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¿Qué sucede cuando un mago no alcanza a deshacer su truco?

Acabo de pasar el peor fin de semana de mi vida. La peor experiencia de mi vida, más bien. Discúlpenme si mi redacción es un poco errática…sigo en estado de shock. Les cuento: Fui con mi mujer a Berlín para asistir al mítico Circo de Solei, cuyo número estelar este año es el acto de Rahim Mohammadi considerado el mejor mago del mundo. Mis suegros nos habían regalado por nuestro séptimo aniversario de bodas unas entradas en las primeras filas y habían reservado una habitación en un hotel 4 estrellas de Prenzlauerberg con cama de agua.

 

Llenos de emoción llegamos al circo y nos ubicamos en nuestros puestos preferenciales. Fuimos testigos de un espectáculo indescriptible, de una belleza que nos paralizaba, casi inconcebible. La acrobacia, la iluminación y la música componían una sinfonía estremecedora. Pero lo mejor vendría con Rahim Mohammadi, que literalmente apareció detrás de un delgado farol plantado en medio de la pista. El truco que tenía preparado forma parte del repertorio de muchos magos: meter a una persona, normalmente una bella asistente, en un caja y partirla en dos. Pero en la función de Rahim el truco era mucho más elaborado: eran dos las cajas que “flotaban” a un metro sobre la pista y para realizar el truco no recurrió a ninguna asistente sino que pidió voluntarios del público. Yo levanté la mano (mi mujer se murió de la vergüenza, “¡No seas loco!” me dijo).Una joven de unos veintitantos años también se ofreció. Así que ambos nos acostamos cada uno en una de las cajas “flotantes” tipo ataúd. El mago cerró las tapas. Sólo nuestra cabeza y nuestros pies sobresalían a cada extremo de la caja.

Entonces Rahim miró fijamente a la veinteañera e introdujo a la altura del vientre un hoja metálica que hundió hasta el fondo y  separó la parte del tronco de la parte de las piernas.  Ahora era mi turno. Rahim clavó su mirada en la mía. Vi sus ojos verdes, que destellaban una misteriosa y avasallante autoridad, como si fuera la muerte. Introdujo la hoja metálica en mi vientre y sentí un frío anestésico recorriendo mi cuerpo y luego la ausencia de mi cuerpo por debajo de mi ombligo. Escuché el aplauso del público y logré ver el rostro  de mi mujer tachonado por los reflejos de una inmensa bola de espejos.

Rahim continuó con el truco: empujó la mitad de la caja ingrávida que contenía las piernas de la chica y las juntó a mi tronco. Hizo lo mismo  con mis piernas y el cuerpo de la chica. Luego sustrajo las hojas metálicas, abrió las cajas y nos pidió que nos levantáramos. El público aplaudía y reía al vernos a los dos parados allí, ella con mis piernas enfundadas en mis jeans y yo con las suyas cubiertas por su falda. Mi mujer movía la cabeza mientras batía las palmas como diciendo “No puede ser”.  Después de una explosión nos retiramos súbitamanete los tres, el mago la chica y yo, envueltos en un nube de humo, hacia los camerinos.

Aquí empieza la pesadilla: ya fuera de la pista Rahim se puso pálido,  víctima de un desfallecimiento repentino cae al suelo como un bulto, inhumanamente. En seguida lo socorren otros artistas, se escuchan  gritos en varios idiomas, llega un equipo de paramédicos y los de la seguridad, que nos apartan del camerino. Afuera sigue el show.

Nos les alargo la historia más, Rahim no murió ni nada, había sufrido un ataque de no sé qué y necesitaba reposo. A mi mujer y a mí nos embarcaron casi a la fuerza en un taxi y nos llevaron al hotel. Yo tenía aún las piernas de la chica, es decir, el cuerpo suyo del ombligo para abajo. Y en medio de toda la agitación la chica se había ido con la mitad de mi cuerpo  hacia un paradero desconocido. Si algún idiota cree que mi mujer y yo nos dedicamos a disfrutar sexualmente con mis flamantes extremidades está totalmente equivocado. Esa noche horrorosa me la pasé llorando sin consuelo. Yo que soy ateo me puse a rezar, les juro. Pensé en suicidarme, nunca había estado en una situación de tal desesperación.

Al día siguiente recibimos una llamada de la recepción. Era el cirque de Solei, que vayamos para allá inmediatamente. Allí estaba la chica, bueno, la mitad de la chica, ya saben a lo que me refiero,  y el mago, ya restablecido. Nos pidió disculpas y ya pues, revirtió el truco.

Aún no sé cuáles serán los alcances de este episodio tan, vaya, no sé ni cómo describirlo. Créanme, amigos y amigas, que esto me mantendrá ocupado por mucho, mucho tiempo.

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Paul Signac. Retrato de Felix Feneon. 1890.

Andrés Troya Holst