsidere a nuestra ciudad como algo más que un medio político para perpetuarse en el poder.  Guayaquil  es mucho más algo más que una parcela política,   un ring entre caudillos, o una tramoya para turistas.

Mantengo mi optimismo sobre el futuro guayaquileño.  Tal optimismo no se sustenta en nuestros candidatos o planificadores.  Es la ciudadanía en general la que comienza a adquirir conciencia de las diferencias existentes,  entre  el espacio que habitamos y el espacio que deseamos habitar.  El futuro de Guayaquil brilla, a pesar de las deficiencias de sus planificadores, y a pesar de las miopías de sus políticos.  Seremos los guayaquileños todos,  los encargados de transformar nuestra ciudad en una mancha urbana compuesta de espacios justos, auténticos e inigualables.